lunes, 19 de febrero de 2018

Lenguas enfrentadas – Juan Gabalaui

 
 
Mi familia proviene de una zona geográfica en la que se habla español y gallego. Son capaces de cambiar de lengua en función de los interlocutores. Lo hacen casi sin darse cuenta, adaptándose al contexto de forma natural. El Estado Español es, en gran parte, bilingüe lo cual le confiere una notable riqueza lingüística y cultural. Pero esta diversidad ha sido instrumentalizada por movimientos conservadores en su lucha contra los nacionalismos catalán y vasco.
 
 En la actualidad, la ofensiva del Estado y de las fuerzas conservadoras contra Catalunya se desarrolla en diferentes frentes. El idiomático es uno de ellos. La riqueza se transforma en confrontación entre lenguas y entre hablantes. Retuercen los argumentos hasta convertir una sociedad bilingüe, como la catalana, en una sociedad monolingüe donde rige el imperio del catalán en detrimento del español y en contra de los derechos de los castellanohablantes.
 
 Nos presentan a familias que se quejan del perjuicio educativo y de la discriminación que sufren sus hijos en los centros escolares pero no se apoyan en ningún estudio serio que demuestre sus acusaciones. Abordan el problema desde un punto de vista emocional porque la batalla de los datos y de la realidad la tienen perdida. Para un madrileño que no conoce esta realidad, la información que recibe de los medios prosistema, del gobierno y de los partidos políticos conservadores, como el Partido Popular y Ciudadanos, configura su opinión.
 
 Una información dirigida a exacerbar una reacción emocional ante las supuestas injusticias y discriminaciones sufridas por los hablantes de español.
La mirada hacia Catalunya está llena de prejuicios y estereotipos. Estos no han aparecido de forma espontánea en la cabeza de los españoles, muchos de ellos monolingües, sino que han sido construidos y alimentados por regulares informaciones inexactas, tergiversadas y manipuladas. 
 
Hablar catalán se convierte de esta manera en una afrenta lingüística contra los españoles. No son extrañas las anécdotas de viajeros que cuentan cómo les seguían hablando en catalán cuando les habían pedido explícitamente que les hablaran en español. Lo que no nos cuentan esas anécdotas es la actitud de los que piden que les hablen en español, ni las formas, ni el tono. Una actitud prejuiciosa ante algo que nos incomoda puede conducir a actuar de forma prepotente, intolerante y chulesca. Nos cambia hasta los gestos y la postura del cuerpo. Este aspecto fundamental en la interacción entre dos interlocutores se obvia en el relato experiencial centrándose exclusivamente en el contenido. 
 
Si acudo a mi experiencia y tras muchos viajes a Catalunya no he tenido ninguna desagradable en mi relación con hablantes de catalán. Afortunadamente me he ido desprendiendo de los estereotipos y los prejuicios que me inculcaron sobre Catalunya lo cual ayuda, sin duda, a relacionarte de otra manera. 
 
Si vuelvo a acudir a mi experiencia la mayoría de los que me han contado este tipo de anécdotas siguen con esa carga. Su posicionamiento ante la deriva antidemocrática del estado español en la cuestión catalana es fervientemente proestatal.
No necesitan datos ni estudios. Los prejuicios confieren a las anécdotas e historias personales naturaleza de veracidad. Es suficiente con que una madre aparezca en el programa de Ana Rosa o Susanna Griso, denunciando que sus hijos no pueden obtener un adecuado nivel de competencia lingüística en castellano o un ataque a los derechos lingüísticos reconocidos por la constitución, para que consideren que esto es cierto. 
 
No importa que, según datos de 2013 de IDESCAT, un 99,7% de la población entiende el castellano, un 97,4% lo sabe leer  y un 99,7% lo sabe hablar. El partido político Ciudadanos está detrás de la desinformación. Sus acusaciones sobre la persecución del español son falsas pero esto no ha impedido que una gran parte de la población española les haya comprado el argumento.
 
 La habilidad para la manipulación les lleva a proponer medidas como el modelo educativo trilingüe que va dirigido a marginar al catalán frente a dos potentes idiomas como el inglés y el español. Como por arte de birlibirloque convertirían el catalán en una lengua condenada a su desaparición. Pero en esta batalla no están solos. 
 
El ataque al bilingüismo está liderado a su vez por el presidente de un gobierno que no habla el idioma de su tierra ni conoce otro que no sea el español. Entre bambalinas nos encontramos con el nacionalismo español que tiende a la uniformidad y que sufre de complejo de inferioridad frente a la diversidad.
 
El español rancio que ha construido el nacionalismo es aquel que se va a Portugal y habla en español porque los portugueses entienden perfectamente el idioma. Son los que no se esfuerzan en aprender unas palabras o frases para mostrar deferencia a las personas que les acogen. Si se les dijera que aprendieran algo en catalán se burlarían y lo concebirían como una perdida de tiempo. 


Para eso mejor el inglés. Idioma que tampoco manejan ni se esfuerzan en aprender. Son aquellos que se van a vivir a Galiza o a Euskal Herria y, décadas después, apenas chapurrean unas palabras. Eso sí, el acento gallego lo bordan. Si te compras un libro en inglés, te dicen que por qué no te lo compras en español. Se ríen si intentas pronunciar bien una palabra en otra lengua o se burlan si leen en los periódicos que la pronunciación de aquellos que se esfuerzan en hablar otro idioma es deficiente. 


Murmuran cuando escuchan hablar a catalanes en Madrid. ¡Están en España! Se burlan de los tonos chinos o de la pronunciación árabe. Son los que dicen que a los andaluces no se les entiende. Los que ven a ETA detrás de periódicos publicados íntegramente en euskera. El español rancio actúa con suficiencia. No necesita hablar el idioma haya donde vaya porque habla español. Aunque no sepa la diferencia entre haber y a ver.


 



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