martes, 8 de mayo de 2018

EL PACTO DE LAS RATAS (2ª Parte)



“La verdad es que en España hay siete clases de españoles…sí, como los siete pecados capitales, a saber: 
 
Los que no saben.

Los que no quieren saber.

Los que odian el saber.

Los que sufren por no saber.

Los que aparentan que saben.

Los que triunfan sin saber y

Los que viven gracias a lo que los demás no saben”.


Pio Baroja.


                                                                
El caso que os expuse en la primera entrega de esta reflexión, que vienen barruntando a su puta bola las 3 o 4 células grises que me deben quedar en el cerebro, es tan solo una pequeña muestra, un ejemplo el de las empresas eléctricas, de los muchos que podemos encontrar en nuestra sociedad española contemporánea, como fruto de un pasado muy mal gestionado y peor aun negociado con nosotros mismos.

Toqué el tema de las energías como podría haber sido el de la educación, sanidad, trabajo, justicia…estamos pagando, hoy, las consecuencias de ese pasado mal cerrado. Todo o casi todo lo que nos pasa últimamente no es fruto del azar. El día que murió Franco lo recuerdo perfectamente.

No tenía muy claro quien se había muerto ni quien era realmente, algunos decían que un mal bicho, otros lo contrario; pero lo que sí que tengo es un recuerdo muy vívido de la impresión que me dejó aquel otro hombre llorando por la tele cuando dijo que había muerto un tal Franco.


Luego supe que el de la tele se llamaba Arias Navarro, que para mí era como si fuera Palomino Tracatrá. Me pilló de viaje en Sevilla, con 13 años, de visita familiar.

 A lo largo de estas 4 décadas de “democracia” tan sui-generis y particular como la nuestra, he visto configurarse una sociedad española basada en las mentiras y el olvido, a la que se le hizo creer que, con el perdón y mirar hacia adelante, ya seriamos felices y superaríamos, tranquilamente, como sociedad, un trauma tan dramático y calamitoso como solo puede serlo una guerra civil.

Algunos, muchos historiadores, pensadores, intelectuales y demás, se empeñan en intentar convencernos de que tuvimos un proceso de transición de la dictadura fascista a la democracia modélico y ejemplar, cuando la realidad que estamos sufriendo contradice, a mi modesto entender, semejante badomía, tamaño disparate absolutamente alejado de la realidad.


 Y hoy podemos decir, yo lo digo y como yo, muchas personas más lo dicen y otras lo piensan también; como otras concordaran sino hoy mañana o pasado mañana y, otras obviamente no, porque no hay más ciego que el que no quiere ver, que uno de nuestros pecados capitales durante ese periodo de transición, fue la llamada Ley de Amnistía del 78, que dejaba sin juicio y sin castigo tanto a los criminales como a sus crímenes llevados a cabo durante el fascismo, una vez acabada la guerra.

No solo fue una Ley de Amnistía la del 78, porque escondía tras ella una ley de impunidad total a los 40 años de fascismo, durante los cuales una parte de la sociedad española vivió amedrentando, torturando, saqueando, expoliando, matando y humillando a la otra parte de la sociedad, la derrotada en la guerra y, los herederos naturales y políticos de aquellos criminales, aun hoy día continúan sin digerir ese modelo de sociedad democrática, plurinacional y plurilingüe que se ha pretendido construir y que nos han vendido como modélica, pero que estamos viendo lo mucho que se aleja de la realidad de las cosas.

Ya sé que muchos pensaran que las comparaciones son odiosas y todo eso que se dice en estos casos, pero es obvio que otras sociedades que también sufrieron los envites y consecuencias de una guerra, como la II Guerra Mundial por ejemplo, cerraron mucho mejor que nosotros esa época de su historia, como consecuencia y fruto de ello hoy sus modelos de sociedad democrática están mucho más consolidados que el nuestro y, porque no decirlo, les envidiamos esos modelos en muchos aspectos.
                                                                             

He crecido, como muchos y muchas de vosotros, teniendo que escuchar aquello tan manido de que España es diferente. Una vieja cantinela que ha estado repiqueteando en mi cerebro intentando averiguar, no los porque superfluos sino los profundos de esa aseveración.


 Y sí: somos diferentes porque no hemos podido hacer peor las cosas y, una de las consecuencias de ello, es que hoy los fascistas y el fascismo heredado campan alegremente a sus anchas, copa las más altas esferas del poder y continúan teniendo como guardias de corps a la iglesia vía nada más y nada menos que el Opus Dei, rémora inagotable que ha ayudado, y mucho, en la construcción de un pueblo moralmente amedrentado y cobarde, taimado y sumiso, fácilmente amedrentable y, por consiguiente, perfectamente manejable a través de unas políticas y unos medios de comunicación alienados con la causa fascista.

 Sí: llevamos, y así hemos crecido todas las generaciones posteriores a la guerra civil, muchas mentiras a cuestas que han ido modelando nuestra sociedad actual.

Cuando decimos, no sin envidia, que por ejemplo en Alemania no hay una fundación en recuerdo a Hitler y están prohibidas las formaciones políticas que lo representen, a diferencia que aquí, que además hemos subvencionado con dinero público, estamos diferenciado y envidiando esa democracia, limpia de su pasado que se niega a repetirlo.


 Aquí, además de tener la fundación del dictador, tenemos formaciones políticas que no han condenado ni siquiera nunca el régimen fascista y que incluso hoy día nos gobiernan.

 Esto es un hecho incontrovertible que evidentemente nos hace diferentes. Como otro dato diferencial lo encontramos en el hecho de que, por parte de la parte interesada en que parezca lo contrario, nos digan y repitan que aquello de las 2 Españas es agua pasada, algo que ya hemos superado por arte de birlibirloque; cuando la realidad es que está más vigente que nunca, sobre todo tras la irrupción en el escenario político de la ultra derecha, que amenaza con hacerse incluso con acceder al poder aprovechándose del estado de ensoñación en el que vive la izquierda, buena parte de ella felizmente, para ella, aburguesada y acomodada, sin capacidad de reacción ante el envite, convenientemente silenciada con la compra de ese silencio convertido en connivencia socialista.

Lo que nos pasa hoy, por lo tanto, es una de las consecuencias de ese pacto de las ratas que configuró el régimen del 78, que dejó inconcluso el proceso de transformación de la sociedad creada durante el periodo fascista, a una sociedad plena y auténticamente democrática, como esas que nos circundan y que envidiamos.

Hete aquí que les pedimos y nos dejaron entrar en su club privado, y que recién están descubriendo en Europa que en España quizá las cosas no son como parecían, ni aquí todo es sol, alegría, paella y buenas playas, buen rollito y mucha gente guay, sino que hay, subsiste y pervive el franquismo tras la afloración y puesta en escena de la política europea, del mayor problema territorial y político que padecemos desde la instauración de la llamada democracia.



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