¿Qué hizo realmente el rey en Suiza? ¿Acaso fue a explicar Felipe VI el
posible y peligroso reverdecimiento del republicanismo español
estimulado por la determinación pacífica del republicanismo catalán?
La oposición del Consejo de Estado a que el Gobierno siga utilizando al
Tribunal Supremo para impugnar la investidura del Sr. Puigdemont como
president de la Generalitat Catalana reviste una importancia tal que
deja al Sr. Rajoy solo ante sí mismo y confirma, sin precisión de más
pruebas, la comisión de un posible delito público de gran calado: la
escandalosa subordinación de la justicia al poder ejecutivo. Una juez de
gran prestigio, Mercedes Alaya, ya ha denunciado en la Universidad de
Granada la «injerencia cada vez más “socavadora” del poder político en
el judicial».
Después de la delación que implícitamente entraña este posicionamiento
del Consejo de Estado, la colusión fáctica del poder judicial y del
ejecutivo ante Catalunya resulta inocultable y ha roto la confianza del
ciudadano común en la limpieza jurisdiccional y de paso se ha llevado
por delante al poder legislativo ¿Podría haber incluso prevaricación en
la decisión de nulidad que emita el Supremo en torno a la elección del
presidente catalán? Por su parte la Moncloa ha pasado de un ejercicio
absolutamente epidérmico y falaz de la democracia a un comportamiento
abiertamente dictatorial al amortizar de hecho la separación de poderes.
El fascismo progresa embarcado en una Constitución que ha resultado un
aborto de la libertad. ¡Pobre democracia, tan poca y tan podrida!
¿Pero esta posición del Sr. Rajoy de jugar con un poder omnímodo –todo
es lo mismo, tribunales o gobierno–, tan comprometedor para una Europa
que está luchando por enmascarar su autoritarismo, ha sido adoptada
personalmente por un Rajoy convencido de lo que hace, aunque sea
influido por sus colaboradores radicales, como la vicepresidenta del
gabinete, o le ha sido impuesta por la Corona, que ha querido poner en
Davos el parche antes del pinchazo inevitable de la monarquía? ¿Estamos
ante una situación de emergencia del propio Rajoy o de una etapa muy
peligrosa para la dinastía?
Digo todo esto tras revisar otra histórica conmoción sísmica acontecida,
más o menos por el estilo, el 13 y 14 de abril de 1931, que es cuando
se decidió que Alfonso XIII partiera para el destierro ante la
resurrección de las masas republicanas. Ya sé que hablo de paralelismo y
no de coincidencia ¿Pero estamos en otro momento potencial de
consunción monárquica como estaba España en abril del 31? Si fuera así
hay que tener en cuenta que los Borbones son bipolares y pasan
súbitamente del miedo al uso inmoderado de la fuerza represora.
El 13 de
abril de 1931 el monarca había reunido en palacio a las personalidades
más sobresalientes del gabinete Aznar más ciertos personajes como el
general Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, ya dividida
entre la monarquía y la república. Alfonso XIII quería saber con quién
contaba. Era el momento del miedo insuperable. Las respuestas fueron
definitivas. El rey aceptó sin chistar la huida –porque hubo huida
vergonzosa con abandono de familia– alegando que no quería verter sangre
española, lo que no fue óbice para que poco después apoyara desde Roma
el levantamiento de Franco contribuyendo al crimen de lesa patria con su
prestigio entre los monárquicos europeos y una sustancial aportación
económica para adquirir armas en la Italia de Mussolini.
Ya sé que no son los mismos tiempos en cuanto las formas, pero empujan a
la pregunta: ¿a que fue realmente Felipe VI a Davos? No creo que
buscase un incremento comercial o un apoyo financiero; eso es labor
propia del gobierno. No creo tampoco que fuera a estrechar vínculos con
los verdaderos propietarios del mundo; esos están ya con el monarca en
la cruzada del neoabsolutismo. Pero insisto: ¿qué hizo realmente el rey
en Suiza?
No conozco, al menos yo no conozco, una nota explicativa del
gabinete Rajoy sobre este viaje de la corona coronado por una frase
delatora: «En España existe la ley» ¡Ah, caramba! ¿Acaso fue a explicar
Felipe VI el posible y peligroso reverdecimiento del republicanismo
español estimulado por la determinación pacífica del republicanismo
catalán? Un reverdecimiento que quizá entrañará ciertas reflexiones en
una Europa Unida, que cruje por todas sus cuadernas y solamente le
faltaba el enredo español. Lo pienso, lo medito, lo sospecho, incluso.
Un republicanismo vencedor en la nación peninsular más avanzada,
Catalunya, estimularía en muchos terrenos una postura nueva en Europa.
La Sra. Santamaría debió por su parte pensar en ello cuando se dirigió
al Sr. Puigdemont para preguntarle si es que quería balcanizar Europa.
Por lo visto la regresión de las naciones menos poderosas de la Unión
hacia sí mismas para decidir su futuro está en el telar de sus
ciudadanías. Y Catalunya podría representar un verdadero e incitador
poder político en ese ámbito tan decantado históricamente hacia el
Mediterráneo.
Lo único real por ahora es que una corporación que aloja gente que tiene
una edad poblada de experiencia como es el Consejo de Estado ha de ver
normalmente irracional o extravagante el empleo escandaloso de la
justicia como verdadero actor político –una justicia también dividida
ya– de los encarcelamientos coloniales y de la fuerza armada que da un
color decimonónico, cuando no, fascista, a la vida española, tan
extemporánea en sus aconteceres.
Pero todo lo anterior se agrava si tenemos en cuenta que el supuesto
delito de que se acusa a muchos catalanes para convertir España en un
campo más de reclusión es el delito de rebelión, figura penal acerca de
la cual la ciencia jurídica opone actualmente graves reparos; tantos,
que en muchos países ha dejado de existir esa figura de delito
transformada hoy en delitos políticos ante los cuales el rigor
penitenciario es muy discreto y tiende a ceder plaza ante las
negociaciones políticas.
El profesor Rodríguez Devesa llega a decir «que
en principio no puede admitirse un cambio violento del ordenamiento
jurídico, pero está fuera de duda que cuando el Estado no cumple su
misión de asegurar la convivencia, cuando la injusticia se convierte en
sistema, el Estado debe ser destruido». El profesor citado defiende con
energía, repito, el derecho de defensa de una colectividad desdeñada.
Demos, pues, algunas vueltas a eso de la rebelión con textos
profesorales en la mano que destacan en el término rebelión un severo
carácter inspirador de orden militar decimonónico para enfrentarse a los
numerosos levantamientos masivos en pueblos colonizados interior o
exteriormente y contra los que se empleaban recursos armados para
eliminar la agresión a la fuerza pública o a los representantes del
poder en un horizonte abiertamente bélico.
La rebelión está efectivamente caracterizada por el uso de armas por
parte de los rebeldes levantados, por las destrucciones públicas, por el
terrorismo, por el corte severo de comunicaciones, por la turbulencia
de las masas… ¿Y acaso los nacionalistas catalanes deterioraron la paz
con acciones de tal carácter? ¿No fue el Gobierno de Madrid el que hizo
muchas de esas cosas, desde la violencia que practicó contundentemente
hasta los encarcelamientos «preventivos», para contener el «terrible
crimen catalán», consistente en manifestaciones y peticiones pacíficas
para exponer unos derechos que les han sido negados con cruel torpeza?
Unos derechos que desde hace unos años trató de administrar la
Generalitat mediante una Autonomía reformada y enriquecida con la
aquiescencia además del Parlamento español, sin obtener más respuesta,
de nuevo al margen de la política, que la represión judicial
subrepticiamente estimulada por quienes invalidan a su propio
Parlamento. Ahora ya es posiblemente tarde para circular por la vía del
diálogo inteligente y noble que ha ido destruyendo el Sr. Rajoy con una
inepcia de la que trato de averiguar el verdadero o verdaderos
beneficiarios. Davos, Davos; Bruselas, Bruselas…
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