sábado, 12 de septiembre de 2015

Libertad de prensa o tertulias


 
 
Los grandes medios de "comunciación", cuya principal misión, además de la rentabilidad de los ingresos obtenidos a través de la contratación de publicidad comercial, consiste en modelar el pensamiento de los individuos que componen la sociedad en la que nos hayamos insertos, crean, mediante el adoctrinamiento permanente, una ficción que con gran éxito es tenida por la "verdad" universalmente aceptada.
 
 
¿Pero es aceptable esa supuesta "verdad" aceptada, acatada a fuer de creer sin someter a criterio propio lo que machaconamente repiten desde los programas que inundan las parrillas de todas las televisiones en las horas de mayor audiencia, luego rebotados por las vías de internet?
 
 
Si los grandes medios son propiedad de la Banca y las grandes empresas y de las "administracciones", esto es del Estado y sus distintas derivaciones, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, etc. significa que están en manos del poder constituido y que su discurso obedece a los intereses del sistema, que éste va dirigido a esa inmensa mayoría de los sin poder, de los sometidos, para que no perciban el sometimiento como tal, a "dorarles la píldora", y ello lo logran con sutiles y no tan sutiles maneras.
 
 
Son variadas las fórmulas que emplean, en este artículo y por no extendernos nos centraremos en una, las tertulias televisivas, género que en los últimos años ha alcanzado notable éxito de público y por tanto constituyen una muy útil herramienta adoctrinadora.
 
 
Los ponentes en las tertulias televisivas son unos contratados por la cadena para que opinen y con su opinión impregnen la opinión del espectador conforme convenga a quienes les pagan. Siempre hay dos claros "bandos" en ellas, los que defienden la opción A atacarán la B y viceversa, lo harán sin entrar en detalles, sin exponer razonamiento alguno, con trazo lo más grueso posible, para que resulte cómodamente asimilable por el pasivo espectador que contempla y aun si éste lo hace con aire desganado. Apelan por tanto no a la razón sino a las vísceras, así, por más pachorra que tenga el televidente, antes o después conseguirán que se alinee en una otra opción pues aunque ninguna les convenza al menos una de las dos le repugnará lo suficiente como para tomar partido.
 
 
El papel del moderador es fundamental, pues si ejerce de árbitro supuestamente imparcial, esto es, si disimula bien sus simpatías por A o B, será tenido por un "buen profesional", mientras que si no lo disimula, sino que alienta más una opción u otra, será tenido por "no buen profesional" por los espectadores más desapegados.
 
 
 
Pero casi no hay espectadores "desapegados" el triunfo de la manipulación mediática es tal que el espectador ya ha asimilado como buena alguna de las dos opciones, o tiene por mala o muy mala a alguna, de entre las que el medio les proporciona para que "elija" "libremente" en cual se posiciona. Esta "libertad" de opción que proporciona el medio (recuérdese quienes son su propietarios) es "consensuadamente" denominada "libertad de prensa". 
 
 
Así que si alguno de los protagonistas mediáticos es removido en su puesto, lo echan porque ya no les sirve o es destinado a otro lugar, el espectador bien adoctrinado considerará que está siendo atacada la "libertad de prensa", como no está acostumbrado a pensar por sí mismo no habrá reparado en que tanto la opción A como la B es asumida por la cadena, y que tanto el protagonista A como el B es contratado por ella, no reparará en que tanto la opción X como la "disidente", ambas, están en manos del poder mediático, es decir del poder constituido y que por tanto ambas les rendirán pleitesía. Y es que es fácil ganar cuando se apuesta por aquellos números que entran en el bombo.
 
 
La disidencia, la real, no la prefabricada por el sistema, no tendrá nunca cabida en los medios del sistema, nadie se tira piedras contra su propio tejado, y menos que nadie aquellos que han demostrado gran astucia por permanecer al mando. Y de eso se trata, de que los que están al mando se perpetúen en él, para ello necesitan llenar las mentes de las multitudes con lo que sirve a sus intereses y las multitudes suelen colaborar obedientemente. No en vano la obediencia es inculcada desde edades tempranas por el sistema educativo obligatorio, que, oh, casualidad, está en manos de los mismos que poseen los medios audiovisuales.
 
 
Sin embargo entre la multitud obediente, hay dos (qué insistencia en la binariedad) dos perfiles, aquellos que se limitan al asentimiento, los que consienten sin más, y aquellos que enarbolan causas y pelean por ellas, estos últimos son los que necesitan más jarabe doctrinario, los que requieren de pastores entre la grey que los reconduzcan al redil, que peleen, sí, pero poco, y siempre dentro de los cauces, no vaya a ser que el día menos pensado se rebelen de verdad y pongan en un aprieto a los reyes del mambo, por eso es necesario ciertas válvulas de escape, derechos de pataleo, e incluso que ese pataleo tenga alguna visibilidad mediática y los pataleantes no se desalienten, darles algunas migajas con las que se les haga pensar que obtienen pequeñas victorias, pírricas y bien instrumentalizadas, pero que se rentabilicen bajo el lema "libertad de opinión".
 
 
También es útil azuzar espantajos contra los que hacer diana llegado el caso, políticos antipáticos, talibanes de la palabra, recalcitrantes toca pelotas, chonis venidas a más, (a mass media), vacuos vociferantes, etc.
 
Tomar conciencia del gran tinglado, de que esa "realidad" no es tal sino una manufactura de los grandes medios, donde la verdad -siquiera una verdad finita, suficiente- brilla por su total ausencia, es descorazonador como lo es el estallido súbito de un globo para un niño, sin embargo es el pistoletazo de salida hacia un vivir diferente, supone dejar atrás la infantilización y los reyes magos, dejar de calentar el banquillo y ponerse en pie. Como ya alguien dijo "ponerse en pie es propio del que lucha", bien sabiendo que luchar no significa lloriquear por migajas como un colegial consentido, sino mirar la realidad si no con los ojos desnudos al menos no mediatizados por quienes tras el cristal aguardan blandiendo un puñal.
 
 
 

Concha Sánchez Giráldez

 
 
 
 
 

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