El
truco franquista - Fran Delgado
Decía
Kevin Spacey en Sospechosos habituales
que el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía. Algo
así parece que sucede en nuestro país con Franco. El pasado 18 de julio se
cumplieron 80 años del golpe de Estado que terminó con la ilusión de la
realidad Republicana en España, esa que retrató Orwell en los primeros días de
su estancia en Barcelona en Homenaje a Cataluña. Resulta curioso la
indiferencia con la que se ha pasado por alto este hecho en nuestro país o, en
el peor de los casos, lo que más ha llamado la atención ha sido algún
enaltecimiento del golpe de militar por parte de algún representante político y
debates televisivos a mayor honra del dictador. Era lo que se podría esperar si
tenemos en cuenta los monumentos, calles y demás honores que tienen en nuestras
ciudades los golpistas, mientras sus víctimas no logran en el descanso en las
cunetas de todo el territorio nacional. Este tipo de cuestiones, simplemente,
no serían permitidas en cualquier democracia. Pero esto es España.
Hay
que referirse a un país en el que los 40 años de terrible represión de
dictadura franquista son aceptados de forma más o menos amplia, sin el más
mínimo reproche social. Todos podemos conocer en nuestro entorno a alguna
persona que legitime de forma velada (y muchas veces explícita) el golpe
militar del 36, pero, eso sí, no acepta que se le llame descriptivamente facha.
En su defensa siempre hablan de las atrocidades que cometieron ambos bandos en
la guerra civil, haciendo un planteamiento falso que omite el levantamiento
contra el orden republicano constitucionalmente establecido y la represión
posterior a la guerra. Igualmente hemos vivido alguna historia familiar que se
tiene oculta, que cuando se habla sobre ella aparece un silencio incómodo, casi
vergonzoso, que indica que eso no debe tratarse, que ya pasó y debe olvidarse.
Lo observamos a diario. “Yo no soy fascista, soy patriota”, “Es que la
República era un caos”, “Con Franco en España se vivía bien”, “Hablar de
memoria histórica es reabrir heridas”… y un largo número de frases cuyo único
objetivo es dar una imagen suavizada de los que fue una cruel dictadura que
asesinó a miles de personas. Pasar página, pelillos a la mar.
Incluso
en el ámbito académico al régimen franquista se le define como autoritario no
como totalitario, queriendo, de esta manera, atenuar el grado de crudeza de la
dictadura española. Fueron 40 años de franquismo que marcaron profundamente la
idiosincrasia, la actitud y los comportamientos políticos que calaron en una
generación, que se trasladó a las siguientes y que perviven en la actualidad.
Es lo que se ha denominado franquismo sociológico, un hecho de tolerancia
social por el que se aceptan los comportamientos fascistas como algo no
especialmente malo, que, unido a una élite proveniente del régimen que
protagonizó el cambio de régimen sin perder el poder económico, político y
mediático, lideraron una transición gatopardista que sirviera para asegurar su
posición privilegiada, es lo que nos ha conducido hasta la situación de
nuestros días.
Cuando
el PSOE llegó al poder en el 82 Alfonso Guerra dijo que “A España no la va a
conocer ni la madre que la parió”.
Pasados
cerca de 40 años de democracia en España, a día de hoy, no sólo no ha
cambiado sino que las diferencias sociales se han agrandando y se ha
profundizado en la división del pueblo. Una España como la de Los Santos
Inocentes pero con Smartphones.
…Porque
la clase dominante, antes apoyando a Franco y ahora demócrata de toda la vida
pero siempre manejando los hilos del poder, ha impuesto su discurso ideológico
y el relato de su historia. Así, en este paradigma las clases no existen, son
un invento de la izquierda trasnochada.
…Porque,
en todo caso, se admite la existencia de una gran clase media con aires de
grandeza que repudia su propio origen.
...Porque
ha sido generalizado el convencimiento de que una persona que tiene un bar con
dos camareros contratados y trabajando 14 horas diarias es un empresario (un
emprendedor) y, por tanto, tiene más en común con la idea de empresario tipo
Florentino Pérez que con su vecino reponedor en el Carrefour, con el inmigrante
marroquí que se cruza todos los días camino del trabajo y vino a España a
buscarse un futuro mejor o con los jóvenes que abarrotan las oficinas de
(des)empleo buscando acceder en unas condiciones dignas al mercado laboral. Se
cree que sus intereses de clase están más próximos a los empresarios
simplemente porque puede financiarse a plazos un viaje de vacaciones con su
familia a la Riviera Maya. Y además hemos llegado a esta situación por
convencimiento propio. Se dice que no hay nada más estúpido que un obrero de
derechas, a lo que yo añado de derechas sí, pero además convencido y contento.
Ese es el error. Negar la existencia y la permanencia de esa élite proveniente del franquismo en el poder, rechazar los lazos comunes que tenemos y que conforman la conciencia e intereses colectivos y de solidaridad de la ciudadanía como base de la estructura social, admitir el franquismo como un mal menor en nuestra historia y convencernos del argumento falaz de que en esta injusta y desigual sociedad todos tenemos las mismas oportunidades.
La reparación de la memoria histórica, recordando todo lo acontecido y poniendo en valor el honor de los ajusticiados por el régimen franquista no es un acto de revanchismo guerracivilista, sino de justicia. Negarla es aceptar el truco del diablo.
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