Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.
Antonio Machado
Querido Santi:
Si no te conociera, pensaría que en tu reciente artículo
España, un Estado sin nación,
haces trampa. Pero, como te conozco bien (aunque ahora no te reconozca,
para decirlo con una de esas paradojas chestertonianas que tanto nos
gustan), prefiero pensar que, una vez más, te has dejado llevar por tu
pesimismo metódico.
No hace falta que te diga que no podría estar más de acuerdo con el
título del artículo y con el sumario: “¿Cuál es ese problema? Lo he
dicho muchas veces. No se trata de la ‘cuestión catalana’ -o de la
‘cuestión vasca’, hoy momentáneamente olvidada- sino de la ‘cuestión
española’: del hecho de que, si hay naciones sin Estado, España es, al
contrario y desde su nacimiento, un Estado sin nación”.
Lo has dicho
muchas veces, yo también, y no somos los únicos, y precisamente por eso
no basta con el diagnóstico, aunque no está de más repetirlo cuantas
veces venga a cuento. Y también estoy de acuerdo con otras muchas de tus
afirmaciones; con la mayoría, de hecho, y precisamente por eso veo
necesario, siguiendo con las paradojas chestertonianas, rebatirlo con
especial contundencia.
Porque no hay falacia más peligrosa que la que,
como en este caso, se mimetiza entre verdades como puños, medias
verdades, tópicos arraigados y conjeturas que pretenden ser teoremas.
Por eso -lo he dicho muchas veces- los normófilos de Podemos son más
peligrosos, en el terreno de las ideas, que los normópatas del PP. Por
eso los Gabilondo y los Évole son más peligrosos que los Herrera y los
Losantos.
Por eso El País es más peligroso que La Razón. Y por eso
Fernández Liria y Alba Rico (y sabéis cuánto me duele decirlo) son, en
estos confusos y atribulados momentos, más peligrosos que los Savater y
los Albiac.
He dicho, e intentaré demostrarlo (o cuando menos mostrarlo), que en
tu artículo hay una falacia mimetizada entre verdades, medias verdades,
tópicos y conjeturas. De las verdades, que son muchas e importantes, la
más contundente está en el título y en el sumario, como ya he señalado
.
Seguida de esta otra, que merecería un artículo propio: “El fascismo que
han redespertado el PP y C’s, minoritario en relación con el europeo,
es, en efecto, mucho más primitivo: revela de nuevo esa adhesión
fetichista-imperial a la Nación fallida del siglo XIX y, por lo tanto, a
su desnuda forma estatal”.
Por cierto, es de agradecer que señales a
los verdaderos “redespertadores” del fascismo, desmintiendo a los
tramposos que les echan la culpa a los independentistas.
Entre las medias verdades, cabría destacar esta: “En política solo
puede encubrirse un problema real con otro problema real”. Habría que
añadir que el problema encubridor, aunque conviene que sea real para que
cuele la maniobra de camuflaje, se puede -y se suele- exagerar o
distorsionar hasta extremos que lo convierten en falso.
Cuando Aznar
repetía como una jaculatoria “El problema de España es el terrorismo”,
decía una verdad -o media- que se convertía en una doble mentira, por
exceso y por defecto: el problema era el terrorismo, sí, pero el
terrorismo de Estado; y tampoco era “el”problema, a pesar de su enorme
gravedad, sino un epifenómeno del nacionalcatolicismo y la barbarie
capitalista.
Entre los tópicos, a los que no eres propenso, sorprende encontrar
uno de los más difundidos y tergiversadores: el de la “guerra civil”
española.
Lo que dio paso a cuarenta años de “democracia orgánica”
franquista y otros tantos de monarquía bananera no fue una guerra civil
(del mismo modo y por las mismas razones que la invasión de Iraq no fue
una guerra), y tú que tanto y tan bien has escrito sobre el terrorismo
lingüístico, no deberías alimentar un tópico que sirve de base al
discurso de la “reconciliación” y la equidistancia.
La parte más interesante de tu artículo, la conjetural, es también la
más equívoca, en la medida en que algunas conjeturas se presentan como
verdades demostradas. En otro contexto, una frase (poética) como “España
no existe y para separarse de ella primero habrá que construirla”, me
parecería un excelente punto de partida para un debate más que necesario
sobre las naciones y los nacionalismos.
Pero en tu artículo es una
afirmación literal y una premisa (en el sentido silogístico del término)
para llegar a la conclusión abusiva de que la República Catalana es
imposible y la CUP sueña tortillas (y, de paso, para apoyar a tus amigos
equidistantes sin enseñar mucho el plumero).
Hay que distinguir, hoy más que nunca, como nos recuerda Alfonso
Sastre al hablar de la utopía, entre lo imposible y lo imposibilitado. Y
hay que luchar en todos lo frentes para que lo imposibilitado deje de
serlo (o, mejor dicho, de estarlo).
Tres millones de catalanas y
catalanes (quienes votaron el 1-O y quienes intentaron hacerlo a pesar
de la brutalidad policial) han demostrado su firme voluntad de librar
esa batalla, su coraje y su admirable capacidad de autoorganización.
Sería incurrir en el mismo error que estoy criticando afirmar que esta
“arma decisiva”, como diría Chomsky, garantiza una victoria final (es
decir, inaugural) y a corto plazo; pero tu categórica afirmación
contraria: “tan cierto como que existe una nación catalana y que no será
independiente” es una
contradictio in terminis: si existe una
nación catalana digna de ese nombre -y estamos de acuerdo en que existe-
será independiente (de hecho, está empezando a serlo, y por eso el
poder ha perdido los papeles).
Puede que la independencia de Catalunya propicie “la fundación
democrática y pacífica de España”; pero no pasa por ella, como afirma
Podemos para justificar su posposición indefinida de lo imposponible, su
equidistancia cobarde y oportunista.
Incluso podría suceder lo
contrario: que la existencia más fuerte de la nación catalana aniquilara
con su abrazo fraterno, cual ángel rilkeano, a la inconsistente España,
brindándole así la oportunidad de convertirse en un mosaico de naciones
independientes y hermanas.
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