Los grandes medios de "comunciación", cuya principal misión, además de
la rentabilidad de los ingresos obtenidos a través de la contratación de
publicidad comercial, consiste en modelar el pensamiento de los
individuos que componen la sociedad en la que nos hayamos insertos,
crean, mediante el adoctrinamiento permanente, una ficción que con gran
éxito es tenida por la "verdad" universalmente aceptada.
¿Pero es aceptable esa supuesta "verdad" aceptada, acatada a fuer de
creer sin someter a criterio propio lo que machaconamente repiten desde
los programas que inundan las parrillas de todas las televisiones en las
horas de mayor audiencia, luego rebotados por las vías de internet?
Si los grandes medios son propiedad de la Banca y las grandes empresas y
de las "administracciones", esto es del Estado y sus distintas
derivaciones, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, etc. significa que
están en manos del poder constituido y que su discurso obedece a los
intereses del sistema, que éste va dirigido a esa inmensa mayoría de los
sin poder, de los sometidos, para que no perciban el sometimiento como
tal, a "dorarles la píldora", y ello lo logran con sutiles y no tan
sutiles maneras.
Son variadas las fórmulas que emplean, en este artículo y por no
extendernos nos centraremos en una, las tertulias televisivas, género
que en los últimos años ha alcanzado notable éxito de público y por
tanto constituyen una muy útil herramienta adoctrinadora.
Los ponentes en las tertulias televisivas son unos contratados por la
cadena para que opinen y con su opinión impregnen la opinión del
espectador conforme convenga a quienes les pagan. Siempre hay dos claros
"bandos" en ellas, los que defienden la opción A atacarán la B y
viceversa, lo harán sin entrar en detalles, sin exponer razonamiento
alguno, con trazo lo más grueso posible, para que resulte cómodamente
asimilable por el pasivo espectador que contempla y aun si éste lo hace
con aire desganado. Apelan por tanto no a la razón sino a las vísceras,
así, por más pachorra que tenga el televidente, antes o después
conseguirán que se alinee en una otra opción pues aunque ninguna les
convenza al menos una de las dos le repugnará lo suficiente como para
tomar partido.
El papel del moderador es fundamental, pues si ejerce de árbitro
supuestamente imparcial, esto es, si disimula bien sus simpatías por A o
B, será tenido por un "buen profesional", mientras que si no lo
disimula, sino que alienta más una opción u otra, será tenido por "no
buen profesional" por los espectadores más desapegados.
Pero casi no hay espectadores "desapegados" el triunfo de la
manipulación mediática es tal que el espectador ya ha asimilado como
buena alguna de las dos opciones, o tiene por mala o muy mala a alguna,
de entre las que el medio les proporciona para que "elija" "libremente"
en cual se posiciona. Esta "libertad" de opción que proporciona el medio
(recuérdese quienes son su propietarios) es "consensuadamente"
denominada "libertad de prensa".
Así que si alguno de los protagonistas
mediáticos es removido en su puesto, lo echan porque ya no les sirve o
es destinado a otro lugar, el espectador bien adoctrinado considerará
que está siendo atacada la "libertad de prensa", como no está
acostumbrado a pensar por sí mismo no habrá reparado en que tanto la
opción A como la B es asumida por la cadena, y que tanto el protagonista
A como el B es contratado por ella, no reparará en que tanto la opción X
como la "disidente", ambas, están en manos del poder mediático, es
decir del poder constituido y que por tanto ambas les rendirán
pleitesía. Y es que es fácil ganar cuando se apuesta por aquellos
números que entran en el bombo.
La disidencia, la real, no la prefabricada por el sistema, no tendrá
nunca cabida en los medios del sistema, nadie se tira piedras contra su
propio tejado, y menos que nadie aquellos que han demostrado gran
astucia por permanecer al mando. Y de eso se trata, de que los que están
al mando se perpetúen en él, para ello necesitan llenar las mentes de
las multitudes con lo que sirve a sus intereses y las multitudes suelen
colaborar obedientemente. No en vano la obediencia es inculcada desde
edades tempranas por el sistema educativo obligatorio, que, oh,
casualidad, está en manos de los mismos que poseen los medios
audiovisuales.
Sin embargo entre la multitud obediente, hay dos (qué insistencia en la
binariedad) dos perfiles, aquellos que se limitan al asentimiento, los
que consienten sin más, y aquellos que enarbolan causas y pelean por
ellas, estos últimos son los que necesitan más jarabe doctrinario, los
que requieren de pastores entre la grey que los reconduzcan al redil,
que peleen, sí, pero poco, y siempre dentro de los cauces, no vaya a ser
que el día menos pensado se rebelen de verdad y pongan en un aprieto a
los reyes del mambo, por eso es necesario ciertas válvulas de escape,
derechos de pataleo, e incluso que ese pataleo tenga alguna visibilidad
mediática y los pataleantes no se desalienten, darles algunas migajas
con las que se les haga pensar que obtienen pequeñas victorias, pírricas
y bien instrumentalizadas, pero que se rentabilicen bajo el lema
"libertad de opinión".
También es útil azuzar espantajos contra los que hacer diana llegado el
caso, políticos antipáticos, talibanes de la palabra, recalcitrantes
toca pelotas, chonis venidas a más, (a mass media), vacuos vociferantes,
etc.
Tomar conciencia del gran tinglado, de que esa "realidad" no es tal sino
una manufactura de los grandes medios, donde la verdad -siquiera una
verdad finita, suficiente- brilla por su total ausencia, es
descorazonador como lo es el estallido súbito de un globo para un niño,
sin embargo es el pistoletazo de salida hacia un vivir diferente, supone
dejar atrás la infantilización y los reyes magos, dejar de calentar el
banquillo y ponerse en pie. Como ya alguien dijo "ponerse en pie es
propio del que lucha", bien sabiendo que luchar no significa lloriquear
por migajas como un colegial consentido, sino mirar la realidad si no
con los ojos desnudos al menos no mediatizados por quienes tras el
cristal aguardan blandiendo un puñal.
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