¿Se cansa Usted de oír, ver y leer? ¿Tiene prisa por pasar a
otra cosa? ¿Para qué, para atender a otro festejo igual de apresurado
¿Para entender por qué a sus hijos les espera un futuro caótico le sirve
un careo entre varios fantoches y alguien que parece decir algo
coherente antes de que le interrumpan? ¿Si le detectaran un cáncer le
gustaría que le explicaran estado y tratamiento en 59 segundos?
Todo termina diluido en la prisa y la falta de análisis. Dilapidemos el tiempo en pensar.
Se nos están llenando los parlamentos europeos de
neonazis, mientras la UE que dijo nacer para combatir los estragos de la
dañina ideología muere a manos de sus dirigentes. En EEUU, un
perturbado de ultraderecha avanza hacia la Casa Blanca y sus mandos
decisivos, por votación popular. España también arroja los monstruos
creados por la sinrazón y la podredumbre ética incrustados en el cuerpo
del Estado. Las aguas de la codicia arrastran a miles de seres humanos
desamparados, hundidos en el barro de nadie y de todos, mientras solo
unos pocos voluntarios les prestan ayuda sin manos ni medios
suficientes. Cada uno de estos temas merece atención informativa
preferente pero hemos de dedicarnos a la urgencia de las inundaciones
que nos cuela la banalidad.
Achicando mugre, se nos va el tiempo y el
norte.
Falla el método. Hay que detenerse y
reflexionar, ir al origen, a la raíz de donde todo parte. Analizar el
decisivo papel de la sociedad del espectáculo como caldo de cultivo.
Utilizar esos minutos preciosos que se nos llevan los reclamos, para
establecer las coordenadas en las que nos encontramos y ver lo que
realmente nos afecta. Y partir de ahí fijar la trayectoria y la meta.
Dilapidemos el tiempo en pensar.
Una banda de seres inanes puebla el escenario político y
mediático. Mezclada con algunas cabezas de peso que pueden terminar
siendo engullidas. La desfachatez intelectual lo
llama el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca. Harto, como tantos otros, no
duda en situar el foco sobre ídolos de pandereta cuyas sentencias
sientan cátedra en esta sociedad aturdida. Pero basta apagar el ruido y
mirar el circo completo de la superficialidad que nos invade: a los
payasos y equilibristas, la orquesta, las casetas de tiro al blanco, a
pelota o dardo, según los gustos. Allí, el personal dispone de muñecos,
ninots, espantajos, para desahogarse un rato y ganar una piruleta
mientras le roban la cartera.
Atruena escuchar a
políticos que acusan a otros de sus propios errores, con una desfachatez
que corta el aliento. A vacuos comentaristas empecinados en alimentar
la ceremonia de la confusión, con salida a los intereses que
representan. Encuestas reiteradamente inverosímiles. El embudo, siempre
el embudo, como guía de trato ideológico. Es imposible rebatir o centrar
cada estupidez o dardo envenenado lanzado para enmarañar más la madeja.
Identificar los pies que cojean y marcan el paso torcido. Y, mientras,
pasa la vida y no dejan de aumentar las graves sombras que se ciernen
sobre nosotros.
No nos engañemos, no hace falta que
nos expliquen en un minuto la Física cuántica. Tenemos tiempo
suficiente para prestar atención incluso unos cuantos segundos más, si
el tema lo merece. Es prioritario. El picado de imágenes e ideas, el no
permitir apenas esbozar un argumento completo, no teje hilos sino
impresiones. En momentos tan críticos necesitamos más reflexión que
nunca. No extender las caras de la insoportable levedad.
Hace justo una década, se cumplía el 50 aniversario de TVE. Uno de los programas de éxito era 59 segundos.
Un formato letal. Los intervinientes tenían que apretar sus argumentos
en ese tiempo -inferior a un minuto como símbolo- porque en caso de no
hacerlo les bajaban el micrófono. Y les dejaban hablando a la nada. Esto
ha llegado ya al Parlamento. Sucedió varias veces en los debates de
investidura.
Todo tiene un principio. Cuando el
tiempo de la información se supedita a la venta, a lo que capta
seguidores, marca una dirección precisa. Los políticos se fueron
acostumbrando a pronunciar frases lapidarias –y cortas, sobre todo muy
cortas- para que las incluyeran los telediarios o las titularan radios y
periódicos. Los asesores han hecho de esto una industria. Y, como la
rueda pide cada día más, retuerce los contenidos.
Hemos ido alcanzado estas cotas a través de un proceso. Hace diez años
ya me lo explicaba así Fermín Bouza, catedrático de Opinión Pública,
para un reportaje sobre el aniversario de RTVE: “La televisión ha
contribuido a un proceso de debilitamiento de las ideologías porque ha
impedido el discurso ideológico. Es un discurso de píldoras, sintético,
rápido. Y ha formateado a todo el resto de la sociedad a su manera”.
El fenómeno ha crecido exponencialmente y lleva visos de sepultarnos.
Twitter, un instrumento de enorme valor, lo acentúa con sus 140
caracteres si se desvirtúa su sentido. Imprescindible en alertas y
agilidad, es puerta y no fin. Un titular no es una noticia, pinchar y
leer hasta el final no hernia. Pero a este ritmo que llevamos, la
memoria se pierde y los más graves atropellos son objeto de consumo de
un día que apenas se recuerdan unas semanas después. Y exige volver a
repetir para volver a repetir, mientras asuntos esenciales quedan en la
cuneta.
¿Se cansa Usted de oír, ver y leer? ¿Tiene
prisa por pasar a otra cosa? ¿Para qué, para atender a otro festejo
igual de apresurado ¿Para entender por qué a sus hijos les espera un
futuro caótico le sirve un careo entre varios fantoches y alguien que
parece decir algo coherente antes de que le interrumpan? ¿Si le
detectaran un cáncer le gustaría que le explicaran estado y tratamiento
en 59 segundos?
Se nos llena Europa de ultraderecha
electa. Bruselas asesta cada poco un golpe más a la UE moribunda, ahora
mismo le está dando una puñalada de crueldad, tiranía e injusticia.
Pasean su desgracia los refugiados como alertas dolientes que no se
escuchan. Estados Unidos apuesta por el suicidio de la razón. Estamos en
manos de un gobierno que aprueba incluso hipotecas a 60 años vista y
que se niega a dar cuentas. Contemplando las altas esferas españolas,
toda la merde perfumada, dan ganas resetear el
país y volver a construirlo con otro sistema operativo. Hace tiempo ya.
Solamente va a peor como cabía esperar por la inacción. Todo termina
diluido en la prisa y la falta de análisis.
No hay espacio suficiente
para informar sobre lo fundamental, la futilidad marca la agenda como
arma de distracción. El mar de la banalidad nos ahoga. Que cada cual
saque su periscopio, vea y reflexione con él, porque va a haber muchas
víctimas.
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