Prólogo al ‘Diccionario del franquismo. Protagonistas y cómplices, 1936-1978’, de Pedro L. Angosto
La forma en que se produjo en España el pacto de la
“transición” contribuyó a que se hiciera el silencio sobre la historia
del franquismo, puesto que no se podían airear las responsabilidades de
los mismos con quienes se pactaba, ni depurar las culpas de miembros de
la jerarquía militar o judicial que seguían desempeñando sus cargos.
Y aunque ha habido en las últimas décadas un volumen
considerable de investigación que ha permitido conocer a fondo la
realidad de los crímenes y desmanes de la dictadura, se sigue
manteniendo desde los organismos públicos y desde los medios de
comunicación una especie de neutralidad que ha favorecido la aparición
de un revisionismo histórico que pretende demostrar que la guerra civil
no fue más que un enfrentamiento entre dos bandos igualmente culpables.
La confusión creada por esa indefinición explica escándalos intelectuales como el del Diccionario Biográfico Español,
publicado por la Real Academia de la Historia entre 2009 y 2013, o la
confusión que ha hecho posible que se difundiera recientemente por los
medios la desgraciada ocurrencia de Daron Acemoglu de comparar la
transición española con la “primavera árabe”.
Confieso que nunca he entendido que se pueda valorar del
mismo modo una república que formó maestros, abrió escuelas y creó
bibliotecas públicas en los pueblos, y un régimen militar que asesinó a
maestros, cerró escuelas y bibliotecas y quemó libros.
Pero así deben pensar quienes alientan esta ola de
revisionismo, apoyada por autoridades tan dudosas como la de Stanley
Payne, dispuesto siempres a apadrinar cualquier engendro contra la
República y en defensa del franquismo.
Conocí a Payne en los años sesenta, en una ocasión que
pasó por Barcelona y se reunió con un grupo de jóvenes historiadores.
Era por entonces un autor de moda. Había publicado en 1962 Falange. A history of Spanish fascism, que Ruedo Ibérico tradujo
en París tres años más tarde. Nos estuvo describiendo a los falangistas
de los años de la Segunda república como un grupo de jóvenes
intelectuales amantes de la poesía.
Se me ocurrió preguntarle cuál era
en aquellos años la fuente de ingresos de que vivía José Antonio y me
contestó: “Eso no lo sé”. Me pareció poco serio que montase todo un
tinglado interpretativo prescindiendo de asentarlo sobre la realidad y
perdí desde aquel momento la confianza en la calidad de su
investigación.
Pero es que la calidad de la investigación no cuenta en
las valoraciones del revisionismo. Podemos verlo en la forma en que
reaccionan contra quienes les contradicen. Uno de los objetos de su
furor es, por ejemplo, Ángel Viñas, un investigador que tiene una obra
posiblemente tan copiosa como la de Payne, pero que se distingue
netamente de la de éste por la ingente cantidad de nueva documentación
que ha sacado a la luz y ha publicado.
En un reciente alegato contra Viñas, Carlos González
Cuevas, cuya interpretación del régimen franquista se expresa en
afirmaciones como “Franco era, como aparecía en las monedas de la época,
‘Caudillo por la Gracia de Dios’; lo que suponía unos límites claros a
su capacidad de decisión” o “el pluralismo inherente al régimen político
nacido de la guerra civil”, se dedica sistemáticamente a la tarea de
denostar las obras de Viñas, sin argumentos sólidos para fundamentar la
crítica.
Un ejemplo de ello lo tenemos en la condena de que haya
publicado las memorias de Francisco Serrat Bonastre, “con el solo
objetivo de fundamentar sus prejuicios antifranquistas”. Pero Serrat era
un embajador al servicio de la República, que abandonó su puesto en
Varsovia para unirse al régimen franquista, que le nombró Secretario de
Relaciones Exteriores.
Si tenemos en cuenta, además, que sus memorias no
estaban destinadas a la publicidad, sino que permanecían en manos de la
familia, para descalificarlas, y para criticar a Ángel Viñas por
haberlas publicado, se necesita cuando menos aportar evidencias que lo
justifiquen.
Lo que realmente necesitamos es más documentación y más
conocimiento. De ahí que me parezca oportuno celebrar la publicación de
este diccionario bibliográfico del franquismo que Pedro L.
Angosto ha
realizado con un notable esfuerzo de documentación. Si los grandes
nombres cuentan con una bibliografía más o menos accesible, es difícil
encontrar información de otros muchos cuya trayectoria vital se recoge
en estas páginas.
Será, en suma, una nueva herramienta que nos ayude a
conocer mejor la historia de una época.
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