Democracia y descentralización política no pueden no ir juntas en
España. Sin democracia no hay descentralización política y a la inversa
Los
nacionalismos catalán y vasco son señales identificadoras de la
democracia española. Esto, aunque sin saberlo en los términos en que
acabo de expresarlo, la sociedad española lo ha ido interiorizando
El constituyente español
de 1978 no sabía qué es lo que quería la sociedad española respecto de
la estructura del Estado y no tenía, en consecuencia, un punto de
referencia sólido con base en el cual dar respuesta a este problema en
el texto constitucional.
Sí sabía, sin embargo, lo
que la sociedad no quería y lo que, por tanto, él no podía querer: el
Estado unitario y centralista no podía ser la forma de Estado de la
Democracia española. En España, Democracia y Estado Unitario no son
compatibles.
La evidencia empírica de la que disponemos es indiscutible.
Ahí está la experiencia protodemocrática del Sexenio Revolucionario en
el XIX y la de la Segunda República en el XX. En los dos únicos momentos
en los que la sociedad española ha tenido un cierto protagonismo para
definir la fórmula de su convivencia, el Estado unitario ha quedado
descartado.
Lo mismo ocurrió en los últimos años de la dictadura del
General Franco. En los programas de todas las plataformas de los
partidos políticos de la Transición, la descentralización política
figuraba como una exigencia insoslayable.
Democracia y descentralización política no pueden no ir
juntas en España. Sin democracia no hay descentralización política y a
la inversa.
El nacionalismo catalán y el nacionalismo
vasco son las dos opciones políticas a través de las cuales se expresa
esa vinculación indisoluble. Sin ellas, dicha vinculación no habría
llegado a constituirse.
Sin ellas, dicha vinculación no puede
mantenerse. Los nacionalismos catalán y vasco son elementos
indispensables de la Constitución material de la España democrática. No
puede haber democracia sin su presencia y participación activa en el
sistema político.
Los nacionalismos catalán y vasco
no pueden competir con el nacionalismo español desde la perspectiva del
poder constituyente por razones puramente demográficas, pero la
existencia de dichos nacionalismos no permite que el pueblo catalán y el
pueblo vasco puedan diluirse en el pueblo español, como lo hacen el
pueblo andaluz, castellano-manchego, aragonés etc.
No hay poder
constituyente catalán o vasco competitivo con el poder constituyente
español. Pero el sistema político español no puede desconocer la
presencia de los nacionalismos catalán y vasco como elementos singulares
e imprescindibles de su configuración como un sistema democrático.
Los
nacionalismos catalán y vasco son señales identificadoras de la
democracia española.
Esto, aunque sin saberlo en los
términos en que acabo de expresarlo, la sociedad española lo ha ido
interiorizando. Lo hemos visto de manera continuada con la Constitución
de 1978.
El sistema político española desde 1977 hasta 2011 ha
consistido en un enfrentamiento entre las dos grandes opciones de
gobierno de España, la de centro-derecha (UCD y PP), y la de centro
izquierda (PSOE), arbitrado periódicamente por los nacionalismos catalán
y vasco.
El PP ha protestado con mucha virulencia cuando el resultado
del arbitraje no le favorecía, pero la sociedad española en su conjunto
ha aceptado siempre el arbitraje y lo ha considerado legítimo.
La
democracia española ha podido operar de una manera estable durante más
de treinta años gracias a los nacionalismos catalán y vasco.
Sin ellos,
el sistema político hubiera sido incapaz de encontrar primero y de
mantener después un punto de equilibrio.
El PP no lo
ha entendido así. Creo que nunca lo ha entendido así. Pero en todo caso
no lo ha entendido así desde que se inició el proceso de reforma del
Estatuto de Autonomía de Cataluña en 2005.
Desde ese momento inició un
ataque frontal contra la Comunidad Autónoma de Cataluña, que ha acabado
destruyendo la fórmula de integración de la nacionalidad catalana en el
Estado español prevista en la Constitución de 1978.
El recurso al artículo 155 CE es la constatación de esta destrucción. La
Cataluña que se expresó a través de la reforma del Estatuto de
Autonomía no tiene cabida en la Constitución de 1978 en la
interpretación que el PP hace de la Constitución, que, desgraciadamente
fue hecha suya por el TC en la STC 31/2010.
La
suspensión de la autonomía de Cataluña y la consiguiente exclusión del
nacionalismo catalán del sistema político destruye el equilibrio con
base en el cual se construyó y se ha desarrollado el Estado de las
Autonomías.
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