23
de agosto de 2016
Traducción:
Luis Lluna Reig - Leer texto completo [PDF]
La
exoneración de un hombre acusado del peor de los crímenes, genocidio, no
apareció en titulares. No fue publicado ni por la BBC ni la CNN. The Guardian
se permitió un breve comentario. Un reconocimiento tan inusual fue enterrado o
suprimido, comprensiblemente, pues diría demasiado sobre cómo hacen su trabajo
los gobernantes del mundo.
La Corte Penal Internacional de la Haya para la
antigua Yugoslavia (ICTY, por sus siglas en inglés) ha absuelto discretamente
al último presidente de Serbia, Slobodan Milošević, de los crímenes cometidos
de 1992 a 1995 durante la guerra de Bosnia.
Lejos de conspirar con el convicto
líder serbobosnio Radovan Karadžic, Milošević, de hecho, “condenó la limpieza
étnica”, se opuso a Karadžic e intentó detener la guerra que desmembraba a
Yugoslavia. Enterrada casi al final de una sentencia de 2.590 páginas sobre
Karadžic del mes de febrero último, esta verdad, además, demuele la propaganda
que sirvió para justificar el ilegal ataque de la OTAN a Serbia en 1999.
Milošević murió de un ataque cardíaco en 2006, solo en su celda de La Haya, durante
lo que vino a ser como un falaz juicio presidido por un “tribunal
internacional” de invención norteamericana. Se le denegó una operación de
corazón que podría haber salvado su vida, su estado empeoró y fue controlado y
mantenido secreto por funcionarios estadounidenses, como WikiLeaks ha revelado.
Milošević fue la víctima de la propaganda de guerra que actualmente fluye como
un torrente por nuestras pantallas y periódicos y atrae sobre todos nosotros un
grave peligro. Él fue el prototipo de demonio, vilipendiado por los medios
occidentales como el “carnicero de los Balcanes” responsable de “genocidio”,
especialmente en la secesionista provincia yugoslava de Kosovo. El primer
ministro Tony Blair así lo dijo, invocó el Holocausto y exigió actuar contra “este
nuevo Hitler”. David Scheffer, el embajador extraordinario norteamericano para
crímenes de guerra [sic], declaró que unos “225.000 hombres de etnia albanesa
entre 14 y 59 años” pudieron haber sido asesinados por las tropas de Milošević.
Esta fue la justificación del bombardeo de la OTAN, dirigido por Bill Clinton y
Blair, que mató a cientos de civiles en hospitales, escuelas, iglesias, parques
y estudios de televisión y destruyó la infraestructura económica de Serbia. Se
hizo ostensiblemente por razones ideológicas; en una famosa “conferencia de
paz” en la ciudad francesa de Rambouillet, Milošević fue enfrentado a Madeleine
Albright, la secretaria de Estado norteamericana, que se cubriría de infamia
por su comentario de que había valido la pena la muerte de medio millón de
niños iraquíes.
Albright hizo una “oferta” a Milošević que ningún dirigente
hubiera podido aceptar. A menos que él estuviera de acuerdo con la ocupación
militar de su país por fuerzas extranjeras, que quedarían “libres de todo
proceso legal”, y en la imposición de un “libre mercado” neoliberal, Serbia
sería bombardeada. Esto constaba en un “Apéndice B”, que los medios de
comunicación no llegaron a leer o suprimieron. El objetivo era aplastar el
último estado “socialista” independiente.
Cuando la OTAN comenzó el bombardeo,
se produjo una estampida de refugiados kosovares “huyendo de un holocausto”.
Apenas terminó, equipos de policía internacional llegaron a Kosovo para exhumar
a las víctimas del “holocausto”. El FBI no pudo encontrar ni una sola fosa
común y regresó a casa. El equipo forense español hizo lo mismo, denunciando su
jefe furiosamente que se trataba de “una pirueta semántica de la máquina de
propaganda de guerra”.
La cuenta final de los muertos en Kosovo fue de 2.788.
Esta cifra incluía combatientes de ambos bandos y serbios y gitanos asesinados
por el Ejército de Liberación de Kosovo favorable a la OTAN.
Casi la totalidad
de los cacareados misiles norteamericanos “guiados con precisión” no impactaron
contra objetivos militares sino civiles, entre estos los nuevos estudios de la
Radio Televisión Serbia en Belgrado. Murieron dieciséis personas, incluyendo
camarógrafos, productores y maquilladores. Blair describió a los difuntos,
irreverentemente, como parte del “control y mando” serbio.
En 2008, la fiscal
de la Corte Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, Carla Del Ponte,
reveló que había sido presionada para que no investigara los crímenes de la
OTAN.
Este sería el modelo de las siguientes invasiones de Washington en Afganistán,
Irak, Libia y, con sigilo, en Siria. Todas ellas cumplen los requisitos de
“crímenes contra la humanidad”, según los criterios de Nuremberg.
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