viernes, 31 de julio de 2020

El coronavirus y el fin de la era neoliberal

 


Después de repetirnos durante cuarenta años los dogmas neoliberales, la crisis financiera sacudió seriamente nuestra fe en ellos, pero al final se mantuvo el sistema. Esta vez es diferente. La coronacrisis y las medidas socioeconómicas para salvar el sistema hicieron caer, uno a uno, los dogmas neoliberales. Es hora de hacer algo nuevo.

Los dogmas caídos 

 

«Vivimos por encima de nuestras posibilidades, no hay dinero”


Llevan años diciéndonos eso. La atención sanitaria era demasiado cara, los subsidios de desempleo demasiado generosos, los salarios demasiado altos y simplemente no había dinero para asuntos sociales o culturales. El déficit y las deudas del gobierno se tenían que reducir y por eso teníamos que ahorrar en todo. 


Ahora, de la noche a la mañana parece haber dinero y parecen haber encontrado gigantescos botes de dinero. Hoy en día se gastan miles de millones de euros como si nada. Un déficit en el presupuesto de más de tres veces el 3 % acordado en el tratado de Maastricht o una deuda mucho mayor que el 100 % del PIB, de repente, dejaron de ser un problema. 

«El mercado libre lo resuelve todo, el Estado es ineficiente»

Privatizar y desregularizar lo más posible, esa era la consigna. El Estado tenía que “adelgazar” lo máximo posible e intervenir lo menos posible (1). Para Bart De Wever, el presidente del partido más grande de Flandes, “el estado es un monstruo que aspira el dinero y lo escupe después”.


Durante la coronacrisis el mercado libre falló completamente. Quizás lo más notable fue el caso de los tapabocas. Al mismo tiempo vimos tanto un dramático retorno como la rehabilitación del gobierno público. 


Se hizo visible para todos que sólo el Estado puede controlar y superar una crisis de tal magnitud. Se nacionalizaron fácilmente en su totalidad o en parte sectores importantes de la economía. 


Según el Wallstreet Journal, las medidas de estímulo económico en los Estados Unidos son “el mayor paso hacia una economía de planificación centralizada que jamás haya dado Estados Unidos”.


«El capital y la empresa crean riqueza”


Son los empresarios los que crean riqueza. Gracias a su capital, coraje e innovación, crean empleo y aumentan la riqueza de un país. 


Los confinamientos en los distintos países revelaron todo lo contrario en todas partes: son los trabajadores y su trabajo los que crean la riqueza. Cuando parte de la población activa se vio obligada a dejar de trabajar, el crecimiento económico se desplomó.


 Es el trabajo el que crea al capital y no al revés. El confinamiento también demostró que a menudo son los trabajos más esenciales los que están peor pagados. 

«Lo que es bueno para los ricos es bueno para todos”


Precisamente porque la riqueza la crean el capital y los empresarios, los tenemos que mimar. Las medidas que favorecen a los empresarios y a las rentas altas (regalos fiscales, subsidios salariales, ayudas estatales, etc.) aumentan la inversión y crean puestos de trabajo.


 Su ventaja se filtra finalmente hasta abajo. Este llamado efecto de goteo fue la excusa para justificar la política diseñada para el 1 % más rico. 


El coronavirus destruyó esta falacia por completo. Gracias a las medidas de apoyo, los súper ricos se benefician enormemente. Desde el 18 de marzo, los multimillonarios de los Estados Unidos ya han visto aumentar sus activos en una quinta parte, o sea 565.000 millones de dólares. JPMorgan, el banco más grande de los EE.UU., reportó las mejores cifras que jamás haya tenido en un trimestre. 


La compañía de inversiones Goldman Sachs registró un crecimiento del 41 % en comparación con el año anterior. Pero poco de ese “efecto de goteo” se nota. En todo el mundo cientos de millones de personas se ven empujadas a la pobreza extrema. En Bélgica aumentó el número de personas que van a los bancos de alimentos en un 15 % y esto es sólo el comienzo. 

«La gente es egoísta”


El ser humano es capaz de hacer el bien, pero por naturaleza es malo. Está impulsado en primer lugar por el interés propio. Esto es lo que los gurús neoliberales nos han estado diciendo durante décadas. 


Al final, según ellos, esto es ventajoso porque el interés propio lleva a la competencia y eso es precisamente lo que impulsa nuestra economía. 


La solidaridad espontánea y masiva que surgió durante la coronacrisis arrasó con esta cínica imagen del ser humano. Los jóvenes fueron a hacer compras para sus vecinos ancianos, miles de voluntarios hicieron tapabocas o se presentaron en los bancos de alimentos para ayudar.


 A pesar de la falta de equipos de protección, las enfermeras empezaron a cuidar de sus pacientes arriesgando su propia salud y, por tanto, sus vidas. Ciertamente, había grupos a los que no les importaban las medidas de seguridad, pero esas eran las excepciones que confirmaban la regla.


 La coronacrisis muestra hoy más que nunca que el ser humano es esencialmente un súper colaborador, como lo describieron el autor belga Dirk Van Duppen y el periodista holandés Rutger Bregman. Wendy Carlin, profesora de economía, lo expresa así: “Habrá que actualizar finalmente el modelo del actor económico como amoral y egocéntrico”.

No repetir los errores de 2008


Todos los partidos tradicionales, incluidos los Verdes y los Socialdemócratas, han contribuido, o al menos han apoyado, la política neoliberal en los últimos cuarenta años (2). Las consecuencias de esta política antisocial se han hecho dolorosamente claras en estos últimos meses.


 En los centros de salud y los centros de atención a los ancianos, los ahorros y las privatizaciones costaron muchas vidas humanas. Además, las recetas neoliberales parecen ser totalmente inadecuadas para dar una respuesta firme al colapso económico. 


Un enfoque similar al del período posterior a 2008 – imprimir dinero extra e insertarlo a la economía combinado con una política de austeridad – sería un gran error. Un nuevo dopaje financiero podría arruinar la ya gravemente debilitada economía.


 Los nuevos ahorros erosionarían aún más el poder adquisitivo y causarían una profunda crisis social y política. Las advertencias del Financial Times son inequívocas: “Si queremos que el capitalismo y la democracia liberal sobrevivan al COVID-19, no podemos permitirnos repetir el enfoque erróneo de ‘socializar las pérdidas y privatizar los beneficios’ de hace diez años”.


 “El regreso a la austeridad sería una locura, una invitación a la agitación social generalizada, si no a la revolución, y una bendición para los populistas”.

La gran llamada para un cambio de paradigma


Está claro, el neoliberalismo ha terminado, es hora de algo nuevo. Excepto por unos pocos fanáticos, nadie quiere volver al mundo precorona. La crisis y las medidas que se tomaron han provocado muchas frustraciones y han radicalizado a una parte importante de la población activa.


 En los EE.UU. el 57 % de la población cree que su sistema político sólo funciona para los que tienen dinero y poder. 


La mayoría de los jóvenes menores de 30 años están a favor del socialismo. En Reino Unido apenas el 6 % quiere volver al mismo tipo de economía que antes de la pandemia. Sólo el 17 % cree que las medidas de estímulo deberían financiarse con nuevos ahorros. 


El 70 % de los franceses piensa que es necesario reducir la influencia del mundo financiero y de los accionistas. En Flandes tres cuartas partes de la población creen que el dinero debería provenir de las grandes fortunas y dos tercios creen que los políticos deberían trabajar en una ambiciosa redistribución de la riqueza después de la crisis. 


El mundo académico y cultural también está en esa longitud de onda. Tres mil científicos de 600 universidades creen que la sociedad debe cambiar radicalmente su rumbo y volver a poner a los trabajadores en el centro de la toma de decisiones.


 Doscientos artistas, incluidos Robert de Niro y Madonna, lanzaron un llamamiento al “mundo” para no volver a la “normalidad” de antes de la pandemia, sino para cambiar radicalmente nuestro estilo de vida, de consumo y economía.


Esta idea penetró hasta el mundo de los negocios. Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial (Davos) habla de un “gran reseteo del capitalismo”.


 Según él, la pandemia puso de manifiesto las deficiencias de un “viejo sistema” que había descuidado la infraestructura, la atención de la salud y los sistemas de seguridad social. “Si seguimos como hasta ahora, podría llevar a una rebelión.” En ese contexto los súper ricos están rogando en una carta abierta que se les aumenten los impuestos. 


Según el Financial Times, debe haber “reformas radicales” sobre la mesa. “Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deberían ver los servicios públicos como inversiones y no como costos, y buscar formas de hacer que el mercado laboral sea menos inseguro. 


La redistribución de la riqueza volverá a estar en la agenda. Las políticas que hasta hace poco se consideraban excéntricas, como la renta básica y el impuesto sobre el patrimonio, deberían incluirse en la mezcla”. 


Según este mismo periódico, la democracia liberal “sólo sobrevivirá a este segundo gran choque económico si se realizan ajustes en el marco de un nuevo contrato social que reconozca el bienestar de la mayoría por encima de los intereses de unos pocos privilegiados”. 


La prestigiosa revista Foreign Affairs también habla de un “nuevo contrato social”.


 Su objetivo es “el establecimiento de un ‘estado de bienestar’ que proporcione a todos los ciudadanos los servicios básicos necesarios para mantener una calidad de vida decente”. Esto presupone “el acceso universal garantizado a una atención sanitaria y a una educación, ambas de alta calidad”.


 Lo que hasta hace poco solo lo pedía la extrema izquierda, se ha convertido en la corriente principal.

Una respuesta a cuatro crisis

Los desafíos a los que nos enfrentamos son muy grandes: El nuevo paradigma debe ser capaz de responder a por lo menos cuatro crisis (3). 

1. Estancamiento económico

En los últimos veinte años la economía mundial ha experimentado tres grandes crisis: la crisis de las puntocom en 2000, la crisis financiera en 2008 y, en los últimos meses, una depresión tras una pandemia.


 Esto deja claro que el COVID no es la causa sino el detonante de la tormenta económica. 


Una economía sana debería en principio ser capaz de hacer frente a tal coronachoque, un país como China lo demuestra. Pero para la economía capitalista eso no parece ser el caso en absoluto. 


El crecimiento de la productividad casi se ha paralizado, las tasas de beneficio (porcentaje de la ganancia sobre el capital invertido) están disminuyendo constantemente y la deuda mundial ha aumentado hasta uno insostenible 322 % del PIB.


 Además, cada crisis no significa nada más que miseria para millones de personas. Esta crisis empujará una vez más a varios cientos de millones de personas a la pobreza. No puede seguir así. 

2. Escandalosa brecha entre ricos y pobres


En el capitalismo la producción está dirigida únicamente a los beneficios de un pequeño grupo de propietarios privados y no funciona de acuerdo a las necesidades sociales o las oportunidades de desarrollo de la gran mayoría. Esto crea una escandalosa brecha entre ricos y pobres. 


Con la riqueza que se produce hoy en día en todo el mundo cada familia con dos adultos y tres niños tiene un ingreso mensual potencial disponible de 4.100 euros (sí, lo has leído correctamente) (4). 


Sin embargo, una de cada tres personas de la población mundial no tiene saneamiento básico y una de cada ocho no tiene electricidad. Uno de cada cinco vive en una casa de contrachapado y uno de cada tres no tiene agua potable


En Bélgica el 5 % de los más ricos posee tanto como el 75 % de los más pobres. En uno de los países más ricos del mundo un 20 % de las familias corre el riesgo de caer en la pobreza, una cuarta parte de las familias tiene dificultades para pagar los gastos médicos, un 40 % no puede ahorrar y un 70 % de las personas desempleadas tiene dificultades para llegar a fin de mes. 


Estos no son excesos del sistema. Se derivan directamente de su lógica. 

3. Las próximas pandemias


Desde principios del siglo pasado sabemos que casi todas las epidemias modernas son el resultado de la intervención del hombre en su entorno ecológico inmediato.


 Los mamíferos y las aves son portadores de cientos de miles de virus que son transmisibles a los seres humanos (5). Debido a la explotación de zonas naturales anteriormente inaccesibles cada vez hay más posibilidades de que estos virus se transmitan a los seres humanos. 


Los principales expertos lo han estado advirtiendo durante más de diez años en respuesta al VIH, SARS, ébola, MERS y otros virus. En realidad, tuvimos suerte de que no nos hayan llegado otros virus más mortales.


 En 2018 los científicos de EE.UU. elaboraron un plan detallado para prevenir tales pandemias. Se estima que las pérdidas a causa del COVID-19 alcanzan los 12.500.000 millones de dólares. El costo del plan de prevención de 2018 era de apenas 7.000 millones de dólares.



Aún no se ha encontrado ningún financiador para el proyecto. No debería sorprender, porque esa investigación está en gran parte en manos privadas y no en interés público, sino con fines de lucro. Chomsky lo dice muy claramente: “Los laboratorios de todo el mundo podrían haber trabajado en la prevención de posibles pandemias de coronavirus. ¿Por qué no lo hicieron? Las señales del mercado no eran buenas.


 Dejamos nuestro destino en manos de tiranías privadas, que se llaman corporaciones y que no tienen que rendir cuentas ante el público, en este caso, la industria farmacéutica. Para ellos, producir nuevas cremas es más rentable que encontrar una vacuna que pueda proteger a la gente de la destrucción total”.

4. La degradación del clima


La búsqueda del máximo beneficio socava el sistema ecológico de la tierra y amenaza la supervivencia de la especie humana. Según la conocida escritora y activista Naomi Klein, el mundo se enfrenta a una decisión decisiva: o salvamos el capitalismo o salvamos el clima. Esta decisión es particularmente aguda en el sector de la energía fósil, que es el principal responsable de las emisiones de CO2.


 Las 200 empresas más grandes de petróleo, gas y carbón tienen un valor de mercado combinado de 4 trillones de dólares y obtienen unos beneficios anuales de decenas de miles de millones de dólares. Si queremos mantener el aumento de la temperatura por debajo de los 2°C, estos gigantes de la energía deben dejar entre el 60 % y el 80 % de sus reservas intactas.


 Pero eso iría en detrimento de sus expectativas de ganancias y hundiría instantáneamente su valor en el mercado de valores. Por eso siguen invirtiendo cientos de miles de millones de dólares anuales en la búsqueda de nuevos yacimientos


Si se mantiene la política actual, en lugar de disminuir drásticamente, la demanda de combustibles fósiles habrá aumentado casi un 30 % en los próximos veinte años, sin que se vislumbre un pico.


Dentro de la lógica de las ganancias, el calentamiento global es imparable. Según The Economist, el portavoz de la élite económica mundial, el costo financiero es simplemente demasiado alto para combatir el calentamiento global. 


En respuesta a la coronacrisis los gobiernos han tomado medidas sin precedentes. Habrá que tomar medidas igualmente radicales para hacer frente a la degradación del clima. “Si hay algo que la pandemia ha demostrado”, dice el Financial Times, “es el peligro de que se ignoren las advertencias de los expertos”.

Lucha por un sistema social diferente


¿Qué nos enseñan estas cuatro crisis? Que tendremos que repensar completamente nuestras políticas y nuestra economía. Para salir del actual estancamiento económico primero será necesario frenar los mercados financieros y romper el poder desproporcionado de las multinacionales. Para hacer frente a los problemas sociales la economía ya no debe centrarse en los beneficios privados de unos pocos, sino en las necesidades sociales de muchos. También debe haber una redistribución de la riqueza. 


Para armarnos contra futuras pandemias la industria farmacéutica tendrá que hacer un profundo cambio de rumbo. Después de todo, la política climática es demasiado importante como para dejarla en manos de los gigantes de la energía y su lógica de beneficio. Hay que romper su omnipotencia de modo que haya espacio para una política climática responsable.


Para lograr todo esto tendremos que subordinar la esfera económica a la esfera política. Dónde y en qué se invierte, la distribución de los excedentes económicos, el comercio, las finanzas, etc., todo ello debe centrarse en las prioridades y necesidades de la comunidad actual y las de las generaciones futuras. 


Esta “planificación” (6) no implica de ninguna manera un control total del Estado, sino que la economía esté controlada por un órgano político (elegido) y no por propietarios privados. Significa que la lógica económica se subordina al Estado y no al revés. 


Un sistema social diferente es necesario y urgente, pero no se logrará por sí solo. Las ideas correctas son importantes, pero no lo suficiente como para provocar un cambio. Hay enormes intereses detrás del sistema actual. 


Los que se benefician de este sistema nunca renunciarán voluntariamente ni estarán dispuestos a hacer concesiones, aunque haya capitalistas ilustrados que están convencidos de que tales concesiones son esenciales para preservar el sistema.


 Las organizaciones de empresarios incluso tratarán de aprovechar la situación de crisis para imponer una estrategia de choque.



La historia nos enseña que el tipo de sociedad y nuestro futuro dependerán de la batalla que libremos. Como dice el sociólogo Jean Ziegler, “no debemos ser optimistas, debemos movilizar a la gente” (7). 


Para que esta movilización sea poderosa tendremos que organizarnos con firmeza, porque el oponente está muy bien organizado. O como dice Varoufakis “si no logramos unirnos ahora, mi temor es que este sistema sólo profundice su cruel lógica”. 



En cualquier caso, estos serán tiempos emocionantes y decisivos. Prepárate.

Notas:

(1) La retirada del Estado no se aplica a los principales monopolios, por el contrario. Debido a su gran concentración de poder, tienen cada vez más impacto en el sistema estatal. Utilizan el poder del Estado para fortalecer su posición competitiva y garantizar las máximas ganancias. 


Esto se hace de varias maneras. Las más conocidas son los contratos públicos, los subsidios y las tasas impositivas favorables. El gobierno también está llamado a explorar nuevos sectores o productos


Aquí las inversiones son inciertas y a menudo requieren grandes cantidades de capital. Las agencias gubernamentales están asumiendo esta fase inicial costosa y arriesgada, a menudo en el contexto de la industria de la guerra. En una etapa posterior, luego se transfieren al sector privado, se privatizan literalmente.


 Para dar algunos ejemplos recientes, ese fue el caso con la PC, Internet, el algoritmo de Google, las redes inalámbricas, la tecnología de pantalla táctil, GPS, microchips, biotecnología, nanotecnología y muchos otros productos o sectores rentables. El financiamiento inicial de Apple provino de una compañía de inversión del gobierno de los Estados Unidos.


(2) En todos los países en los que gobernaron los socialdemócratas ayudaron a dar forma a las políticas neoliberales. En Reino Unido Blair lanzó la “Tercera Vía” entre el capitalismo y el socialismo, e hizo un pacto con el ultraderechista Berlusconi.


 En Alemania Gerhard Schröder, el líder de los socialdemócratas, presentó el modelo de salarios bajos que inició una espiral de disminución salarial en toda Europa. 


En Bélgica los socialdemócratas son en parte responsables del deterioro del poder adquisitivo, las malas condiciones de trabajo, los recortes en la seguridad social y la atención médica, y el empeoramiento de los sistemas de pensiones.


Hasta ahora los Verdes no han gobernado mucho y donde lo hicieron, no han cambiado el curso de las políticas neoliberales. En Alemania han defendido con entusiasmo el modelo de bajos salarios.


 Durante su única participación gubernamental en Bélgica (1999 a 2004) los Verdes lograron producir solo cambios menores. En el Parlamento Europeo los Verdes han respaldado casi por completo las medidas neoliberales, como el Six Pack y, por lo tanto, son en parte responsables de las drásticas políticas de austeridad en la UE.


(3) Para una versión más elaborada de tal modelo alternativo, ver ‘Otra economía es necesaria y posible’ y ‘Crisis del Capitalismo’.


(4) El cálculo para una familia media se basa en la hipótesis plausible de que el ingreso disponible de los hogares es un 70 % del PIB. Utilizamos el producto mundial bruto: 136 billones de dólares en 2019. 


Esta cifra, expresada en dólares PPA [Paridad del Poder Adquisitivo], tiene en cuenta unas diferencias de precios entre países para los mismos bienes o servicios y expresa el poder adquisitivo real. Hemos convertido esta cifra en euros según el método de cálculo del Banco Mundial: para Bélgica 1 dólar PPA equivale a 0,808 euros. 




(5) Se estima que se trata de 350.000 a 1.3 millones de virus. Fuente: The Economist.


(6) Se podría definir la planificación económica como la capacidad de imponer objetivos decididos democráticamente para el desarrollo económico sostenible. Hay diferentes grados y niveles de planificación. La planificación debe ponerse en práctica de manera cualitativa, es decir, en relación a las necesidades humanas vitales, y en que se debe evitar la aplicación de una planificación burocrática.


(7) “Geciteerd in een Interview, Solidair, julio-agust de 2020, p. 31.


Traducido del neerlandés por Sven Magnus.



Fuente: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2020/07/20/het-neoliberalisme-in-ademnood-maar-komt-er-nu-ook-eindelijk-een-einde-aan/



 Por Marc Vandepitte | 30/07/2020 | Economía





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