Cansados ya de escuchar tantas veces al PP, sobre todo en
campaña electoral, la eterna canción de que después de unas elecciones se
debería dejar gobernar a la lista más votada, extraña la indecisión con que el
partido de Rajoy aborda la que parece definitiva negociación para formar
gobierno formando o no esa gran coalición tan deseada por sus amigos del IBEX y
por el tercer hombre, Albert Rivera, el que más ha hecho por ella y que, sin
embargo, no quiere quedar en la foto como el socio minoritario, la torna, de un
gobierno de derechas.
Rajoy debería reconocer ahora que no es fácil gobernar sólo
por el hecho de haber encabezado la lista más votada. Debería reconocer que
todos nuestros actos, especialmente los suyos, acaban por tener consecuencias.
Debería pedir perdón, ahora que necesita los votos de los nacionalistas vascos,
por haber hecho uso partidista del dolor causado por ETA. Debería tener
presentes y pedirles perdón por ello a todos esos territorios castigados por no
haberles preferido o esquilmados por todo lo contrario.
Debería, en fin,
sincerarse consigo mismo y con este país que continúa asustado ante su futuro,
tanto, que, como he leído recientemente, vota por miedo a quienes deberían
tener pánico. Si no lo hace, si sigue vendiéndonos ese futuro de color de rosa,
mientras pasa como sobre ascuas por asuntos como el paro, la depreciación de la
fuerza de trabajo o las pensiones, el establecimiento de un nuevo marco laboral
que, sin facilitar la creación de empleo, a no ser que se "unte" a
los empresarios, que, como un campo sobreexplotado, apenas es capaz de dar
empleos como escuálidos brotes o las consiguientes malas hierbas.
Rajoy tiene ahora en sus manos la oportunidad de hacer valer
su lista más votada y querría hacerlo gobernando con los apoyos que le
garanticen la tranquilidad y la estabilidad, pero querría hacerlo a cambio de
nada. Querría también o, mejor dicho, preferiría, gobernar con sus rivales, los
socialistas, reproduciendo en La Moncloa los pactos inconfesables que mantienen
el poder de la Comisión en Bruselas, un pacto entre populares y
socialdemócratas que ha dado como fruto la Europa más injusta e inmoral
imaginable y que no auguraría nada bueno para los españoles.
Rajoy quería la lista más votada y gobernar con ella y yo
empiezo a desearlo también. Me muero de ganas de ver cómo va a tener que
desmontar, por exigencias de unos o de otros, el entramado legal, empalizada
ponzoñosa más bien, tras la que quiso protegerse de la ira ciudadana en la
anterior legislatura y que no quedaría nada bien como marco de cualquier acuerdo.
Estoy deseando ver cómo Rajoy sale de su madriguera, no le quedará otro
remedio, para batirse el cobre en cada una de las decisiones que debiera tomar.
Estoy deseando, en suma, ver a Rajoy deshacer el camino que
hizo Aznar de su primera a su segunda legislatura, de hablar catalán en la
intimidad o dar carta de naturaleza al Movimiento de Liberación Nacional Vasco
a lo que vino después. Estoy deseando que a estos señores se les caiga la
careta y, de paso, la cara de vergüenza. Y todo esto, mientras avanzan los
procesos judiciales que, poco a poco, van dejando al descubierto el cómo y el porqué
de que el PP lleve años, si no décadas, teniendo la lista más votada.
Me diréis
que toda esa trama miserable que desvía el dinero destinado a colegios o asilos
a mítines y fiestas de partido, nada importa a quienes les votan, Y quizá
tengáis razón, pero no me negaréis que ver a quienes un día formaron parte de
la lista más votada tiene su morbo.
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