Apenas fallecido el dictador Franco, Juan Carlos de Borbón fue
proclamado rey de España. En la ceremonia, el nuevo jefe de Estado juró
lealtad a Franco, exaltándolo, y los Principios del Movimiento
Nacional. Fue un 22 de noviembre.
No sabemos qué tenía en la cabeza,
aunque cabe deducir por lo ocurrido luego, siguiendo a Pérez Royo,
que el monarca tenía clara la restauración de la monarquía borbónica,
viniera lo que viniera ; fueron tres años de reinado con el fárrago
entramado del franquismo.
Y lo que vino, a finales de 1978, tras el
consenso propio, la responsabilidad y generosidad política y civil y la
presión ajena, fue la Constitución, refrendada por la ciudadanía, en
un "o todo o nada", que aceptó la monarquía en el paquete rogado
presentado al pueblo en referéndum. No estábamos para otra cosa .
Desde su proclamación hasta la entrada en vigor de la Constitución, (1975-1978) fue un rey sin Constitución, es decir, ejerció su jefatura con las leyes del franquismo. Unas leyes que habían abolido la Constitución democrática de 1931.
Cuando el rey no era constitucional, corrió a los pocos días de ser
proclamado, un 26 de noviembre a conceder el Ducado de Franco a la hija
del dictador. No tardó mucho.
Con las leyes que habían derogado el
artículo 25 de la Constitución republicana de 1931, que no reconocía
distinciones ni títulos nobiliarios, el rey, dice el texto del decreto
de 1975, concedió el ducado, con grandeza de España, en razón de "su
Real Aprecio" y por las "excepcionales circunstancias y merecimientos
que en ella concurren".
Nunca supimos en qué consistía dicho Real
Aprecio y los merecimientos de la regalada, pero los sospechamos .
Las leyes franquistas habían abrogado la Constitución republicana y
restablecido las disposiciones, a estos efectos nobiliarios, de 1912, en
las que se había apoyado antes el dictador, por cierto, para,
creyéndose él mismo monarca absoluto, - incluso entraba bajo palio en
las catedrales causando el espanto de los cardenales más integristas-,
conceder mercedes nobiliarias hasta a más de una treintena de sus
afectos y leales y a los militares golpistas más sanguinarios, desde
entonces, duques o marqueses, y ricos terratenientes.
Han pasado muchos años, tenemos Constitución y leyes, entre otras, la Ley de la Memoria Histórica, que el rey debería ser el primero en cumplir.
No hay motivos confesables para no haber cumplido la ley hasta ahora.
No caben en nuestros días honores y merecimientos ajenos a los valores
democráticos.
Hoy, nos dice el Gobierno que los títulos son solo honoríficos, el honor de los valores del franquismo;
no es de extrañar de un Gobierno sostenido por los reductos
neofranquistas de la sociedad española, de un partido fundado por
franquistas, con ministros cantores del Novio de la Muerte.
Y el rey guarda silencio. No creo en la culpa hereditaria, pero si en la responsabilidad, en la ejemplaridad, y temo la complicidad del monarca con los valores defendidos por su padre, que no son otros que los del agradecimiento al caudillo por poner los cimientos de la restauración borbónica. Intereses de "Casa", real por supuesto, que diría Bourdieu. Pero, ¿y el PSOE?
Podrían explicarnos desde el Gobierno qué tipo de honores representan
los herederos nobiliarios del franquismo. No son los valores civiles de
una democracia, republicana o no, ni representan honores de un
patriotismo cívico, tal como lo expresa Habermas. Son los herederos de la infamia, los detentadores del botín de guerra.
Porque
la represión, además de física y moral, fue también económica, cuyo
mayor exponente fue la depredación de los bienes y propiedades de
numerosos ciudadanos españoles. Y por supuesto, la represión
simbólica, consistente en la perpetuación de la presencia del dictador y
las señales de su victoria contra la democracia.
En España queda poco honor, ni siquiera el honor y el valor de la
resistencia a tanta ofensa institucional a los principios de la
libertad y la democracia. Es, además y sobre todo, una cuestión de
decencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario