Larra dedicó una de las
cumbres del columnismo hispánico a la pereza, que sería el pecado
capital favorito de los españoles si tuviéramos energía y ganas como
para ponernos a confeccionar una lista de pecados capitales. Larra
podría haber escrito el ‘Vuelva usted mañana’ ayer y no
sólo no habría perdido vigencia sino que además podría haberlo titulado
‘Vuelva usted pasado mañana’.
El penúltimo capítulo de esa oda a la
vaguería que vertebra la vida laboral de muchos funcionarios españoles
(los demás tienen que trabajar por ellos) la ha escrito con letras de
oro Carles Recio, que ocupaba hasta agosto de 2017 el
puesto de jefe de la Unidad de Actuación Bibliográfica en el Archivo
General y Fotográfico de la Diputación de Valencia.
A Recio lo
despidieron porque durante más de diez años su rutina diaria consistía
en presentarse a fichar a las siete y media de la mañana y después a las
tres y media de la tarde. Entre medias, no se sabe, no contesta. Por
esa breve aparición estelar cobraba 50.000 euros anuales.
No tenía mesa ni ordenador y no se sabe que participara en ediciones ni
publicaciones del centro.
Sin embargo, Recio se ha defendido de la
acusación con una desidia espectacular: “He dedicado horas y horas a la
institución”, dice. Podía haberse defendido más y mejor pero no tenía
ganas. Diez años condensados en “horas y horas” de trabajo que Recio ha destilado en una exposición a mayor gloria de sí mismo,
una muestra de su labor como dibujante, fotógrafo, pintor y escultor
donde incluso había tebeos que se remontaban a su infancia.
Él mismo ha
titulado la exposición ‘Los trabajos de un hombre que nunca trabajó’,
pero el Ayuntamiento de Valencia ha decidido cancelarla porque la cosa
ya pasaba de recochineo. Les parecía algo así como exponer en el
Congreso de los Diputados una muestra de las mejores puntuaciones en Candy Crush de Celia Villalobos.
La tentación de vivir sin trabajar,
como Celia Villalobos, es una constante en el ecosistema laboral
hispánico. Yo he soñado con ser Celia Villalobos desde niño, desde que
veía por televisión las plácidas navegaciones de Vacaciones en el mar y
comprobaba entusiasmado que en aquel trasatlántico, excepto el camarero
afroamericano, nadie pegaba ni palo al agua.
Era un milagro que el Pacific Princess no
chocara a diario con un iceberg teniendo en cuenta que el capitán
Stubing se pasaba el día cenando.
Como dijo mi amigo, el novelista José María Mijangos, la teleserie era una oda al absentismo laboral,
con la tripulación dedicada básicamente al apareamiento, el sobrecargo
rescatando cadáveres de ancianos de la piscina, la directora repasando
una lista donde siempre sobraba o faltaba alguien y el médico recetando
sospechosas píldoras a los jubilados rijosos décadas antes de la
invención de la viagra.
Recio pretendía emular a esos diputados españoles cuya presencia en el hemiciclo consiste en un sillón desocupado en medio de varias hileras de sillones desocupados.
Jugaba en su contra, no obstante, la adscripción a una ganadería
política cualquiera. No es extraño que, con tanto diputado, tanto Recio y
tanta Villalobos, haya que alargar la edad de jubilación hasta los 87 años.
Con un poco de suerte acabaremos todos en un trasatlántico y con un poco de mala suerte en un iceberg.
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