Los que creen conocer a Mariano Rajoy se equivocan.
Quienes pretenden predecirlo se equivocan.
Los que critican su verbo
atascado, su morro y su inmovilismo, yerran. Rajoy es Dios. Mariano es
mejor que Obama y no necesita ni preparador físico, ni equipo de
guionistas, ni asesores de imagen ni sonrisa. Le sale a cuenta ser como
es.
Porque Rajoy sabe mucho más de nosotros que
nosotros de él. Juega con la fórmula del índice de cabreo, que es masa
crítica entre tiempo disponible dividido por la distancia a las urnas.
Sabe que twitter no es "la gente" y que los medios no afines casi no
llegan a sus votantes.
Se da el lujo de darle un puestazo al ministro de los
paraísos fiscales un viernes por la noche. No lo ha hecho el domingo por
no contraprogramar la canonización de la Madre Teresa de Calcuta. Y no
lo ha hecho el lunes para que no le den la lata los periodistas. Por
mucho que arriesgue, por luminoso que sea el farol, Mariano
acierta. Como en las cartas y en la apnea, siente un cierto regusto con
estirar los límites. Idea peligros y le da más morbo el riesgo si además
va ganando. Es un risk taker. Siente placer en dominar la mano, pero más aún en doblegar los cuerpos.
Puede permitirse que un ministro espíe a políticos y mantenerlo de
candidato en plena campaña electoral para luego decir: "Hay gente con
ganas de organizar un problema donde no existe". Y suben los votos para
él y para el ministro candidato. Puede sacarle el corazón al sistema
público, rajar la bolsa de las pensiones, puede tener el historial de su
partido esparcido en los juzgados. Y cada vez tiene más razón y más
votos.
Ahora, otra vez se homenajea y en plenas
negociaciones de investidura nombra a un dimitido por evasión fiscal
para el Banco Mundial. Ahí va eso. Se tapa la barba mientras se ríe por
lo bajini y se pregunta si esta vez se habrá pasado. Luego se da cuenta
de que no, tose y recompone el gesto para entrar muy digno al Comité Ejecutivo Nacional del PP.
La oposición ladra y boquea indignada, en el PP hay tres que dicen que
prefieren no hablar y una en twitter que siente vergüenza ajena. Fin de
la revolución. El 13 de septiembre, él sabe que nadie recordará a Soria
ni la resaca de este sábado ante una de las provocaciones más chulescas
de la política española reciente. Si alguien se lo recuerda, dirá: "Mire
usted, uno hace lo que tiene que hacer, y si este señor es el mejor
candidato según un comité técnico yo no tengo nada que decir, porque si
lo dijera, me acusaría usted de que estoy interfiriendo y manipulando,
así que haga yo lo que haga a usted le va a parecer mal porque hay quien
prefiere criticar que sacar a este país del bloqueo institucional pese a
que la necesidad de gobierno es urgente".
Al acabar, nos habremos
adormilado y ya no nos acordaremos de cuál era la pregunta. Y el caso
Soria (segunda parte) dormirá para siempre y dejará paso a cualquier
otro escándalo que el todopoderoso Rajoy calificará de "cosas" y que no
interferirá en su balance de cuentas, cuentos ni resultados.
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