Nadie bien nacido deja de emocionarse cuando ve a alguien romperse.
Hemos llegado hasta aquí no siendo indiferentes al llanto de un niño y
al dolor de nuestros congéneres. Y cuando perdamos eso nos habremos
perdido como especie. Pero la emoción que embarga a quien sufre porque
ha perdido algo que le era caro –sea un yo-yo, un reino, una secretaría
general o un escaño- no debiera hacernos perder la perspectiva.
La emoción es esencial como entrada al razonamiento, pero luego hay que enfriar el sentimiento, aunque sea para regresar a él. La solidaridad con el que sufre no significa apoyar las razones de ese sufrimiento. La pasión debe ir siempre, como nos recordó Hirschman, acompañada del análisis de los intereses. A veces uno se rompe porque se ha dado cuenta demasiado tarde de que le ha faltado valor.
A Pedro Sánchez se le ha quebrado la voz anunciando que deja su escaño de diputado. Es la penúltima quiebra de quien lleva demasiado tiempo haciendo vieja política y chocando contra la marcha de los tiempos. Digo la penúltima porque en el PSOE cuando ejecutan ejecutan de verdad. Y la gestora, me temo, aún no ha dicho la última palabra sobre Sánchez. Como un animal herido, el PSOE va teniendo maneras de mafioso.
Y no perdonan. Y encima dicen “no es nada personal”. Quizá esa ha sido la razón de su voz cortada y rota.
El papel de Sánchez ha sido triste. Cuando pudo atreverse no lo hizo y dejó que los barones le dictaran el rumbo. Decidió echarse en brazos de Ciudadanos después de las elecciones de diciembre y entró en el juego de descalificar a Podemos para que los de Pablo Iglesias se abstuvieran.
Ese discurso encontró eco en algunos sectores de la formación morada, pero la hipótesis de Iglesias resultó correcta: el PSOE nunca iba a permitir un gobierno con Podemos, y en cuando eso cobrara la menor posibilidad, vendría un golpe de estado interno que pondría las cosas en su sitio. Lo que ha pasado ahora hubiera pasado en enero o febrero. Sánchez se ha estado tentando la ropa todo este tiempo.
Sánchez fue aupado en el Congreso Extraordinario de 2014 por Susana Díaz y Felipe González para frenar a Eduardo Madina, quien significaba una posibilidad de cambio tanto en lo ideológico como en lo generacional. Sánchez, un burócrata del partido sin mochila –salvo haber colaborado en la redacción de la reforma del artículo 135 de la Constitución-, que siempre había trabajado para el PSOE y que era, como todos los cachorros de Pepiño Blanco, obediente. Hasta que se vio Secretario General y decidió tomar sus propias decisiones.
Y empezó a disparar contra el artículo 135 con el que había colaborado y enfadó a Zapatero. Y se postuló para candidato a la Presidencia del Gobierno y enfadó a Susana Díaz. Y empezó a hablar con Podemos por un por si acaso y enfadó a Felipe González. Y ejecutó a Tomás Gómez y enfadó a la gerontocracia del Partido Socialista de Madrid.
Como los doce del patíbulo, se dio a sí mismo una misión suicida que le podía merecer el indulto –ser Presidente del Gobierno- y en una buena finta convocó a las bases para burlar a la baronesada. Pero siempre le faltó coraje. Al final lo han ejecutado y no precisamente como un mártir. En política, incluso los corredores de fondo tienen que acertar con los tiempos y cuándo tienen que jugársela.
El epílogo no dejaba mucho espacio. Votar contra su Comité Federal era cerrar la puerta a que nadie nunca obedeciera las órdenes de los órganos. Mal asunto para quien quiere dirigir un partido. Plegarse y abstenerse haciendo a Rajoy Presidente le convertía a los ojos de cualquiera en un personaje trágico digno de un cuento de Borges sobre traidores y héroes. Toda la jugada le empujaba, en términos racionales, a la dimisión (aunque la desesperación dejaba todos los escenarios abiertos).
La voz rota ha sido la constatación en directo de que ha perdido la batalla y, me temo, la guerra.
Anuncia Sánchez que va a recorrer el país de cara al próximo congreso del PSOE. Tiene detrás demasiada mochila. Ese anuncio sirve para maquillar un poco el duro golpe que le ha supuesto tener que marcharse, pero no vale para reconstruir el PSOE. Ese partido se ha roto, y no puede ponerse en marcha con parches. Ni con Borrell que trae el fardo de Abengoa y los consejos de administración, ni con Madina que va a hacer Presidente a Rajoy absteniéndose, ni con Sánchez, que ha hundido a su partido llevándole al peor resultado de su historia y a una falsa lucha interna que solo ha servido para deprimir a los militantes y votantes honrados de ese partido.
Al PSOE no le queda otra que romperse porque la socialdemocracia ligada a la Internacional Socialista ha cumplido su ciclo histórico. Tuvo su momento de gloria en los años cincuenta y sesenta con el SPD alemán y el Partido Laborista inglés, comenzó el declive con la quiebra de Bretton Woods en 1973, abrió las puertas a los bárbaros con el Tratado de Maastricht, firmó su defunción con las terceras vías y se enterró a sí mismo entrando en el gobierno con Ángela Merkel, haciendo de Margaret Thatcher su referente, bombardeando Yugoslavia o Irak y entrando en nómina de Gazpron, Gas Natural, Murdoch o Carlos Slim.
En España, al igual que en Europa, hay que reconfigurar el sistema de partidos. Lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar: tiempo en donde proliferan los monstruos. La quiebra del bipartidismo ha venido de la mano de la quiebra de las salidas neoliberales. Ni la naturaleza, ni los países del sur ni las generaciones futuras pueden cargar con el ansia de beneficio que reclama el sistema a sus grandes corporaciones.
Por eso ha regresado a Europa esa lucha de clases que significa que en España entren dos salarios en una familia y no lleguen a fin de mes. La lucha de clases que implican las palabras del jefe de la patronal, Rossell, afirmando que “el trabajo estable es una reliquia del siglo XIX”.
El PSOE ha decidido –como en Italia, como en Alemania, como en Grecia- ponerse al lado de los que combatía hace treinta años. Y no puede hacer otra cosa porque es una de las dos patas del sistema.
Hace dos años y medio afirmé que el PSOE tenía que elegir entre Podemos o el PP, y que si escogía al PP se rompería. La parte más relevante de ese partido ya ha decidido. Ahora falta no que nadie invente falsas reconstrucciones de un partido moribundo ideológicamente, sino que los socialistas de corazón encuentren un nuevo espacio y abran el debate con lo emergente. Y en la sede de Ferraz, colgará boca abajo el retrato de Pedro Sánchez como aviso para navegantes.
Juan Carlos Monedero
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