Pandemia y cuidados
La pandemia ha tenido algunas consecuencias positivas, por extraño que pueda parecer que de tanto desastre emane algo positivo.
Quienes hemos padecido los procesos de confinamiento, amenazas de contagio, pérdidas de familiares y amigos cercanos, vacunaciones masivas, revacunaciones masivas, hemos recordado el valor de la vida humana y la importancia de la ayuda mutua y los cuidados de las personas.
Algo significará que una película como 100 días con la Tata haya merecido el Premio Forqué al Mejor Documental.
Sin duda, se ha generado una cierta sensibilidad, probablemente transitoria, con respecto a las personas que viven en soledad, la carencia de asistencia y de cuidados absolutamente necesarios para mantener su calidad de vida.
Hemos recordado, hemos reaprendido, que los cuidados que hacen posible la vida, son parte esencial para el futuro de los empleos.
Unos empleos que durante muchos años hemos delegado en las mujeres y en los inmigrantes.
Unos empleos que deberíamos de asumir como responsabilidad de todos nosotros, de toda la sociedad, dotándolos de formación, reconocimiento social y salarial y con niveles de cualificación adecuados a las nuevas necesidades.
Nuestras sociedades han entrado de golpe en una nueva fase histórica que exige poner en valor la cooperación, la solidaridad, a niveles sociales e institucionales.
Desde los barrios hasta los ámbitos internacionales deben aprender a poner en marcha este tipo de modelos que cuidan a las personas, por encima de los negocios de las corporaciones.
Un mundo globalizado, que debe afrontar el reto medioambiental, un mundo de igualdad que quiere preservar también la libertad, no puede dejar todo en manos del beneficio privado a toda costa.
El valor de nuestras sociedades no puede estar pendiente tan sólo de los beneficios de unos pocos, sino del bienestar social, el respeto medioambiental y a los derechos humanos.
De repente, los ultraliberales triunfantes durante décadas se han quedado sin respuestas creíbles tras habernos han conducido a un callejón sin salida, del cual nos damos cuenta todos, lo queramos o no reconocer.
Películas como No mires arriba son la expresión de la catástrofe a la que nos vemos abocados, sea cual sea el desastre que se desencadene.
Unos cuantos visionarios tecnológicos y empresarios atentos a la maximización de sus beneficios, acompañados de unos cuantos políticos corruptos y sólo atentos al egocentrismo que provocan sus triunfos electorales y con la complicidad de unos medios de comunicación, atentos tan sólo a satisfacer las bajas pasiones de la audiencia.
Las miles de personas fallecidas en las residencias de mayores han sido la peor de las demostraciones de cuanto no debería nunca haber ocurrido.
La pandemia ha venido a ratificar la importancia del sector público, la importancia de lo público, de la sanidad pública, de la educación pública, de los servicios sociales.
La pandemia ha demostrado la perversidad de las privatizaciones y de la conversión de las necesidades básicas de la población en negocio privado de grandes corporaciones y de políticos que atraviesan las puertas giratorias para convertirse en consejeros, asesores y promotores de todo tipo de desmanes con los recursos públicos.
Hemos podido comprobar como la sanidad, los servicios residenciales para personas dependientes, los servicios sociales, los propios servicios públicos de empleo, han puesto toda la carne en el asador pero no han podido contener los peores efectos de la pandemia.
La crisis económica, social, sanitaria, ecológica, pide a gritos un fortalecimiento de los servicios públicos, evaluados, eficientes y de calidad, pero públicos, sólidos, capaces de responder a las necesidades sociales.
Y además tienen que hacerlo para toda la población, con recursos suficientes, con una organización eficiente de los servicios públicos y sin que importe la clase social, la etnia, la religión, el género, o el país de origen.
Es tiempo de decir Basta.
Es tiempo de hacer frente a los postulados ultraliberales reconvertidos en sostenibilidad engañosa, los partidarios de democracias teledirigidas que nos conducen de cabeza al cataclismo ecológico, al colapso económico y social, a la extinción como especie que agota aceleradamente los recursos del planeta.
Este es el reto que las sociedades tenemos por delante, sin tardanza, sin dilación, sin distracciones, porque el tiempo apremia para defender un mundo que cuide a las personas y sus entornos vitales, evitando la exclusión, la pobreza, el abandono.
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https://diario16.com/pandemia-y-cuidados/
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