España se configura en el año 2017 como un estado fallido. Con un ejecutivo perteneciente a un partido corrupto,
un legislativo secuestrado por los créditos que los bancos conceden a
los partidos y un poder judicial dependiente; al bloque hegemónico no le
queda otra que intensificar sus aparatos de control: medios de comunicación, prensa escrita en papel y leyes de excepción.
Para Gramsci, copio wikipedia para hacer más inteligible el concepto, el poder de las clases dominantes sobre el proletariado y todas las clases sometidas en el modo de producción capitalista, no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado pues, si así lo fuera, dicho poder sería relativamente fácil de derrocar (bastaría oponerle una fuerza armada equivalente o superior que trabajara para el proletariado); dicho poder está dado fundamentalmente por la “hegemonía” cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones y de los medios de comunicación.
A través de estos medios, las clases dominantes “educan” a los dominados para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad revolucionaria. Así, por ejemplo, en nombre de la “nación” o de la “patria“, las clases dominantes generan en el pueblo, el sentimiento de identidad con aquellas, de unión sagrada con los explotadores, en contra de un enemigo exterior y en favor de un supuesto “destino nacional”.
Se conforma así un “bloque hegemónico” que amalgama a todas las clases sociales en torno a un proyecto burgués.
Ilustrará la existencia del bloque hegemónico y su funcionalidad práctica la más que presumible victoria de Ciudadanos en “Nou Barris”, barrio de trabajadores, en las “elecciones” del 21-D.
En este contexto no creo que pueda hablarse de “elecciones”.
Cuando los aparatos del Estado demonizan las ideologías que no le convienen, cuando periodistas mercenarios sin ética ni principios se dedican a difamar al “otro”, cuando quienes mienten no se creen ya ni sus propias mentiras y pasean con cinismo su corrupción personal, cuando, en definitiva, el Estado extrema su presión para “vigilar y castigar” al disidente político, hablar de elecciones me parece una frivolidad.
Cuando el engaño y la manipulación controlan la ignorancia y convierten al ignorante en un objeto manipulado, hablar de elecciones es simplemente una mentira.
El alto funcionariado, con su vida acomodada a cambio de dedicarle un par de horas diarias a la cosa pública, los miembros de la Iglesia Católica, acostumbrados a no trabajar y recibir donaciones para financiar su tren de vida, la aristocracia madrileña, cercana al funcionariado y al siglo XIX, y una burguesía que teme que cualquier alteración de la tríada afecta a su negocio constituyen, a día de hoy, un fuerte bloque que sabe jugar sus cartas en la partida del poder.
Educar a cientos de miles de universitarios para que se formen como ciudadanos y voten con criterio es un peligro que puedes contrarrestar enviando a cualquier Albiol a pegar cuatro gritos en la periferia o jugando con el atractivo de la jerezana Arrimadas, convertida en el icono glamuroso de una clase trabajadora que parece suspirar por su imagen más que por sus ideas, como es obvio.
La suma de quienes mantienen privilegios y de quienes nadan en la ignorancia siempre será superior al resto de las sumas.
En este estado de cosas, el 21-D asistiremos a la enésima parodia del Régimen, a las enésimas elecciones manipuladas por el sistema, a la escenificación de la caquexia democrática actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario