Por Julio Andrés Capey
Con la orden dictada el
pasado domingo desde La Habana por el líder de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP), Rodrigo
Londoño -Timochenko-, se hacía oficial el “cese al fuego definitivo” de
la guerrilla y su transformación en “movimiento político”.
La noticia
del “Acuerdo de Paz”, que realizaba también unos días antes el
presidente colombiano Juan Manuel Santos, ha sido acogida con parecido
beneplácito tanto por los grandes medios de comunicación y gobiernos
derechistas, como el de Mariano Rajoy en el Estado español, como por la
mayor parte de la izquierda internacional.
Razones históricas del conflicto
Existen, no
obstante, algunos factores políticos de peso que, desde el punto de
vista de los intereses de las clases populares colombianas y del
conjunto de la región, obligan a cuestionar una visión triunfalista del
acuerdo.
Ni que
decir tiene que, obviamente, nadie está obligado a suicidarse si
considera que mantener la lucha armada llega a ser una táctica sin
posibilidades de éxito. Esa, entre otras, es la razón por la que estas
breves líneas no constituyen ningún reproche hacia quienes, durante más
de medio siglo, han protagonizado una resistencia heroica contra las
políticas represivas del Estado colombiano. La nuestra es tan solo una
reflexión que aspira a propiciar un necesario debate y la crítica
constructiva en torno a este proceso.
En primer
lugar, resulta preciso preguntarse qué paz se ha firmado realmente en La
Habana, teniendo en cuenta que ninguna de las causas que dieron lugar
al surgimiento de las guerrillas colombianas ha cambiado
sustancialmente.
El
conflicto que por más de más de 50 años enfrentó a las FARC con el
Estado colombiano surgió como consecuencia de la grave situación de
miseria y represión a la que se ha visto sometido el campesinado de este
país, con una enorme concentración de la tierra en manos de una clase
terrateniente . Una situación que hoy permanece intacta, del mismo modo
que siguen reproduciéndose asiduamente los desplazamientos forzosos y la
desaparición física de los campesinos. Por otra parte, no es posible
obviar que la “paz” firmada estos días tampoco contempla la tan
necesaria e históricamente reclamada reforma agraria.
¿El principio de la paz?
Del mismo
modo, parece imposible no cuestionarse por qué debería ser diferente
este pacto a otros de triste recuerdo que se firmaron en un pasado
relativamente reciente y que ya nadie parece recordar. Acuerdos de paz
similares al que ahora se ha firmado en Colombia, con el beneplácito de
Washington, se dieron en el pasado en El Salvador, Guatemala, Sudáfrica o
Nepal, con resultados que difícilmente se pueden considerar como
positivos para las clases populares tal y como se prometíó en su
momento.
La propia
historia de Colombia nos muestra que los acuerdos con los Estados
representantes de las oligarquías pueden ser una farsa con un final
dramáticamente trágico. La aniquilación de la Unión Patriótica (UP),
movimiento surgido del proceso de negociación de la década de los 80
entre el gobierno colombiano de Belisario Betancur y la guerrilla, es
una muestra elocuente de ello. Entonces, el Estado colombiano se
comprometió también oficialmente a “garantizar plenamente los derechos
políticos a los integrantes de la nueva formación”, y prometió “una
serie de reformas democráticas para el pleno ejercicio de las libertades
civiles”.
En las
últimas décadas del siglo pasado, y en lo que va del presente, las
potencias imperialistas y sus aparatos de propaganda han puesto en
práctica una perseverante estrategia destinada no solo a tratar de
aniquilar los focos aún existentes de lucha armada revolucionaria, sino
también a imponer la creencia de que esta vía para la emancipación
humana resulta hoy una “utopía impracticable”, al tiempo que la
violencia militar de los Estados Unidos y sus aliados continúa en
aumento y se ceba contra cualquier movimiento, organización o gobierno
que ose cuestionar el orden capitalista.
¿Qué desaparece con la disolución de las FARC y cuál es la contrapartida?
Lo cierto
es, no obstante, que con la desmovilización de las FARC desaparece una
poderosa fuerza militar y política que limitaba la represión del Estado
colombiano en su defensa de los intereses de las clases hegemónicas. Un
análisis frío de las consecuencias de este desarme obliga a concluir
que, sin la oposición de la guerrilla, la capacidad represiva de la
oligarquía colombiana y sus paramilitares se verá fortalecida.
Del mismo
modo, la injerencia militar de los Estados Unidos en el país se podrá
desarrollar a partir de ese momento sin ninguna resistencia. La tesis
de que la desaparición de las FARC podría disminuir la presencia
norteamericana en Colombia también se encuentra refutada por los hechos.
El pasado mes de febrero, los presidentes Obama y Santos, junto al ex
presidente Andrés Pastrana, celebraban en Washington la firma de una
segunda fase del llamado Plan Colombia, impulsado por las sucesivas
administraciones norteamericanas desde 1999 como vía para la
intervención militar, la injerencia en la política económica del país y
el refuerzo del control geoestratégico de su “patio trasero”, con la
instalación de 7 bases en territorio colombiano.
A menos que
existan datos sobre el acuerdo alcanzado que no se han hecho públicos,
todo indica que estas concesiones se realizan sin ninguna contrapartida
en forma de cambios esenciales de la estructura social y económica de
Colombia. El Estado colombiano, por su parte, continúa hoy ejerciendo la
violencia más brutal contra los movimientos sociales, sindicalistas y
activistas populares, que han seguido siendo asesinados mientras se
producían las conversaciones de “paz”.
Finalmente,
cabe preguntarse qué sucederá con los dirigentes de las FARC que
siguen presos en los Estados Unidos, entre los que destaca el comandante
Simón Trinidad. ¿Serán liberados y podrán integrarse también en la vida
política de su país o tendrán que morir en las cárceles norteamericanas
por haber dedicado sus vidas a la causa revolucionaria?
¿Honradamente
se puede afirmar, tan alegremente como hacen algunos, que existen
razones fundadas para festejar la “paz” rubricada en La Habana?
canarias-semanal.org
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