Idóneo para defender terroristas "buenos"
A comienzos de los años
60, el Pentágono ya era consciente de que el régimen de Franco
difícilmente sobreviviría a su sangriento fundador (con la misma imagen, nota de blog).
Según sabemos hoy gracias a la desclasificación de los documentos
oficiales norteamericanos de la época, Washington comprendió que era
necesario ir preparando una sucesión al franquismo que no pusiera en
peligro los intereses norteamericanos en España, país de primera
importancia estratégica de cara al Mediterráneo.
Trazó un plan. Sin
prisas. No se trataba de ponerlo en práctica de inmediato. Habló con sus
socios socialdemócratas europeos: con los alemanes, con los italianos,
con los suecos, con los franceses. Fijaron en comandita un retrato-robot
del partido y del líder que les hacía falta para conseguir que, cuando
no quedara otro remedio, en España pudiera cambiar todo y todo siguiera
igual, según la máxima lampedusiana.
Entretanto, su hombre se paseaba por Lovaina (Bélgica) en busca de patronazgo. Había
nacido en Sevilla el 5 de marzo de 1942 y pasado una infancia y una
primera juventud sin sobresaltos. Antifranquista, se había cuidado de
disimularlo. La Policía política no encontró nada molesto en él,
básicamente porque él no hizo nada que pudiera molestarla. Con
los libros de Derecho aún bajo el brazo, marchó a Bélgica. «Si la
democracia cristiana europea le hubiera ofrecido una beca, se habría
hecho democristiano», dice quien ejercía entonces de responsable de las
Juventudes Obreras Católicas en Lovaina. Fue la socialdemocracia alemana
la que reparó en él, y se hizo socialista.
En 1962 entró en las Juventudes Socialistas. Y dos años después, en el PSOE.
Llegaba a su término la
década de los 60 cuando el núcleo de estudiantes de Madrid con los que
González trabó pronto contacto acudió a la Embajada de los EEUU en la
capital de España a ofrecer sus servicios para combatir «contra la
creciente influencia comunista en la Universidad», según consta en un
mensaje reservado –hoy público– que la legación diplomática
estadounidense remitió de inmediato a sus jefes. Washington decidió
apoyarles de cara a una meta más amplia: acabar con la vieja y
anquilosada dirección del socialismo español y ponerla en sus manos. El
objetivo lo lograron en 1974, en el Congreso que el PSOE celebra en
Suresnes, cerca de París.
A partir de ese momento,
la maquinaria de la poderosa socialdemocracia europea, con respaldo
norteamericano, se pone a la obra. Dedica ingentes cantidades de dinero a
promocionar al nuevo PSOE y a su líder. Lo pasea por Europa y consigue
que en España la Policía no estorbe sus actividades. Cuando Franco
muere, el tinglado aún no está del todo a punto, pero sí lo
suficientemente rodado. González se aprovecha de las debilidades del
Partido Comunista de España, dispuesto a cualquier cosa para conseguir
su legalización, y lo embarca en la empresa de la reforma del régimen
franquista. En las primeras elecciones dignas de ese nombre –pero que se
celebran cuando aún algunos partidos políticos siguen en la
ilegalidad–, el PSOE de González queda en segundo lugar, por detrás del
partido de los franquistas reconvertidos en demócratas, pero el PCE
queda prácticamente fuera de juego. En 1982, González logra vencer y
obtiene mayoría absoluta: es la culminación de lo planeado más de veinte
años atrás.
Lo ocurrido durante los
casi 14 años posteriores de Gobierno felipista es sabido: España culmina
su integración en la OTAN, entra en la CE (ahora UE) y se adhiere
plenamente a las doctrinas económicas imperantes en los organismos
internacionales del ramo: FMI, OCDE, Banco Mundial, etc. La
modernización del país, real, conduce a la desindustrialización y al
paro creciente. El PSOE se instala entre banqueros y especuladores,
convirtiendo el monetarismo en dogma de fe. Arrogante, cree que puede
acabar con el terrorismo de ETA por la vía rápida y pone en marcha los
GAL, nombre que encubre el terrorismo de Estado y que certifica la
muerte de 28 personas, algunas ajenas a ETA, secuestradas o asesinadas
por error.
Algunos han creído ver
en todo ello un proceso de degeneración: del socialismo juvenil al
neoliberalismo rampante. No hay tal. «El Poder no corrompe; sólo
desenmascara»: la observación de Rubén Blades encaja a la perfección
referida a González. De joven fue ambicioso, marrullero, simpático,
guapo, listo, nulamente escrupuloso, sin principios, visceralmente
anticomunista. Con el tiempo se ha hecho más viejo y menos simpático. En
todo lo demás, sigue siendo exactamente el mismo.
javierortiz.net
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