Este artículo analiza las limitaciones a la libertad de amar impuestas
en la sociedad occidental, y apunta a otras alternativas al modelo
tradicional de pareja o familia.
La industria pornográfica es un negocio boyante. Según datos de Forbes,
se estima en torno a los 3.500 millones de dólares los beneficios
generados por la pornografía sólo en el año 2001 (1).
La pornografía es un comercio de éxito, y el producto que vende,
principalmente, es el cuerpo de las mujeres, que es cosificado para la
excitación sexual del consumidor. Por otra parte, hoy en día la opinión
pública mayoritaria tiende a rechazar el comercio y la cosificación del
ser humano, sea hombre o mujer. Entonces ¿no resulta contradictorio el
gran éxito del negocio del porno? ¿Por qué se consume tanta pornografía?
Seguramente, porque a pesar de la moralidad imperante, el mercado de la
pornografía trata de satisfacer un problema de necesidad sexual no
resuelta, generado por el tipo de estructura social que se nos ha
impuesto.
La mayor necesidad del ser humano, como ser sociable, una vez cubiertas
las necesidades básicas de cobijo y nutrición, es la necesidad de amor,
en todas sus vertientes, incluida la sexual (2).
La necesidad de expresión en cada una de las facetas amorosas es algo
variable y que depende de cada persona. Sin embargo, la actual
estructura social basada en pequeños núcleos familiares cerrados
restringe enormemente la posibilidad de expresión amorosa y el
desarrollo de la capacidad afectiva de los seres humanos.
Desde la infancia nos inculcan que lo «normal» es llegar a realizarnos afectivamente formando un núcleo familiar tradicional (3), siguiendo estos principios:
-Unirse a una pareja del sexo opuesto, a ser posible de por vida.
-Ser «fiel» a esa pareja afectiva y sexualmente, a ser posible de por vida.
-Procrear con esa única pareja y que ambos miembros de la pareja se hagan cargo en exclusividad de los hijos.
Es posible que el origen de este tipo de estructura familiar se
encuentre en las antiguas sociedades patriarcales agrícola-ganaderas, en
las que para sobrevivir era importante salvaguardar las propiedades, es
decir: las tierras, las vacas, las ovejas, las cabras, el caballo, las
gallinas, la mujer y los hijos de esta.
Para ello somos adoctrinados durante toda nuestra vida. Consecuencia de
la interiorización de esta doctrina y de que la mayoría funcionemos en
forma de «parejas»: sólo está permitido expresarse afectiva y
sexualmente con una única persona. Si no, eres «infiel». Y si ya no
funciona la comunicación afectiva con esa persona que se eligió como
pareja -porque antes o después, al final todo el mundo se aburre de
comer siempre lo mismo-, se puede elegir entre:
1.- Aguantarte, frustrarte, y respetar la norma de «fidelidad» y de
«propiedad sobre la pareja», aunque tus necesidades afectivas y sexuales
no queden cubiertas.
2.- Pasar por el trauma de romper la pareja y lanzarte en solitario a buscar una posible siguiente pareja.
3.- Tratar de satisfacer tus necesidades afectivas y sexuales de forma
clandestina, ocultando, mintiendo y engañando a tu pareja, mientras
mantienes encuentros sexuales y/o afectivos con otra/s persona/s.
4.- Consumir algún producto sustitutivo que trate de satisfacer tus
necesidades afectivas y sexuales frustradas y no cubiertas en el ámbito
de la pareja.
5.- Intentar sublimar las necesidades afectivas y/o sexuales frustradas
hacia otros ámbitos, como pueden ser la creatividad artística o la
espiritualidad. Y si la sublimación no funciona, siempre queda descargar
la frustración en forma de violencia hacia otros seres, sea física o de
otro tipo.
Hoy en día, a parte de por inercia, seguramente interesa mantener este
tipo de estructura social porque es mucho más fácil «gobernar, dirigir y
manipular» a pequeños núcleos familiares aislados entre sí, que no a
otras alternativas de convivencia entre humanos.
Esta imposición es artificial, represiva y no respeta la diversidad de
necesidades afectivas de los seres humanos. Habrá personas que tengan
una tendencia monógama de por vida, habrá personas que sean capaces de
amar a más de una persona a lo largo de su vida, de forma simultánea o
no, y con independencia de su sexo, su edad (no menores), o su raza.
Debería darse la libertad para elegir. Si se eligió la opción de formar
una pareja, ¿por qué no hablar abierta y sinceramente de las necesidades
afectivas y sexuales de cada uno con el fin de llegar a acuerdos que
satisfagan a ambos miembros de la pareja? Y si se decide no formar una
pareja, ¿por qué no aceptar como igualmente válidas otras alternativas
de unión afectiva entre los seres humanos?
La vida ya es bastante corta y difícil, como para que además, se nos
restrinja la necesidad de amar. Esto es un gran perjuicio para una
especie animal, como es el ser humano, que necesita tanto del amor y del
contacto físico para sobrevivir y desarrollarse en plenitud. De ahí que
algunas personas, que tienen una mayor tendencia a satisfacer la
necesidad afectiva a través del sexo, se vean obligadas a optar por
evacuar su frustración consumiendo productos pornográficos. De forma
paralela, también otras personas vehiculizan sus frustraciones afectivas
hacia otros tipos de consumismo. No hay como tener a la población
frustrada e insatisfecha para que se dediquen a consumir de forma
bulímica y compulsiva.
Una posible alternativa a la organización social en forma de núcleos
familiares cerrados, podría ser un grupo o comunidad de personas que se
permitiesen amarse entre sí sin restricciones, cada uno como prefiera,
sin que existiese el principio limitante de la «propiedad sobre la
pareja». El grado de cohesión afectiva de este grupo de personas
seguramente sería mucho mayor que el que existe entre personas que no
forman parte de un mismo y pequeño núcleo familiar. Al menos, mayor de
lo que se aprecia en la sociedad actual, en la que parece que lo que le
pueda suceder a la «gente» que no forma parte de tu pequeña familia,
poco importa. También la capacidad de supervivencia se incrementa para
un grupo de personas cohesionadas afectivamente, en comparación a la que
puedan tener dos personas aisladas y sus hijos. En consecuencia, un
grupo cohesionado afectivamente tiene mayor capacidad de defenderse y
resulta menos manipulable. Este sería es el estado primitivo y original
del ser humano, vivir en tribu (organización social previa a la
existencia del estado).
De hecho, la estructura social tribal, en forma de comunidades
autogestionadas, resulta muy similar al tipo de estructura social que
presentan la mayoría de lo grandes simios (4),
como el gorila, el chimpancé común y el bonobo o chimpancé pigmento,
que viven en grupo. No obstante, el tipo de jerarquía o estructuración
del grupo en el caso de los grandes simios admite variantes.
Especialmente llamativa resulta la comparación entre el chimpancé común y
el bonobo. Ambas especies componen el género de los chimpancés y son
los primates genéticamente más similares al ser humano, pero mientras la
sociedad del chimpancé común es patriarcal, competitiva y resuelve sus
conflictos mediante la violencia y la imposición (de forma similar a la
sociedad humana), la sociedad bonobo es matriarcal, colaborativa,
pacífica y resuelve todos sus conflictos por medio del afecto y el
contacto físico.
«Tanto el chimpancé común como el
bonobo evolucionaron del mismo ancestro que dio lugar a los humanos, y
sin embargo el bonobo es de las especies más pacíficas y no agresivas de
mamíferos que hoy día viven en la tierra. Han desarrollado vías para
reducir la violencia que permean toda su sociedad. Nos muestran que la
danza evolutiva de la violencia no es inexorable.»
Cita del artículo de Richard Wrangham R y Peterson D, « Apes and the Origins of Human
Violence», 1996 (6).
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