Desde el 155 solo el presidente del Gobierno tiene una estrategia mientras los demás corren como pollos sin cabeza
Solo el presidente del Gobierno ha sabido medir su reacción ante la candidatura y el discurso del aspirante Quim Torra. Los demás han caído en el exceso y el ruido. Tantas veces que le hemos responsabilizado de cómo se enredaba la situación en Catalunya, por justicia, es hora de que alguien empiece a reconocer lo obvio.
Desde la
aplicación del 155, solo Mariano Rajoy tiene una estrategia y la paciencia necesaria para sostenerla mientras todos los demás corren como pollos sin cabeza.
Esperar otro discurso de un candidato que para salir elegido por la mínima necesita sortear el comodín de la repetición electoral de Carles Puigdemont, la lucha por el poder en el PDECat, la desconfianza de ERC y el veto anticapitalista de la CUP resulta inútil, además de bastante mentecato.
Rajoy lo sabe y ha hecho lo que tenía que hacer cualquiera que se siente en la Moncloa y tenga dos dedos de frente: avisar de que no le gusta lo que oye pero que no va prejuzgar al candidato hasta que empiece a tomar decisiones.
Esta investidura supone un trago amargo para todos, independentistas y no independentistas, cuanto más rápidamente se pase, mejor para el futuro de todos.
Solo quien piense que el 155 es una solución, que la excepcionalidad ofrece una oportunidad en democracia y que existe una mayoría alternativa a la independentista esperando su oportunidad puede empeñarse en amargarla aún más.
Ciudadanos ha entrado en un estado de hiperventilación tan acusado que ya solo le vale la intervención de la Guardia Civil para poner bajo arresto al resto, por independentistas o por colaboracionistas.
Para defender la legalidad no le importa caer en la contradicción de exigir que se prolongue ilegalmente la aplicación del 155. Incapaz de construir una alternativa, se dedica a destruir todo lo que se mueve por miedo a perder la rentabilidad demoscópica; ya ni Rajoy cumple sus estándares de limpieza patriótica.
A diferencia de su líder, el Partido Popular no sabe mantener la calma. Acostumbrado a correr con ventaja la carrera del españolismo, no sabe competir contra unos naranjas que actúan con la misma irresponsabilidad y frivolidad que los populares aplicaron en su día a los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero al grito de "se rompe España".
El PSOE y Pedro Sánchez andan tan ocupados vigilando a Rajoy, al PSC, a Ciudadanos y a Podemos que no tiene un minuto para recordar que su fortaleza en Catalunya siempre ha venido del mismo sitio: ocupar la centralidad en un espacio político con tantos incentivos para la polarización.
Hace nada nos dábamos por contentos con evitar una desastrosa repetición electoral bajo el 155 y disponer de un Govern efectivo. Ahora que se ha logrado, parece que no ir ya a elecciones, liquidar el 155 y que haya un Govern que no renuncia "ni siquiera a ponernos de acuerdo con el Gobierno de España" son el nuevo drama. La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte, lo decía Immanuel Kant y tenía razón.
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