Contabilizar
el número de muertos del último atentado se ha convertido en una
trágica costumbre casi diaria. Si la información globalizada nos acercó
hasta rozar con las yemas de los dedos las matanzas de medio oriente,
desde la masacre de Munich esa sensación ya es palpable y tangible.
La
reiteración es una técnica de aprendizaje, y así poco a poco estamos
incorporando la idea que el terror es algo con lo que es fácil, y cada
día más probable, tropezarse.
A
diferencia de los atentados de Atocha, Londres, o el más reciente de
París, al ver las imágenes de los supervivientes del tiroteo en Munich
se tiene la clara sensación de que hay un protocolo instalado en la
mente de los ciudadanos europeos en caso de atentado terrorista. Las
caras de las victimas ya no muestran desorientación al preguntarse que
está ocurriendo, sino todo lo contrario: la gente está aprendiendo qué
hacer si unos cuantos kilos de dinamita explotan a su lado o si unas
balas empiezan a surcar el aire que les rodea.
Plantearse
cuál va a ser el siguiente paso es una preguntai nevitable, puesto que
parece que una aglomeración de personas se ha convertido en sí misma en
un riesgo. Ahora mismo unas excursiones a un centro comercial, un
concierto, un partido de fútbol, son unas golosas ocasiones para sembrar
muerte a los ojos de desperados suicidas que se inmolan allá donde se
les diga, pero a medida que el terror aumente habrá que plantearse
rebajar el baremo numérico de asistentes a un evento, para mantener bajo
control las situaciones más cotidianas.
En
Israel es usual enviar los hijos en autobuses escolares distintos, para
que en caso de explosión, la familia no se vea destruida, sino solo
diezmada. El concepto de mal menor, o daños colaterales, se ha vuelto
doméstico, y parece que vamos a tener que aprender a convivir con el.
De
la misma manera tendremos que desempolvar los libros de historia
contemporánea del instituto, puesto que el terror parece amar las fechas
señaladas. De esta manera, los que acudieron ayer al centro comercial
de Munich habrían sabido que hace más de 40 años en el mismo lugar, unos
soldados palestinos secuestraron, torturaron hasta la castración en
vida y finalmente ejecutaron a los atletas israelíes participantes a las
olimpiadas.
Los
ciudadanos de Europa hemos perdido el privilegio de poder reflexionar y
teorizar sobre el conflicto en Medio Oriente para tener una visión de
conjunto e intentar mediar en el conflicto, porque estamos ya dentro de
ello. Cualquier especulación empieza a perder valor para dejar paso a un
pragmatismo indispensable si se desploma el techo del vagón del metro
en el que estamos viajando.
Y
así la paradoja podría llegar al punto que en breve el nivel de riesgo
aumente de tal manera que una simple reunión de amigos, y amigos de
amigos, sea una factor de riesgo.
En la que la desconfianza por el
prójimo se convierta en un protocolo, y nos tengamos que plantear
convertir la puerta de nuestra morada en un arco detector de metales,
pidiendo amablemente a nuestros invitados que se descalcen, se quiten el
cinturón y depositen sus objetos metálicos en la bandeja.
Pero
quizás, al mismo tiempo, tengamos la ocasión de empezar un nuevo camino
para poder sobreponernos al terror, dejando de tenerle miedo, para
enfrentarnos a el y plantar cara a cualquiera que decida deliberadamente
despojar al pueblo de sus derechos fundamentales, y armarnos de valor
para seguir viviendo sin miedo.
Por Carlo D'Ursi
No hay comentarios:
Publicar un comentario