Impresionantes olas en el malecón habanero provocadas por el huracán Irma.
Ahora es el momento de hablar sobre el cambio
climático y todas las demás injusticias sistémicas –desde realizar
detenciones e interrogatorios basados en el perfil racial hasta la
austeridad económica– que transforman desastres como Harvey en catástrofes humanas.
De lo que oirán muy poco es acerca de por
qué estos eventos climáticos sin precedentes históricos ocurren con
tanta regularidad, que decir histórico ya se volvió un cliché
meteorológico. En otras palabras, no escucharás hablar mucho, si es que
algo, sobre el cambio climático.
Esto, nos dicen, es porque se busca no
politizar una tragedia humana que todavía está en desarrollo, lo cual es
comprensible, pero aquí está el detalle: cada vez que hacemos como que
un suceso meteorológico nos llega de la nada, como alguna acción de Dios
que nadie pudo predecir, los reporteros toman una decisión
extremadamente política.
Es la determinación de no herir sentimientos y
evitar la controversia, a costa de la verdad, por más difícil que sea.
Porque la verdad es que estos eventos fueron predichos desde hace mucho
tiempo por los científicos climáticos. Los cada vez más cálidos océanos
crean tormentas más poderosas. Los cada vez más altos niveles de los
océanos implican que esas tormentas entran a sitios que antes no
alcanzaban.
Las temperaturas cada vez más calientes ocasionan
precipitaciones pluviales cada vez más extremosas: largos períodos de
sequía interrumpidos por masivas tormentas de nieve o lluvia, en vez de
los estables y predecibles patrones con que la mayoría de nosotros
crecimos.
Los récords que se rompen año con año –ya
sea de sequía, de tormentas, fuegos incontrolados o simplemente calor–
ocurren porque el planeta está notablemente más caliente, más que nunca
desde que comenzaron a llevarse registros.
Cubrir sucesos como Harvey
mientras se ignoran esos hechos, no ofrecer una plataforma para que los
científicos climáticos puedan explicarlo con sencillez, mientras no se
menciona la decisión del presidente Donald Trump de retirarse de los
acuerdos climáticos de París, implica fracasar en el más básico deber
del periodismo: ofrecer hechos importantes y contexto relevante.
Deja al
público con la falsa impresión de que estos desastres no tienen un
origen, lo cual también implica que no se pudo haber hecho algo para
prevenirlos (y que no se puede hacer algo para evitar que en el futuro
sea peor).
También vale la pena señalar que la
cobertura mediática de Harvey ha estado altamente politizada desde mucho
antes de que la tormenta tocara tierra. Ha habido eternas
conversaciones acerca de si Trump se tomaba suficientemente en serio la
tormenta, largas especulaciones acerca de si este huracán será su
“momento Katrina” y se han ganado puntos políticos (con
justificada razón) con el hecho de que muchos republicanos votaron
contra el apoyo a Sandy pero ahora sí atienden a Texas.
Eso se llama
hacer política de un desastre –es el tipo de política partisana que está
en la zona de confort de los medios convencionales, una política que,
de forma oportunista, no toma en cuenta el hecho de que anteponer los
intereses de las empresas de combustibles fósiles a la necesidad de un
decisivo control de la contaminación es un asunto profundamente
bipartisano.
En un mundo ideal, todos deberíamos poder
poner en pausa lo político hasta que la emergencia haya pasado. Luego,
cuando todo el mundo estuviera a salvo, tendríamos un largo, meditativo e
informado debate público acerca de las implicaciones para las políticas
de la crisis que acabábamos de presenciar.
¿Qué debería implicar para
el tipo de infraestructura que construimos? ¿Qué debería implicar para
el tipo de energía de la que dependemos? (Una pregunta con tremendas
consecuencias para la industria dominante en la región, a la que le está
pegando más duro el huracán: la petrolera y la del gas).
La
hipervulnerabilidad a la tormenta de los enfermos, los pobres y los de
la tercera edad, ¿qué nos dice acerca del tipo de redes de seguridad que
tejemos, dado el escabroso futuro que ya aseguramos?.
Dado que hay miles de desplazados, podríamos
incluso discutir los innegables vínculos entre la alteración climática y
la migración –desde el Sahel a México– y aprovechar la oportunidad para
debatir la necesidad de una política de migración que comience con la
premisa de que Estados Unidos tiene una buena parte de la
responsabilidad de las principales fuerzas que sacan a millones de sus
hogares.
Pero no vivimos en un mundo que permite ese
tipo de debate serio y mesurado. Vivimos en un mundo en el cual los
poderes gobernantes se han mostrado demasiado dispuestos a explotar el
desvío de atención de una crisis de gran escala; y muchos están
dispuestos a usar las emergencias de vida o muerte para imponer sus
políticas más regresivas, políticas que nos llevan más por el camino
correctamente descrito como una forma de apartheid climático.
Lo vimos
después del huracán Katrina, cuando los republicanos no perdieron
el tiempo y promovieron un sistema de educación completamente
privatizado, debilitaron la legislación laboral y fiscal, incrementaron
las perforaciones petroleras y de gas y la industria de la refinación, y
abrieron las puertas a compañías mercenarias como Blackwater. Mike
Pence fue un artífice clave de ese proyecto inmensamente cínico y no
deberíamos esperar menos después de Harvey, ahora que él y Trump están al mando.
Ya vimos a Trump usar como tapadera al huracán Harvey
para lograr el muy controvertido indulto de Joe Arpaio y una mayor
militarización de las fuerzas policiales estadounidenses.
Se trata de
movimientos especialmente ominosos, en el contexto de que los puestos de
control migratorios siguen operando aún con las carreteras inundadas
(un serio desincentivo para que los migrantes evacuen), así como en el
contexto de los funcionarios municipales hablando acerca de aplicar las
penas máximas a los saqueadores (vale la pena recordar que después de Katrina, varios residentes afroestadounidenses fueron tiroteados por la policía en medio de este tipo de retórica).
En pocas palabras, la derecha no desperdiciará el tiempo para explotar a Harvey
y ningún otro desastre como ese para diseminar ruinosas y falsas
soluciones, como la policía militarizada, más infraestructura petrolera y
de gas y sistemas privatizados.
Lo cual significa que la gente
informada y a la que le importa tiene el imperativo moral de nombrar las
verdaderas raíces de esta crisis –conectar los puntos entre la
contaminación climática, el racismo sistémico, los reducidos fondos de
los servicios sociales y los excesivos fondos para la policía. T
ambién
necesitamos aprovechar el momento para proponer soluciones
intersectoriales, que dramáticamente reduzcan las emisiones mientras
batallamos contra toda forma de desigualdad e injusticia (algo que hemos
intentado plantear en The Leap y que grupos como la Alianza por la Justicia Climática han impulsado durante mucho tiempo).
Y tiene que ocurrir ahora mismo –justo
cuando los enormes costos humanos y económicos de la inacción están en
plena luz pública. Si fracasamos, si dudamos debido a una errónea idea
de lo que es apropiado durante una crisis, dejamos la puerta abierta a
que despiadados actores exploten este desastre para obtener predecibles y
perversos fines.
También es una dura verdad que la ventana
para tener estos debates es cada vez más estrecha. No tendremos ningún
tipo de debate de política pública después de que pase esta emergencia;
los medios regresarán a cubrir obsesivamente los tuits de Trump y otras
intrigas palaciegas.
Así que, si bien parecería ser indecente estar
hablando acerca de las causas primordiales mientras la gente aún está
atrapada en sus hogares, este es, siendo realistas, el único momento en
que tenemos la atención de los medios como para tratar el tema del
cambio climático.
Vale la pena recordar que la decisión de Trump de
retirarse del acuerdo climático de París –acción que va a repercutir a
escala global durante décadas– recibió más o menos dos días de cobertura
decente. Luego regresaron a hablar de Rusia las 24 horas.
Hace poco más de un año Fort McMurray,
pueblo en el corazón del auge de petróleo de arenas bituminosas en
Alberta, casi quedó reducido a cenizas. Durante un tiempo el mundo
estuvo pasmado por las imágenes de los vehículos que iban en fila, sobre
una carretera, con las llamas acercándose por ambos lados. En aquel
momento nos dijeron que era insensible y sólo se buscaban chivos
expiatorios si se hablaba acerca de cómo el cambio climático exacerbaba
fuegos incontrolables como este.
Era todavía más tabú hacer cualquier
conexión entre nuestro mundo, cada vez más caliente, y la industria que
da energía a Fort McMurray, que daba empleo a la mayoría de los
desalojados y que produce una forma de petróleo particularmente alta en
carbono. El momento no era el adecuado; era el de mostrar compasión,
brindar apoyo y no hacer preguntas difíciles.
Pero, claro, ya para cuando era apropiado
plantear esos asuntos los reflectores de los medios hace mucho que se
habían ido. Y hoy, mientras Alberta intenta conseguir al menos tres
nuevos oleoductos para cubrir sus planes de incrementar la producción a
partir de bituminosas, ese terrible incendio y las lecciones que podría
haber aportado casi no se mencionan.
En ello hay una lección para Houston. La
ventana para proveer un contexto significativo y sacar conclusiones
importantes es reducida. No podemos arriesgarnos a echarla a perder.
Hablar con honestidad acerca de qué fomenta
esta época de desastres seriales –incluso mientras ocurren– no falta al
respeto a la gente que está en el sitio en cuestión. De hecho, es la
única manera de rendir tributo de verdad a sus pérdidas, y nuestra
última esperanza para prevenir un futuro con incontables más víctimas.
* Naomi Klein es autora de Esto cambia todo: el capitalismo contra el clima. Su nuevo libro es No, no es suficiente: Resistir las políticas del shock de Trump y obtener el mundo que necesitamos.
Traducción: Tania Molina Ramírez
Este artículo fue publicado en The Intercept y La jornada.
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