El reciente desplome del precio del petróleo es una oportunidad para
advertir de nuevo sobre el inexorable declive de los combustibles
fósiles y denunciar la dinámica destructiva de los mercados financieros.
La Agencia Internacional de la
Energía estima que la demanda mundial de petróleo en abril estará en un
nivel visto por última vez en 1995. Lo que podría ser una buena noticia
para el clima. Aún así, se prevén
temperaturas récord este año por el calentamiento global.
Los mercados
anuncian un batacazo descomunal del precio de los hidrocarburos porque
fallaron las apuestas financieras sobre los futuros del petróleo, un gigantesco mercado especulativo.
Probablemente, llega el estallido de la burbuja de la industria del
fracking en Estados Unidos que podría dañar severamente a sus bancos.
Más allá de la coyuntura de estas últimas semanas, en realidad, el precio de las materias primas en lo que va de siglo,
y entre ellas destaca claramente el petróleo, se ha caracterizado por
ser alto y fluctuante. Además, la industria petrolera ha jugado
históricamente un papel decisivo en las crisis económicas y políticas.
¿Qué ha pasado?
El
20 de abril de 2020 ha sido uno de los días más asombrosos en el
comercio de carburantes. El precio futuro del petróleo de EE UU, el West
Texas Intermediate (WTI), cayó a terreno negativo por primera vez en su
historia.
El WTI es un índice de crudo producido en Texas y el sur de Oklahoma
que sirve como referencia para fijar el precio de otras corrientes de
crudo. En vez de pagar por la mercancía, los
inversores llegaron a cobrar 37,63 dólares por comprar un barril en EE UU para su entrega en mayo.
Para
ser exactos, lo que ha caído un 305% en realidad son los precios de
futuros que expiraban —derechos de compra con una fecha de vencimiento
fijada—. Los propietarios tenían que vender los contratos o llevarse el
petróleo. La demanda ha bajado y, además no tenían sitio donde
almacenarlo.
Vale la pena aclarar que en este suceso no son las
grandes compañías extractivistas las que han anotado menores beneficios
sino aquellos especuladores que tenían esos contratos y no consiguieron
venderlos por la sobreoferta. En las gasolineras, los
precios no se han desmoronado tanto.
¿Por qué ha caído el precio del petróleo?
En este momento confluyen varios factores.
La fuerte reducción de la demanda de petróleo
fruto de las medidas de confinamiento y la crisis económica que la
pandemia ha acelerado, la sobreoferta de crudo y los límites en el
almacenamiento, la especulación financiera, el sobreendeudamiento de las
empresas, los problemas estructurales de la industria del fracking en
EE UU y las tensiones geopolíticas (Rusia vs. Arabia Saudí, EE UU vs
China e Irán, intentos de golpe de Estado en Venezuela, Rusia vs
Turquía). Todos ellos han generando presión a la baja sobre los
precios.
Un problema de fondo es la falta de control
público sobre los mercados financieros y la especulación con el
petróleo, que nos lleva a una situación de sobreextracción. De hecho, se
ha empezado hablar del mayor exceso de petróleo de la historia.
Igualmente, hay una gran incertidumbre respecto al futuro inmediato para
el capital transnacional, fundamentalmente el financiero.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Como consecuencia del coronavirus ha descendido el
transporte en las ciudades, el
tráfico aéreo
—en EE UU -60%, en España -95%— y gran parte de la producción
industrial. Las medidas implementadas para frenar la crisis sanitaria
han
disminuido la demanda de petróleo
y productos derivados a nivel mundial. El confinamiento que empezó en
China se ha ampliado a 3.000 millones de personas en 187 países. Muchas
actividades económicas no esenciales pararon.
La demanda
de gasolina y diésel en el mundo se ha reducido un 33% en abril.
Mientras tanto, los principales extractores de petróleo han seguido
bombeando, lo que ha precipitado una mayor caída de los precios del
petróleo
Así, el consumo de petróleo en los EE UU se ha caído más del 30%, a los
niveles
más bajos en al menos 30 años. En el mundo, en el mes de abril la
demanda de gasolina y diésel se ha reducido un 33% y el combustible para
aviones en 64% comparada con 2019. La demanda de carburantes en Europa
es 33% menor de lo que era hace un año.
Al mismo tiempo, los
principales extractores —EE UU, Arabia Saudí, Rusia— han seguido
bombeando, lo que ha precipitado una mayor caída de los precios del
petróleo. Ahora mismo sobran
30 millones de barriles al día y los lugares donde se almacena —refinerías, depósitos, buques— están a
punto de llenarse.
Esto ha provocado que se dispare también la
especulación con el
coste de alquiler de los petroleros que ha pasado de los 15.000 dólares diarios en febrero a los 200.000 y 300.000 dólares en marzo.
¿Por qué hay un exceso tan grande de crudo?
La
pandemia global llegó justo cuando la extracción de petróleo había
alcanzado sus máximos. La organización de los países exportadores de
petróleo y otros estados como Rusia llevan
meses negociando el recorte en la producción para apuntalar los precios del petróleo porque, entre otras razones, EE UU había
inundado el mercado con crudo en los últimos años.
Entre febrero y marzo, cuando Rusia y Arabia Saudí no habían llegado todavía a un acuerdo, Arabia Saudí
abrió sus grifos profundizando una “guerra de precios” contra su antiguo aliado Rusia, según la narrativa oficial. ¿O tal vez fue una
maniobra para hundir al sector en EE UU?
Analistas
financieros reconocieron que “el valor marginal de un barril de
petróleo, en este contexto, tiende a cero”. Hubiera sido lógico reducir
drásticamente la extracción, pero el “mercado autorregulado” se rige por
la avaricia
En el mes de marzo se empezó a
avisar que la pandemia estaba llevando el mercado de las materias primas “hacia lo desconocido”. Se informó de la llegada del
mayor exceso de suministro de petróleo que el mundo haya conocido.
Analistas financieros
reconocieron
que “el valor marginal de un barril de petróleo, en este contexto,
tiende a cero”. Hubiera sido lógico reducir drásticamente la extracción,
pero el “mercado autorregulado” se rige por la avaricia.
Los
precios del petróleo se desmoronaron a gran velocidad, justo cuando a
finales de febrero se registró el récord histórico de extracción en EE
UU:
13,1 millones de barriles al día. A pesar del
descenso
de los precios que lleva meses asentándose, las empresas petroleras
estadounidenses no redujeron la velocidad de su extracción.
Las
corporaciones petroleras habían pedido mucho dinero prestado por los
bancos en los últimos años para perforar miles de pozos, construir
tuberías y mantener una maquinaria costosa. Todo ello, sin haber
conseguido en ningún momento ser rentables por los altos costes del
petróleo extraído mediante fracking frente a otros crudos.
Cada vez se
requiere invertir más energía y capital para extraer petróleo. Parar esa
maquinaria significaba no poder devolver, al menos en parte, esas
deudas.
Además, dejar de explotar un pozo no es sencillo y puede
conllevar que este
colapse
y no se pueda seguir utilizando en el futuro. Bajo estas premisas, las
compañías no podían permitirse dejar de bombear y se ha producido de
este modo una loca huida hacia adelante.
Pero a finales de marzo
los precios del petróleo se habían reducido a una tercera parte de los
de enero. El delirio se hizo insoportable. Empezaron a caer el número de
perforaciones en Canadá y Estados Unidos, y las empresas recortaron sus
presupuestos.
El uso de plataformas de perforación
empezó a bajar
a toda velocidad. El conteo de las plataformas es considerado como uno
de los indicadores más importantes del apetito de inversión y de su
confianza en el sector, estrechamente relacionada con la evolución de
los precios.
Claramente, el
pacto de la OPEP y Rusia del 12 de abril para recortar la producción en unos 12 millones de barriles al día en mayo
se va a quedar corto. Los precios del crudo siguen tambaleando.
¿Seguirá disminuyendo la demanda mundial?
Según la
Agencia Internacional de la Energía,
se espera que la demanda de petróleo mundial caiga en el segundo
trimestre de 2020 en 23,2 millones de barriles diarios (Mb/d) con
respecto al mismo período de 2019 —esto es una caída del 25%— y se
reduzca en una cifra récord de 9,3 millones de barriles al día en 2020.
Si se mantiene la reducción del consumo de esta magnitud podría tener
una repercusión sobre el capitalismo global de enorme calado.
Algunos
investigadores apuntan que se trata de una “
caída brutal”
comparada con la que se produjo con la crisis de 2008 cuando la
producción de petróleo cayó un 4%. Antes de la pandemia se extraían cada
día unos 100 millones de barriles.
¿Dónde guardar tanto petróleo sobrante?
La capacidad mundial de almacenar crudo
está a punto
de llegar al máximo. No hay datos oficiales sobre la capacidad de
almacenamiento global de crudo. Según la Agencia Internacional de la
Energía es de 6.700 millones de barriles, pero resulta muy complicado
saberlo porque muchos datos no son públicos.
Por ejemplo, hay unos
800 megapetroleros
navegando por los mares capaces de albergar conjuntamente unos 1.800
millones de barriles. Las empresas comercializadoras se están
gastando una fortuna para acopiar una cantidad récord de crudo en estos
buques esperando precios más altos.
Algo similar, pero en mucho menor escala ocurrió el año pasado tras los ataques contra instalaciones petrolíferas en Arabia Saudí.
En algunos meses surgirán más dificultades cuando el crudo empieza a degradarse o inducir la corrosión de las instalaciones.
En
este escenario los EE UU están ya al borde del precipicio, lo que
podría profundizar aún más la quiebra del “american way of life” y del
régimen de Wall Street
Otro aspecto a tener en cuenta es la geopolítica
asociada a la capacidad de almacenamiento del petróleo. Aunque la
información no es muy clara al respecto. Destacan EE UU (1.499 millones
de barriles), China (1.440 millones) y Arabia Saudita (329 millones).
Ahora lo que va a ser crucial es quién llena antes sus depósitos, es
decir quién acaba antes con la capacidad de almacenamiento. Este será el
que perderá en el juego geopolítico. Y en este escenario los EE UU
están ya al borde del precipicio, lo que podría profundizar aún más la
quiebra del “
american way of life” y del régimen de Wall Street.
Mirando al bosque, ¿está realmente barato el crudo?
Si tomamos
perspectiva histórica,
en realidad los precios del petróleo, que están en niveles de 20
dólares el barril ahora mismo se sitúan dentro de la horquilla en el que
han fluctuado a lo largo del siglo XX, descontando las crisis del
petróleo. No están tan baratos. En el contexto en el que sí están
baratos es en el de la historia reciente, pues desde el inicio del siglo
estos precios se caracterizan por ser muy volátiles y, en término
medio, mucho más caros que los del siglo XX.
Esto es
consecuencia de tres factores:
haber atravesado el pico del petróleo convencional —y probablemente ya
de todos los tipos de crudo—, la crisis económica recurrente y la
comercialización del crudo a través de los mercados financieros.
Las
consecuencias de este escenario de precios volátiles son muy
importantes para la industria petrolera en un contexto en el que la
extracción cada vez es más cara.
¿Estados Unidos, origen de una nueva crisis?
La
crisis financiera de 2007-2008 tuvo su origen en EE UU, y
específicamente en Wall Street, por la ruina del sector inmobiliario,
activada por la quiebra del mercado de las hipotecas basura, los
denominados
subprime —entre otras razones—, aunque el epicentro del terremoto se desplazó luego a la UE. Desde hace años, se lleva inflando
otra burbuja financiera vinculada a los combustibles fósiles en EE UU y se ha empeorado con la administración de Donald Trump.
En
2010, la extracción de petróleo y gas en rocas poco porosas —como
esquisto o pizarra— en los EE UU era mínima. Si bien en 2018, el bombeo
mediante la técnica ultracontaminante de la fractura hidráulica
—fracking en inglés— había aumentado en 2,2 millones de barriles por día
y en 2019 alcanzó los siete millones de barriles por día —sin incluir
el petróleo convencional de Alaska, Texas o el Golfo de México—.
El país
pasó de ser importador neto durante decenios a ser exportador neto de
energía en septiembre de 2019. La
Agencia Internacional de la Energía
llegó a plantear que los EE UU representarían el 70% del aumento de la
capacidad de extracción mundial hasta 2024 y colocó a EE UU en el trío
de cabeza petrolero junto a Arabia Saudí y Rusia.
La
jugada de Trump y el lobby de los multimillonarios significaba más
petróleo estadounidense para aumentar el consumo doméstico, reducir las
importaciones y desestabilizar sus competidores internacionales
La jugada de Trump y el lobby de los multimillonarios con el “
make America great again”
[Hacer América grande de nuevo] significaba más petróleo estadounidense
para aumentar el consumo doméstico, reducir las importaciones y
desestabilizar sus competidores internacionales —Irán, Rusia y
Venezuela— principalmente.
Pero para
sostener una
extracción mucho más cara que la saudí y la rusa, el precio del
petróleo debía mantenerse en una horquilla que iría entre los 40$/barril
—precio mínimo para que las compañías de fracking empiecen a anotar
beneficios— y un máximo en torno a los 120$/barril —cifra a partir de la
cual se desencadenaría una escalada de precios que acabaría arrastrando
a la economía de los EE UU—. Los últimos
datos
indican que para cubrir costes se requería un mínimo de 39,2 $/barril,
frente a los 2,8$/barril en Arabia Saudí y los 5$/barril de
Rusia.
La
clave para explicar el crecimiento en la extracción de petróleo y gas
de esquisto no ha sido en el campo productivo, sino en el financiero.
Muchos pozos no fueron rentables para operar. La mayoría de empresas
centradas en fracking gastaron más dinero del que ingresaron. Según un
estudio de IEEFA las compañías estadounidenses gastaron 189.000 millones
de dólares más en perforación y otros gastos de capital en la última
década de lo que generaron al vender petróleo y gas.
De hecho, entre
2012 y 2017 las compañías de fracking sumaban unas pérdidas
de unos 9.000 millones de dólares trimestrales.
Fue el capital financiero y las políticas monetarias del Gobierno —con
la tasa de interés a casi cero es barato endeudarse— que permitieron el
boom del fracking que en realidad ha sido un fracaso económico, social y
ambiental.
Desde 2015, más de 200 productores de petróleo y gas se
han declarado
en bancarrota, dejando una deuda de 129.000 millones de dólares sin
pagar. Solo entre 2020 y 2022, las empresas tendrían que afrontar el
vencimiento de sus deudas por una valor de 137.000 millones de dólares.
En el tercer trimestre de 2019, el 91% de los impagos de deuda
corporativa estadounidense se debía a las empresas de petróleo y gas.
Con la volatilidad y los precios de petróleo tan bajos muchas
empresas de fracking no son más que un cadáver. Se cree que la
cifra de las quiebras aumentará y la situación empeorará. Para remate, en EE UU se alcanzó el pico de extracción de petróleo de roca porosa.
Trump y el fiasco relativo de controlar el grifo del petróleo
A
lo largo de la historia, los vínculos de los gobiernos estadounidenses
con la industria petrolera son muy estrechos. El petróleo es un asunto
de Estado.
La crisis de hegemonía de los EE UU está estrechamente
unida al declive de los hidrocarburos. Sus élites han intentado
revertirla mediante, por ejemplo, el proyecto de un “Nuevo Siglo
Americano” que propugnaba incrementar la presencia militar en el sureste
y centro de Asia para controlar el grifo mundial de petróleo y gas,
bajo el pretexto de la “guerra (global permanente) contra el
terrorismo”, continuó con la invasión de Iraq y Libia, las sanciones
contra Irán y Venezuela y la militarización de América Latina y el
Caribe. Pero estos intentos han sido infructuosos. Es más, la Gran
Recesión, a partir de 2008, ha acelerado la tendencia.
EE
UU está estudiando dejar en el subsuelo unos 365 millones de barriles a
disposición del Gobierno y pagar a las empresas de petróleo por no
extraerlo
Los subsidios públicos a los combustibles fósiles alcanzan los
649.000 millones de dólares en 2015, diez veces el gasto federal para la educación. Pero Trump dio un salto más. Colocó un
gran número
de abogados y ejecutivos de la industria petrolera y automotriz en
puestos de alto rango de la administración.
Nombró como primer
Secretario de Estado (Ministro de Exteriores) a Rex Tillerson, ex
presidente de Exxon Mobil, multinacional acusada de haberse beneficiado
de la guerra contra Iraq para la venta de petróleo o haber financiado el
negacionismo del cambio climático siendo una de las empresas del mundo
que más ha contribuido al calentamiento global.
En la reciente pugna entre Rusia y Arabia Saudí, Trump, empujado por la industria petrolera, anunció que llenaría la
Reserva Estratégica de Petróleo y tras el desplome de precios de abril dio la
orden de comprar hasta 75 mIllones de barriles.
La Administración estadounidense también estaría estudiando
pagar a las empresas de petróleo por no extraerlo
y dejar en el subsuelo unos 365 millones de barriles a disposición del
Gobierno. Aunque esto es más complicado de lo que parece. Parar la
extracción es caro e implica la posibilidad física de que el campo no se
pueda reabrir. Esta secuencia de acontecimientos da entender que el
Gobierno de EEUU, a pesar de su apuesta petrolera, en realidad tiene
poca capacidad de maniobra.
El
anuncio de Trump
en Twitter que “Nunca dejaremos caer a la gran industria de petróleo y
gas de EE UU. ¡He dado instrucciones al secretario de Energía y al
secretario del Tesoro para que formulen un plan que ponga a disposición
fondos para que estas empresas y empleos tan importantes estén
asegurados en el futuro!”, suena a respuesta desesperada por su pésima
gestión de la crisis sanitaria y su miedo a perder las próximas
elecciones presidenciales. Incluso pretende usar los programas de alivio
económico del coronavirus, cuando millones de estadounidenses están
desempleados y con necesidades vitales sin cubrir.
Se
sabía desde hace años que la burbuja financiera de las empresas del
fracking podría explotar y provocar un nueva crisis financiera
global. Las políticas de los bancos centrales ha permitido que muchas
empresas deficitarias hayan seguido funcionando
Si Trump subió al poder con su eslogan “
make America great again”,
que resumía su alianza con las petroleras estadounidenses, la crisis de
covid-19 le puede pasar factura. La incidencia de la pandemia en los EE
UU y sus efectos económicos, como la quiebra de empresas del fracking,
se está traduciendo ya en un aumento terrible del desempleo. Además,
esas quiebras y el desempleo asociado se produce en zonas donde Trump
ganó las elecciones de 2016.
Ese apoyo estaba condicionado, entre otras
cosas, a la promesa de nuevos empleos. Muchos de esos empleos estaban,
directamente o indirectamente, vinculados al “Big Oil”. Así pues, podría
perder votos en Texas, Dakota del Norte, Virginia Oriental, Pensilvania
y Ohio. Además, en algunos de estos estados Trump ganó de manera muy
ajustada.
¿Otra vez Wall Street?
Se sabía desde hace años que la
burbuja financiera de las empresas del fracking podría explotar y provocar un nueva
crisis financiera global.
Las políticas de los
bancos centrales
ha permitido que muchas empresas hayan seguido funcionando. Se trata
del proyecto político de las élites de los EE UU en el escenario
postcrisis subprime, reforzado por Trump.
Entre la Casa Blanca, las
altas finanzas y la
compañías energéticas
han puesto en marcha los mecanismos financieros necesarios para
sostener todo el entramado de la industria fósil con el objetivo de
reducir importaciones y enriquecer aún más —si cabe— a la
clase de multimillonarios
que pusieron a Trump en el poder.
Esto se ha complementado con el
desmontaje de políticas de protección ambiental, los planes de
transición energética y el hostigamiento a los Estados díscolos, como
Irán o Venezuela.
Aún sabiendo
que la quiebra de las petroleras podría provocar unas enormes pérdidas o
incluso una nueva crisis, las mayores entidades financieras
estadounidenses, JP Morgan Chase, Bank of America, Citgroup y Wells Fargo, han financiado cada una con más de 10.000 millones de dólares este peligroso negocio.
Sin
embargo, ahora los principales bancos, que han financiado esta
industria contaminante, están explorando la posibilidad de retirar la
financiación y embargar los activos de las compañías del fracking que no
están devolviendo los préstamos. El petróleo y el gas que pretendían
extraer no desaparece. Los bancos pretenden quedarse con las reservas de
los productores que han puesto como garantía, creando sociedades de
cartera e intentando esperar que pase la tormenta y se recuperen los
precios. Aunque esto está por ver.
Otros actores financieros, que también tienen una posición fuerte en el sector, como BlackRock,
están pensando en una estrategia de desinversión. El mayor gestor de
fondos del mundo contaba con importantes participaciones en las grandes
corporaciones petroleras del mundo —ExxonMobil, Shell, BP y Chevron— y
en el verano de 2019 presentaba unas pérdidas de 90.000 millones de
dólares por sus inversiones en combustibles fósiles. Por ello se postula
de repente como nuevo paladín del Pacto Verde Europeo (Geen New Deal) gracias a la ayuda de la Comisión Europea.
El
impago de la deuda de las empresas de petróleo y gas en EE UU es un
ejemplo flagrante de un sistema económico altamente financiarizado y un
modelo empresarial basado en el endeudamiento
a bajos tipos de interés. En el mundo, el volumen de la deuda de las
empresas alcanzó un máximo histórico en términos reales de 13,5 billones
de dólares a finales de 2019, impulsado por políticas monetarias. En todo este tiempo, la calidad general de la deuda corporativa se derrumbó, según un nuevo informe de la OCDE.
¿Cómo puede afectar la caída del precio del petróleo?
El
impacto de los “bajos” precios del petróleo se sentiría sobre todo en
los EE UU. Lo que valida la estrategia saudí: el colapso de los precios
por la sobreoferta eliminará a muchos productores estadounidenses del
mercado, obligando a la Casa Blanca a contribuir al ajuste a la baja de
la producción mundial.
¿Habrán
conseguido Rusia y Arabia Saudí debilitar a la extracción
estadounidense? ¿Se hundirá allí gran parte de la industria petrolera?
¿Se verá un diálogo global sobre la producción del petróleo y el precio
como hace tiempo no se ha había visto?
Según la Administración de Información Energética
de EE UU (EIA), el país podría volver a convertirse en un importador
neto de petróleo crudo y productos petrolíferos en el tercer trimestre
de este año y continuar así hasta la mayor parte de 2021. Aunque unos
precios “bajos” también podrían debilitar los regímenes autoritarios de
Arabia Saudita y los Emiratos Árabes lo que tendría secuelas para todo
el Oriente Medio.
¿Cómo es la “nueva normalidad”?
El
problema político que se nos plantea en el corto y medio plazo es el
siguiente: a medida que la demanda mundial de petróleo se tropieza y
sectores como el turismo o transporte aéreo sigan teniendo
restricciones, las empresas ligadas a los combustibles fósiles pedirán
la intervención del Estado.
El
desorden global refuerza los argumentos que se plantearon durante
numerosas movilizaciones sociales. El Covid-19, como detonante de una
nueva crisis global, nos aporta nueva vida y urgencia a las luchas de
larga data contra la globalización
En EE UU se aprobó un
paquete de estímulo económico de dos billones de dólares. De ellos
500.000 millones para salvar grandes corporaciones. La Reserva Federal
ha anunciado que comprará deuda de empresas por 750.000 millones de
dólares y existe el riesgo que una gran parte de todo este dinero
beneficie a “Big Oil”.
La UE también está dirigida por tecnócratas y gobiernos fuertemente
capturados por los intereses que ponen el rescate de empresas
contaminantes antes que el interés general.
El Banco Central Europeo,
por ejemplo, favorecerá a las grandes corporaciones, que son las que
más han contribuido a la gran crisis socioambiental a la que se enfrenta
el planeta, con su compra los bonos de deuda bajo el paraguas de la
expansión cuantitativa (Quantitative Easing en inglés).
¿Qué oportunidades alberga un declive energético?
Después de las crisis del precio del petróleo de la década de 1970 siguieron décadas en las que
aumentó el consumo de petróleo,
así que no podemos esperar ningún cambio progresista de esta caída del
precio de petróleo. De hecho, desde la última crisis global hace diez
años no se ha hecho casi nada para reducir la demanda de petróleo.
Las élites del poder económico y financiero intentarán aprovechar la situación actual para poner en práctica el conocido
manual del capitalismo del desastre.
Los gobiernos y muchos medios seguirán fingiendo que los fondos de
"reconstrucción” en respuesta a la covid-19 servirán para recuperar el
crecimiento a toda costa, cuando en realidad empeoran las perspectivas.
Tipos de interés negativos fruto de enormes burbujas monetarias,
rescates “trillonarios” con dinero público sin los mínimos criterios
medioambientales o sociales —más bien lo contrario—, especuladores
pagando porque no les entreguen las materias primas que han comprado,
etcétera.
Son tantas disfunciones que es inevitable buscar un sistema
diferente antes de que el actual implosione. El reciente episodio de
especulación financiera por un lado y de límites físicos por otro
explica muy bien la necesidad de decrecer económicamente.
El
desorden global refuerza los argumentos que se plantearon durante
numerosas movilizaciones sociales. El covid-19, como detonante de una
crisis global que viene de lejos, nos aporta nueva vida y urgencia a las
luchas de larga data contra la globalización, desde las políticas de
comercio e inversión hasta la especulación financiera, la agricultura
industrial y la deuda externa, para reivindicar la protección de la vida
como eje central de nuestras sociedades.
En definitiva, como
sociedad tenemos la gran tarea de evitar que se vuelva a repetir la
“salida” de la Gran Recesión que ha sostenido las tasas de beneficios de
los grandes capitales a costa de incrementar la explotación de las
mayorías sociales, y especialmente de las mujeres y las clases populares
—rescates del capital financiero con ayudas públicas, recortes sociales
y salariales, reformas laborales— y de la naturaleza.
Tenemos
la gran tarea de evitar que se vuelva a repetir la “salida” de la Gran
Recesión que ha sostenido las tasas de beneficios de los grandes
capitales a costa de incrementar la explotación de las mayorías sociales
Los movimientos por la
justicia climática deben hacer la máxima presión para evitar estos
rescates de la industria fósil y conseguir que todas las ayudas públicas
por la covid-19 estén condicionadas a una profunda transformación
socioambiental.
Si
se cumplen las previsiones y la demanda de carburantes se reduce este
año en 9,3 millones de barriles al día respecto a 2019 esto sería bueno
para el clima. Aun así, se seguirán quemando a diario cerca de 89
millones de barriles que emitirán unos 270 millones de toneladas de CO2 a
la atmósfera cada día.
Además, el sector tiene previsto gastar otros
335.000 millones de dólares en nueva exploración y extracción de crudo.
¿No sería deseable dedicar este dinero a una transición energética
justa?
Si de verdad queremos frenar la emergencia climática y evitar
nuevas pandemias, hay que dejar la mayor parte del petróleo —y gas, carbón y uranio— bajo tierra.
En vez de salvar nuevamente a la industria petrolera, los gobiernos deberían aprobar planes para su cierre paulatino.
Hay estudios señalando que la juventud apoyaría medidas en este sentido.
Otra buena medidas sería prohibir la inversión en combustibles fósiles, como sugiere el informe "Banking on Climate Change"
en el que se denuncia que 35 bancos —entre ellos BBVA y Santander— han
financiado dicha industria con más de 2,7 billones de dólares en los
cuatro años transcurridos desde el acuerdo climático de París de 2015.
Preparémonos ante el colapso fosilista
Aunque
cueste hacernos la idea, esta nueva crisis es la antesala del declive
de la era fósil y en esta década se producirá una quiebra energética
mucho más profunda. Los datos nos indican que no hay ninguna fuente
energética alternativa que pueda sustituir el petróleo convencional y,
muchos menos, el conjunto de los combustibles fósiles.
Tanto
la emergencia sanitaria y climática son una oportunidad para impulsar
cambios profundos. No sólo hay que invertir más en los servicios
públicos y revertir las privatizaciones, también relocalizar las
economías, reducir el consumo, volver a la planificación, regular y
gravar fuertemente las corporaciones y actores financieros, e incluso
expropiar sectores vitales, recortar el gasto militar y restituir
nuestras deudas con el Sur global.
Para
garantizar una vida digna para todo el mundo, hay que redistribuir de
arriba a abajo, tanto los ingresos como la riqueza. Y este proceso debe
ir acompañado de una fuerte reducción y redistribución del tiempo de
trabajo remunerado, y un reparto equitativo de los trabajos de cuidados.
Hay que erradicar la pobreza como el factor más importante que crea
miedo e incertidumbre. Por eso también necesitamos un impuesto a las
rentas altas para financiar la renta básica.