miércoles, 25 de enero de 2017

Milošević: víctima de la propaganda de guerra – John Pilger

23 de agosto de 2016
Traducción: Luis Lluna Reig - Leer texto completo [PDF]


La exoneración de un hombre acusado del peor de los crímenes, genocidio, no apareció en titulares. No fue publicado ni por la BBC ni la CNN. The Guardian se permitió un breve comentario. Un reconocimiento tan inusual fue enterrado o suprimido, comprensiblemente, pues diría demasiado sobre cómo hacen su trabajo los gobernantes del mundo. 

La Corte Penal Internacional de la Haya para la antigua Yugoslavia (ICTY, por sus siglas en inglés) ha absuelto discretamente al último presidente de Serbia, Slobodan Milošević, de los crímenes cometidos de 1992 a 1995 durante la guerra de Bosnia. 

Lejos de conspirar con el convicto líder serbobosnio Radovan Karadžic, Milošević, de hecho, “condenó la limpieza étnica”, se opuso a Karadžic e intentó detener la guerra que desmembraba a Yugoslavia. Enterrada casi al final de una sentencia de 2.590 páginas sobre Karadžic del mes de febrero último, esta verdad, además, demuele la propaganda que sirvió para justificar el ilegal ataque de la OTAN a Serbia en 1999. 
 

Milošević murió de un ataque cardíaco en 2006, solo en su celda de La Haya, durante lo que vino a ser como un falaz juicio presidido por un “tribunal internacional” de invención norteamericana. Se le denegó una operación de corazón que podría haber salvado su vida, su estado empeoró y fue controlado y mantenido secreto por funcionarios estadounidenses, como WikiLeaks ha revelado. 
 

Milošević fue la víctima de la propaganda de guerra que actualmente fluye como un torrente por nuestras pantallas y periódicos y atrae sobre todos nosotros un grave peligro. Él fue el prototipo de demonio, vilipendiado por los medios occidentales como el “carnicero de los Balcanes” responsable de “genocidio”, especialmente en la secesionista provincia yugoslava de Kosovo. El primer ministro Tony Blair así lo dijo, invocó el Holocausto y exigió actuar contra “este nuevo Hitler”. David Scheffer, el embajador extraordinario norteamericano para crímenes de guerra [sic], declaró que unos “225.000 hombres de etnia albanesa entre 14 y 59 años” pudieron haber sido asesinados por las tropas de Milošević. 
 

Esta fue la justificación del bombardeo de la OTAN, dirigido por Bill Clinton y Blair, que mató a cientos de civiles en hospitales, escuelas, iglesias, parques y estudios de televisión y destruyó la infraestructura económica de Serbia. Se hizo ostensiblemente por razones ideológicas; en una famosa “conferencia de paz” en la ciudad francesa de Rambouillet, Milošević fue enfrentado a Madeleine Albright, la secretaria de Estado norteamericana, que se cubriría de infamia por su comentario de que había valido la pena la muerte de medio millón de niños iraquíes. 
 

Albright hizo una “oferta” a Milošević que ningún dirigente hubiera podido aceptar. A menos que él estuviera de acuerdo con la ocupación militar de su país por fuerzas extranjeras, que quedarían “libres de todo proceso legal”, y en la imposición de un “libre mercado” neoliberal, Serbia sería bombardeada. Esto constaba en un “Apéndice B”, que los medios de comunicación no llegaron a leer o suprimieron. El objetivo era aplastar el último estado “socialista” independiente. 
 

Cuando la OTAN comenzó el bombardeo, se produjo una estampida de refugiados kosovares “huyendo de un holocausto”. Apenas terminó, equipos de policía internacional llegaron a Kosovo para exhumar a las víctimas del “holocausto”. El FBI no pudo encontrar ni una sola fosa común y regresó a casa. El equipo forense español hizo lo mismo, denunciando su jefe furiosamente que se trataba de “una pirueta semántica de la máquina de propaganda de guerra”. 
 
 
La cuenta final de los muertos en Kosovo fue de 2.788. Esta cifra incluía combatientes de ambos bandos y serbios y gitanos asesinados por el Ejército de Liberación de Kosovo favorable a la OTAN. 

 
Casi la totalidad de los cacareados misiles norteamericanos “guiados con precisión” no impactaron contra objetivos militares sino civiles, entre estos los nuevos estudios de la Radio Televisión Serbia en Belgrado. Murieron dieciséis personas, incluyendo camarógrafos, productores y maquilladores. Blair describió a los difuntos, irreverentemente, como parte del “control y mando” serbio.
 
 
 En 2008, la fiscal de la Corte Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, Carla Del Ponte, reveló que había sido presionada para que no investigara los crímenes de la OTAN. 

Este sería el modelo de las siguientes invasiones de Washington en Afganistán, Irak, Libia y, con sigilo, en Siria. Todas ellas cumplen los requisitos de “crímenes contra la humanidad”, según los criterios de Nuremberg.
 
 
 

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