Víctor Peñalver eligió el pantano del Cenajo como
objeto de la Tesina de Licenciatura que ha presentado en la Universidad
de Murcia, y que le ha valido una calificación de Matrícula de Honor.
Uno de los motivos por los que este joven investigador nacido en Cehegín
se fijó en la gran obra hidráulica de los años 50, es el hecho de que
el Noroeste murciano sea la única zona de la Región en la que no existe
un monográfico dedicado a la represión franquista.
“El arranque de la investigación consistió en recabar testimonios
orales, que son los que conservan la memoria colectiva de los hechos
históricos, pero al mismo tiempo comencé a recopilar
documentación de
diferentes archivos”, cuenta Peñalver. Pronto constató que “las
resonancias que el Cenajo había dejado en el recuerdo de los habitantes
del lugar y los hechos que relataban estas personas, no casaban con lo
que plasman los documentos oficialistas”. Mientras se encoge de hombros,
reconoce que es algo “normal”: “Fueron las mismas autoridades del
Régimen las que generaron esos documentos, así que…”.
También se dio cuenta de la impronta que había dejado
una fecha en el recuerdo de los murcianos: el 6 de junio de 1963. Aquel
día Francisco Franco pasó rutilante por la Región de Murcia con su
enorme séquito y sus fuertes medidas de seguridad para inaugurar el
pantano del Cenajo. También acudieron las cámaras del NO-DO,
que grabaron a las muchas autoridades civiles, militares y religiosas, y
a los lugareños venidos de diferentes partes de la provincia con
pancartas de apoyo y agradecimiento al Caudillo.
Hubo
nervios, explica Peñalver, pero mucho más serios que los propios de un
gran evento: los nervios de los técnicos responsables del pantano,
porque era la primera vez que se accionaba la maquinaria de la presa. Ni
siquiera se habían hecho pruebas de funcionamiento. Fieles al
simbolismo y al ceremonial de la dictadura –hasta tal punto insensata-,
debía ser el mismo Franco el que pulsara el botón por primera vez. Por
fortuna todo salió bien y el Generalísimo pudo subirse de nuevo en su
coche y marcharse entre vítores.
Cenajo: obra hidráulica y ‘experimento social’
Tanto en aquellos que lo vivieron como en los que lo han estudiado
después, es conocida la política de grandes obras hidráulicas del
Régimen y la figura de Franco inaugurando pantanos. Y de entre todos los
que se construyeron en la época, el del Cenajo es especialmente
importante: “Lo es por la magnitud de la obra y por la cantidad de
personas que trabajaron en su construcción; fue la presa más grande de
la época”, cuenta el historiador. “Lo que no se menciona tanto son los
trabajos forzados”, añade.
El historiador destaca dos
años: 1938 y 1944. En 1938 se creó el Patronato de Redención de Penas
por Trabajo a iniciativa de un jesuita, lo que según Peñalver, supuso
“la legalización de la esclavitud”. “Por un lado se trataba de un
proyecto económico para rehabilitar la España destruida en guerra, y por
otro era un experimento social como parte de un plan para implantar el
‘chip’ del movimiento”, analiza, e insiste en subrayar el concepto de
“ingeniería social”, del que formaba parte capital la iglesia que se
construía junto a los pabellones de los reclusos obreros. Del ‘tajo’ a
la misa hasta cumplir la condena, o en el peor de los casos, hasta morir
en la obra.
En cuanto a 1944, ese año fue cuando se
revocó la condición de ‘condenado político’, de modo que todos los
reclusos pasaron a ser considerados ‘presos comunes’. No se trataba a
todos por igual, remarca Víctor, pero unos y otros podían integrar los
llamados Destacamentos Penales al objeto de cambiar días de condena por
días de trabajo: “Entre 1952 y 1957, por cada dos días de trabajo se
restaban tres días de condena”, relata el investigador, “aunque al final
la decisión dependía del director de la prisión”.
Por otro lado, se les pagaba un salario, aunque es necesario matizar:
“En los documentos de 1957 consta que el sueldo era de siete pesetas,
pero no lo recibían íntegro; se les descontaba la ropa, la alimentación,
la sanidad que llamaban ‘socorro’ y ‘auxilio’…”. Para ponernos en
situación, Peñalver cita el trabajo de la catedrática de la UMU Encarna
Nicolás en el que se recoge que el sueldo de un trabajador del campo en
torno a 1941, era de entre nueve y 14 pesetas.
Víctor
Peñalver explica que apenas hay documentación de la primera parte del
proyecto del Cenajo: “Hablamos de los años comprendidos entre 1943 y
1952, cuando se preparó el terreno y se construyó el pabellón obrero con
la cárcel, el cuartel de la Guardia Civil y la iglesia; de todo eso ya
no queda nada en pie, sólo tenemos las fotos de los archivos de la
Confederación Hidrográfica del Segura”. En aquel tiempo, hasta 350
presos de distintos Destacamentos Penales y cárceles cercanas trabajaron
en el lugar -y se infectaron de paludismo-, algunos de ellos
desplazados de la Prisión Provincial de Hellín o del destacamento del
Coto Minero de la pedanía hellinera de Las Minas, por ejemplo.
Rastrear a los presos políticos ha sido una tarea compleja, reconoce el
historiador, básicamente por la ocultación de datos en la época y
porque a efectos legales, cuando la obra entró en su fase más intensa,
ya se había igualado la condición de preso político y de preso común.
Eso sí, revisando los archivos se demuestra la magnitud de la obra del
Cenajo: “En mayo de 1953, el 17,47% de todos los presos que integraban
los quince Destacamentos Penales franquistas se encontraban trabajando
en el pantano: 123 de 704”. “La presencia de reclusos en el Cenajo es
siempre superior a la media nacional, año a año, más incluso que en el
Valle de los Caídos durante los años cincuenta”, afirma Víctor mientras
enseña unos gráficos que ha elaborado él mismo.
En la
década de los 50, además, el Régimen trataba de lavar su imagen y de
borrar sus conexiones con el bando perdedor de la Segunda Guerra
Mundial, con el objetivo primordial de integrarse de un modo suave en
los organismos internacionales surgidos tras el conflicto. De hecho,
España superó los controles de la Comisión Internacional contra el Régimen Concentracionario:
“Vino un grupo de estadounidenses en 1952 y dieron su visto bueno,
aunque no sabemos si fue porque lo que realmente les interesaba era la
base de Rota…”, añade escéptico.
“La Tumba siempre estaba abierta”
Peñalver explica que su intento de identificar a todos los presos y de
conocer sus historias particulares ha sido imposible a pesar de haber
buscado y cotejado muchos documentos. Sin embargo, sí que ha podido
recoger dos casos concretos cuyos hechos y palabras ayudan a entender lo
que significó el Cenajo; “una obra peligrosa, sin medidas de seguridad,
donde se usaba dinamita y donde las tareas más difíciles y arriesgadas
se reservaban a los presos, y en especial, a los anarquistas”,
profundiza.
“Francisco de la Rosa nació en
Calasparra. Era sindicalista de la CNT y preso político. Fue condenado a
muerte y posteriormente se le conmutó la pena a treinta años y un día.
No era obrero libre. Lo llevaron de un sitio a otro recorriendo penales
de toda España, hasta que finalmente lo destinaron a trabajar en el
Cenajo. Fue torturado y mutilado y se le condenó a destierro, de manera
que no podía acercarse a menos de 20 kilómetros de su pueblo. En 1948 se
suicidó. No soportó su condición de preso ni los trabajos forzados en
el Cenajo.
Seis años después de muerto, lo indultaron”, narra Víctor de
corrido, para interpretar que “de ese modo es como el Régimen aumentaba
su cifra de indultos y lavaba su imagen”. Durante el proceso de
investigación tuvo la oportunidad de hablar con algunos de sus
familiares y contarles lo que había encontrado en los archivos sobre
Francisco.
El investigador pudo identificar a otro
preso con mejor suerte: se trata de José Vicente Ortuño, que tras
trabajar nueve meses en el Cenajo, en el año 1954, de cumplir condena y
de conseguir pasar a Francia, publicó en el país vecino un valioso libro
titulado ‘Raíces amargas’, en el que dedicó un capítulo entero a
relatar su estancia en las obras del pantano.
Según
explica Peñalver, cuando Ortuño llegó al Cenajo, el procedimiento ya
estaba establecido. El mismo exrecluso lo relató de este modo:
“Por la mañana, en la plaza, los cadáveres mutilados por las balas y
las dentelladas de los perros que usaba la Guardia Civil le dieron la
razón a mi compañero. Todos los prisioneros tuvieron que desfilar ante
los cuerpos, sobre los que ya empezaban a revolotear unas moscas verdes.
Por la tarde, un equipo los tiró a la caja de un tractor y los llevó al
muro. La tumba estaba siempre abierta”.
"La
Tumba, como llamaban a la presa, funcionó como enterramiento colectivo
similar a las fosas comunes, dentro del modus operandi represivo
franquista de ocultar la principal prueba del delito, el cadáver, y
claro, de todo esto no hay documento probatorio porque las fuentes
oficiales nunca lo reflejan", añade Víctor Peñalver. "Había diferencias
de trato entre presos políticos y comunes, y también se diferenciaba
entre obreros reclusos y obreros libres", prosigue. El historiador
muestra una escueta noticia del diario ABC del año 1954, en la que se
informaba del fallecimiento de tres obreros en el Cenajo: “De las
muertes de los obreros reclusos no se daba publicidad”.
“El arte de construir presas”
En la investigación, Peñalver se tropezó con importantes empresas
constructoras, algunas de las cuales siguen operando en la actualidad
tras pasar por fusiones, compras y ventas: “Si los organismos oficiales
ocultan esta historia, las empresas también”, proclama, remitiendo a
trabajos como los de Antonio Maestre e Isaías La Fuente, ‘Franquismo S.A.’
y ‘Esclavos por la patria’. “Hay que destacar el papel de estas grandes
empresas que se aprovecharon de la situación y usaron mano de obra
reclusa”, enfatiza Víctor Peñalver, para luego citar algunos ejemplos.
“En el Cenajo participó COVILES, Construcciones Civiles, que luego se
convirtió en OBRASCON y más tarde pasó a formar parte del grupo OHL,
también formada por la empresa Huarte y Laín, encargada de la
construcción del Valle de los Caídos", relata el historiador: “Contacté
con ellos y les pregunté sobre este asunto, pero no colaboraron”. “En el
Cenajo hubo otras empresas, como Destajista San Román, Obras y
Servicios Públicos… Tapan su historia porque esa es la herencia del
franquismo”, insiste. Después, muestra el lema de la empresa COVILES: “ El arte de construir presas… Ya ves, calificar estos procesos de construcción con la palabra ‘arte’”, lamenta el historiador.
Lugares de memoria
Hace pocas semanas se
reinauguró el hotel Cenajo, un edificio de estética noble y enclavado en
un paraje de singular belleza en las inmediaciones del pantano. "Allí
es donde residió el equipo de arquitectos durante los 20 años que duró
la obra", explica Víctor Peñalver. “Mientras, los obreros reclusos
vivían en su pabellón, y al igual que sucedió en el Valle de los Caídos,
los familiares de los presos que recibían permiso para visitarles,
podían alojarse durante unos días en unas casas-cueva con aspecto de
chabolas que se construían en un lugar próximo, y de las que sólo quedan
las ruinas”, relata.
En la reapertura del hotel,
Víctor Peñalver ha echado en falta una mención o recuerdo a lo que
sucedió durante la construcción del pantano, lo que le hace volver sobre
las dificultades de encontrar documentos en los archivos –durante el
último año ha visitado el Archivo Histórico Provincial de Murcia, el
Archivo General de Alcalá de Henares y los archivos de los ministerios
de Justicia y de Interior-: “En ellos sí se refleja la presencia de
reclusos y la instalación de un destacamento penal en el Cenajo. Sin
embargo, en los escritos oficiales de la Confederación Hidrográfica
sobre el Cenajo, no se reconocen los trabajos forzados, tan sólo en uno
de ellos se dice que puede ser que los hubiera, pero nada más", afirma Peñalver.
“Los efectos de la propaganda franquista siguen en vigor con palabras
que se usan mucho hoy, como sensatez, estabilidad, orden… Las ganas de
obtener democracia a cambio de impunidad siguen vigentes”, reflexiona. A
su juicio, “no es por ignorancia mantener la confusión sobre los
trabajos forzados en el Cenajo, no existen las casualidades ni el azar
en este asunto. Y por aquí han pasado también alcaldes socialistas y no
se ha hecho nada”. “Contra el franquismo también hace falta terapia de
choque”, afirma en referencia a la aplicación de la Ley de Memoria
Histórica, aunque luego reconoce que “simplemente con quitar placas, sin
divulgación, no se soluciona nada”.
“Para nosotros
el Cenajo ha sido siempre un sitio de referencia del ocio y de la
naturaleza, pero cuando íbamos, no sabíamos qué había pasado porque
nadie nos lo contaba, y allí sigue la placa de la inauguración del
pantano. Sin embargo, no sirve de nada que la quiten si no dicen qué fue
lo que pasó realmente”, admite este investigador, para quien una buena
opción sería mantener la placa de la dictadura y añadir otra al lado
“que cuente la historia de verdad, la historia con mayúsculas, y que
denuncie la propaganda”.
“Es necesario crear ‘Lugares
de Memoria’ en estos espacios para combatir la impunidad y para acabar
con las teorías negacionistas”, insiste el historiador. Antes de acabar,
Víctor Peñalver pone más ejemplos de obras en las que se hizo uso del
trabajo de los presos en la propia Región de Murcia: “La rehabilitación
del convento de Adoratrices de Cartagena, y las explotaciones mineras
del Llano del Beal y de La Unión. Estos enclaves de trabajo no han sido
investigados en profundidad hasta la fecha”.
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