Quien piense que esa mezcla perfecta de maldad, desprecio a
los demás y torpeza que caracteriza las actuaciones de los dirigentes del PP es
insuperable, se equivoca.
Rajoy, ese personaje capaz de coger un avión para
irse al fútbol tan tranquilo, después de firmar veintitantos mil euros de
rescate a la banca que acabaríamos pagando todos, el mismo que manda mensajes
de ánimo al entonces personaje más odiado de la política española, el que dijo
de las informaciones publicadas sobre los papeles de su amigo Luis (Bárcenas)
que "todo es mentira, salvo alguna cosa", el que defendió a capa y
espada a otro de sus amigos, un tal Soria, al que nombró ministro y que resultó
haber sido titular de sociedades fantasmas en Panamá y se pasó días y días
mintiendo como un bellaco, el que premió al peor ministro de Educación de
nuestra historia con una embajada ajardinada en París, cerca de su novia, ese
mismo señor que, para nuestra desgracia, ha presidido el gobierno de España
durante cuatro años, lleva otro año presidiéndolo en funciones y que, para
nuestra vergüenza, sigue siendo el más votado, ése, ha sido capaz de empeorar
lo que parecía que no podía ser empeorado.
Ese señor que se creía a salvo de todo, ese señor que ha
vivido convencido de que no tenía por qué dar explicaciones a nadie, el que ha
hecho de su capa un sayo cada vez que le ha convenido, el que retuerce las
leyes para ponerlas a su servicio y, si no puede, las cambia, el que quita y
pone jueces magistrados a su gusto o conforme a sus necesidades, el que, siendo
el presidente de su partido, en el que ha sido de todo, cocinero y fraile, el
que también lo ha sido todo en el gobierno, el que parece incombustible, ha
superado lo insuperable.
Fue el viernes pasado. Cuando batió el récord mundial de la
ignominia nombrando a oscuras y sin taquígrafos a su amigo José Manuel Soria,
el que tanto cuidó de su padre, el viejo magistrado, cuando pasó unos días en
las Canarias, para uno de los sillones de la dirección del Banco Mundial, un
puesto remunerado con 220.000 euros al año libres de impuestos. un nombramiento
que podría haber pasado tan inadvertido como Rajoy y su ministro De Guindos
pretendían, de no haber sido porque el elegido tuvo que salir sin honra del
gobierno, por la puerta de atrás de la dimisión indigna, luciendo la larga
nariz de los mentirosos.
José Manuel Soria, el amigo de Rajoy, se empeñó en mentir
como mienten los niños, a la espera del milagro imposible de no ser
descubiertos, y, como los niños, fue reconociendo su culpa poco a poco, según
iba siendo descubierto, ganando tiempo, apenas horas, no se sabe muy bien para
qué, hasta que la mentira se hizo insostenible y no le quedó más remedio que
dimitir.
Lo que probablemente no aprendieron ni Soria ni el propio
Rajoy es que la lealtad entre amigos debe ser recíproca. Lo que quizá no
entendió Rajoy es que, al dar la cara a ciegas por su ministro amigo y
mentiroso, se la estaba jugando, porque su destino iba a quedar
indefectiblemente unido al suyo.
Cabe pensar que a Rajoy le quedó mal cuerpo cuando forzó a
Soria a dimitir entonces como ministro y que, por ello, se esforzó en buscarle
un buen destino, un destino a medida, como ese sillón en el Banco Mundial. De
ese modo, Rajoy agradecía al protector de su padre el sacrificio de quitarse de
en medio, cuando más arreciaba la polémica que ya comenzaba a salpicarle.
Lo que no calcularon De Guindos y Rajoy es que, ahora y sin
mayoría absoluta, todo cuanto pasa y más puede llegar a saberse y que son
demasiados los agraviados dispuestos a contarlo todo. Tampoco fueron
conscientes, sobre todo Rajoy, de que el estado de gracia de que otorga
controlar el Congreso ya no les acompaña. Por eso, en cuanto se conoció el
nombramiento, la noticia y el escándalo corrieron como la pólvora y de nada
sirvieron excusas y justificaciones, inventadas para vestir de legalidad lo que
no fue más que un nepotista nombramiento a dedo.
Curiosamente, Rajoy y De Guindos se han comportado en este
asunto como se comportó su amigo, sumado mentira tras mentira hasta que la situación
se volvió insostenible y, por segunda vez hubo que forzar la renuncia del amigo
Soria. Lo que ocurre es que esas mentiras han colmado todos los vasos y, amén
de estallar las costuras del disfraz de unidad del PP, han hecho crecer narices
de niño mentiroso en la jeta de ministro y presidente.
Rajoy y De Guindos se ven ahora a la misma altura que quedó
su amigo Soria y, por eso, lo lógico sería que pagasen el mismo precio que él
mismo pago. De los partidos depende que, en estos dos meses que quedan de
legislatura, se exija para ambos el castigo que merece la guinda que ambos
colocaron sobre el pastel del descaro de un gobierno, el suyo, vuelto de
espaldas como ningún otro a los ciudadanos.
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