Veo, oigo y leo, con frecuencia, en
todos los medios de comunicación públicos (pocos) y privados
(muchísimos), como políticos de “izquierda” o de “derecha” supuestamente
conocedores de nuestra historia próxima, y periodistas ilustrados o
ilustradísimos, pronuncian y sentencian la conocida “verdad
indiscutible” de que la Transición fue un “borrón y cuenta nueva”
que aseguró la vida ciudadana bajo un estado de derecho.Con ella, al
parecer se estableció una España reconciliada, entre franquistas de toda
la vida y demócratas que habían sido perseguidos pero que por fin
salieron de la cueva.
Pocas afirmaciones, sin embargo son más
falsas que esa. La Transición española fue, queridas y queridos amigos,
un auténtico fraude.
Uno de los hechos en los que se basa la
afirmación de la “concordia infinita” es el que la Ley de Amnistía
incluyó todos los delitos, de sangre o no, de un bando o de otro, que
habían sucedido antes de su promulgación.
Entre otros, menos recordados
en la poca historia colectiva que nos dejó la represión y el miedo, los
de su Majestad Juan Carlos I de Borbón, que se encaramó al balcón del
Palacio de Oriente para ocupar el sitio destinado para él por el
genocida Generalísimo; y para respaldar los últimos asesinatos, en vida,
de Francisco Franco y todos los demás –cientos de miles- que ya había
ordenado y firmado, muchos de ellos colectivos. Réquiem in pace.
El Rey del “atado y bien atado” puso la
sonrisa más bucólica o la seriedad más cínica ante los que vendrían
después. Con ello, con la Ley de Sucesión cumplida, se destruyó la
Memoria histórica (que sale ahora desde debajo de las piedras en las
“olvidadas” fosas comunes, nada menos que 80 años después de la matanza)
e impulsada, con el mismo cinismo con el que han ocultado sus restos
durante tantos años por los partidos de la gloriosa Transición ya
mencionada.
Tampoco ese hecho de la Amnistía generalizada era cierto.
Se lo voy a decir en voz alta a todos
los mal informados, los mentirosos y los creyentes de fábulas: los ocho
militares de la Unión Militar Democrática (UMD) detenidos en agosto de
1975 por un operativo militar de precisión en Madrid, a primeras horas
de la madrugada y de forma simultánea en sus hogares, procesados y
condenados a fuertes penas de cárcel nunca fueron Amnistiados.
Fueron
expulsados del Ejército y muchos años después “reincorporados” con
negación expresa de sus superiores militares de que ocupasen los
destinos que les correspondían. Solo sobrevivieron con la ayuda de la
solidaridad civil y por su propio esfuerzo en el que colaboraron
intensamente sus compañeras. Honor pues, para ellos y ellas.
Probablemente se salvaron de un asesinato legal o por aplicación de la ley de fugas porque el dictador ya estaba casi “cadáver de vida sostenida”
y por la intervención inmediata de algunos compañeros abogados que
acudieron a certificar su detención y el lugar en donde estaban
encarcelados.
Los miembros de la UMD que no se habían
identificados como tales en agosto de 1975, o habían promovido lo mismo,
en las mismas fechas, como es mi caso, fueron marcados, represaliados,
confinados y postergados en los ascensos y destinos con el “visto bueno”
de la UCD y del PSOE.
Sus amigos, algunos miembros de una UMD en
desarrollo, fueron también excluidos de los ascensos por el simple hecho
delictivo de sostener amistades y opiniones que, no obstante, estaban
respaldadas por la ley.
Durante el golpe del 23F, con
complicidad indudable del Rey, todos sabíamos los miembros de la UMD
sabíamos cuál iba a ser nuestro futuro. Resistimos aquella barbarie en
marcha tanto como pudimos.
El de ellos, el de la represión sobre
los hombres de la Unión Militar Democrática, y sus compañeras, también
reprimidas, fue un caso insólito y ejemplarizante.
Insólito porque no habían realizado ni
promovido ningún delito de sangre sino, tan solo, una propuesta
democrática a sus compañeros para derribar la dictadura.
Ejemplarizante porque los sucesivos
gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González tenían miedo de que el
desarrollo de la UMD, con muchas posibilidades en aquella época,
terminase por crear en España una organización como el Movimiento de las
Fuerzas Armadas, el MFA, de Portugal que derribaron a otra dictadura
fascista e iniciaron una revolución.
Algo insoportable para la UCD y el
PSOE. También, por cierto, para el PCE aunque, nosotros, en aquel
momento, no lo sabíamos.
Ellos, los miembros del MFA, eran en
aquellos años y durante mucho tiempo, nuestros amigos, nuestros
compañeros de sueños. A muchos les prohibieron participar en actos
públicos en la “democrática” España.
Así que, políticos y fabricantes de
opinión, recuperen la historia y no se refugien en la falsedad o en la
ignorancia. Sus armas tan relucientes pero en el fondo tan melladas,
poco a poco, ya no valen.
Antonio Maira | Rebelión | 30/11/2017
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