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Ni el padre, ni el hijo, ni el espíritu de Franco que anida en los dos.
No solo el rey emérito ha cruzado las fronteras; los ecos de su decisión han llegado a todo el mundo.
El reconocido periódico alemán Bild Zeitung, se ha hecho eco de la noticia del día en España y en el panorama internacional. La salida de España del rey emérito Juan Carlos de Borbón no ha dejado a ningún medio al margen.
El tabloide germano, conocido por sus contundentes calificativos, no duda en catalogar de “huida” la decisión del rey y llega a afirmar, entre exclamaciones, que se va ¡en medio de un escándalo financiero! (sic).
Con el antetítulo de “Sospechoso de corrupción”, el artículo hace un
repaso por el comunicado oficial de la Casa Real y se hace eco de
publicaciones españolas como El Mundo.
“Durante las cuatro décadas en que fue rey y jefe de estado de
España (del 22 de noviembre de 1975 al 14 de junio de 2014), Juan Carlos
disfrutó de inmunidad.
Después de renunciar al trono a favor de su hijo, todavía tiene derechos especiales hoy, pero el Tribunal Supremo puede colocarlo en el banquillo de los acusados”, continúa Bild, que cita como causa el posible “lavado de dinero posterior a 2014 en relación con el escándalo”.
Después de renunciar al trono a favor de su hijo, todavía tiene derechos especiales hoy, pero el Tribunal Supremo puede colocarlo en el banquillo de los acusados”, continúa Bild, que cita como causa el posible “lavado de dinero posterior a 2014 en relación con el escándalo”.
El rey Juan Carlos I abandona España
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Juan
Carlos I quedará registrado en los libros de Historia, con razón, como
un mal rey. O, cuando menos, como máximo representante de un reinado que
dilapidó el mayor caudal ciudadano de respeto, admiración y —hasta
cierto punto— servilismo del que ha gozado jamás un monarca en la
historia de España.
En una situación como la actual deben diferenciarse dos debates: el de la institución monárquica y otro, muy diferente, el de determinar si, como reinado, el que encarnó Juan Carlos I fue positivo o no para la Historia de España.
Por muy republicano que se sea y se sienta, lo cierto es que la contribución que hizo el rey a la implantación y desarrollo de la democracia en España fue decisiva. Muy pocos podrán negarlo.
Visto con perspectiva, todas las críticas que recibió el monarca a lo largo de sus primeros años por haber jurado lealtad al franquismo y fidelidad a los principios del Movimiento Nacional, o por haber sido impuesto a dedo por un dictador, carecen del más mínimo fundamento.
El rey hizo lo único posible para afianzar el paso de la dictadura a la democracia. En este caso, el fin sí justificaba los medios. Da igual cuántos abrazos dio a Franco: lo importante es que fueron abrazos de oso.
En una situación como la actual deben diferenciarse dos debates: el de la institución monárquica y otro, muy diferente, el de determinar si, como reinado, el que encarnó Juan Carlos I fue positivo o no para la Historia de España.
Por muy republicano que se sea y se sienta, lo cierto es que la contribución que hizo el rey a la implantación y desarrollo de la democracia en España fue decisiva. Muy pocos podrán negarlo.
Visto con perspectiva, todas las críticas que recibió el monarca a lo largo de sus primeros años por haber jurado lealtad al franquismo y fidelidad a los principios del Movimiento Nacional, o por haber sido impuesto a dedo por un dictador, carecen del más mínimo fundamento.
El rey hizo lo único posible para afianzar el paso de la dictadura a la democracia. En este caso, el fin sí justificaba los medios. Da igual cuántos abrazos dio a Franco: lo importante es que fueron abrazos de oso.
Esa lástima ha derivado en una insoportable indignación popular
En
cualquier caso, el rey no fue la persona que, en solitario y con un
equilibrismo encomiable, puso rumbo hacia la democracia. Nada podría
haber salido bien sin el pragmatismo y la altura política de personas
como Santiago Carrillo, Adolfo Suárez o Felipe González.
La Transición,
escrito está ya mil veces, fue un ejercicio sin apenas fisuras ejecutado
con una eficacia muy pocas veces vista. Un trabajo conjunto en el que
el rey no fue todo, pero sí se
convirtió en una parte imprescindible para superar 40 años de tiranía
con una lógica política que muchos países se afanaron en emular con
posterioridad.
Ahora
se marcha de España el que, en el mejor de los casos, será conocido por
las generaciones futuras como el rey campechano, un monarca que lució
con todo su esplendor hasta 1992. El día que se apagó el pebetero de los
Juegos Olímpicos de Barcelona comenzó también el declive de su reinado,
hasta explotar hecho mil pedazos dejando un olor insoportable con el
cambio de siglo.
A partir
de 2005, Juan Carlos I se convirtió más en un Amadeo de Saboya que en un
Carlos III. No puede haber nada peor para una persona que se ha movido
entre el respeto reverencial y la admiración que empezar a generar
lástima.
Y eso fue, precisamente, lo que suscitó el rey en sus últimos
años de mandato.
Esa lástima ha derivado en una insoportable indignación
popular.
Perdió el pulso social, se alejó de la realidad del país y, al final, fue el propio país el que se alejó de su rey
De
los muchos errores que cometió, sin duda el que le liquidó como monarca
y le obligó a abdicar en favor de su hijo no fueron sus recurrentes
enfermedades, sus cacerías o sus amores extraoficiales.
El gran fallo
fue su caída en comportamientos indignos hasta el punto de perder el
pulso de la sociedad sobre la que reinaba.
Dejó de ver ciudadanos para
ver súbditos. Se alejó de la realidad del país y, al final, fue el
propio país el que se ha alejado de su rey.
Un
distanciamiento que en 2020 ha alcanzado cotas siderales.
Ni los
juancarlistas de toda la vida tienen ya la cintura para justificar los
presuntos trapicheos de un rey que se creyó impune para hacer y deshacer
resguardado en una muy mal entendida inviolabilidad.
No es tolerable,
nunca lo puede ser, que la persona que debe servir de ejemplo a los
ciudadanos (a sus súbditos) realice movimientos opacos en una cuenta
suiza oculta.
Borbón y bribón deberían ser sólo una rima, no un
sinónimo.
Alfonso XIII abandonó España en 1931, dando pie a
la proclamación de la II República, tras constatar que no contaba con
el amor de su pueblo.
Tampoco lo tiene ya Juan Carlos I.
La Casa Real
vive su futuro más incierto y su gestión de los tejemanejes del rey
emérito no da pie a ser optimista: Felipe VI anunció la renuncia a la
herencia de Juan Carlos I el primer día del confinamiento y elige el
primer lunes de agosto para informar del ‘exilio’ real.
Juan
Carlos I ya no cuenta con el amor de su pueblo, como le ocurrió a su
abuelo. De cómo gestione Felipe VI la crisis abierta por su padre
dependerá su reinado y, por extensión, la pervivencia de la monarquía en
España.
Hasta ahora no parece que esté poniendo demasiado empeño en mantenerlos.
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