Carlos, en una de sus colonias
El cariño y la responsabilidad de José Luis por sus animales era tan grande que pensar que les podía pasar algo le superó
El otro día mi amigo Carlos,
a quien admiro y respeto profundamente, me pasó un enlace a una
petición de firmas para que a un parque de Lloret de Mar se le pusiese
el nombre de José Luis Pardo Hidalgo.
Carlos me decía en su mensaje que había que dar publicidad y honrar
su memoria, “porque creo que todos nos vemos representados en él,
siempre sometidos al maltrato diario”.
José Luis era un hombre que se hacía cargo de una colonia de gatos
que vivía en ese parque.
Para quien no lo sepa, una colonia de gatos no
es un perfume para que los felinos huelan mejor, como con sorpresa he
escuchado más de una vez.
Una colonia de gatos es una agrupación de
gatos que vive en un lugar determinado (un solar, un parque, un edificio
abandonado,…), generalmente público.
Los gatos que conforman una
colonia suelen llegar hasta ella porque alguna de las gatas de la
colonia los ha parido, o porque han sido abandonados.
Para quien no lo sepa, una colonia de gatos no es un perfume para que
los felinos huelan mejor, como con sorpresa he escuchado más de una vez.
La cuestión es que ser gato en una colonia no es fácil.
Los gatos en la calle viven en continuo peligro. Riesgo de atropello,
malnutrición, falta de tratamientos veterinarios,...y ser diana de actos
de odio propiciados por individuos detestables.
Los gatos de las colonias se encuentran en situación de
vulnerabilidad, pues los ayuntamientos, responsables de los animales que
se encuentran en su término municipal, en la mayor parte de los casos
les ignoran por completo y en aquellos municipios en que tienen menos
suerte todavía, de vez en cuando hacen batidas y los capturan para
posteriormente ejecutarlos.
En su soledad, los gatos sueles estar acompañados de personas con una enorme empatía
que, haga frío o calor, llueva, truene, tengan fiebre, dolor de cabeza o
incluso renunciando a sus vacaciones, no faltan a su cita diaria para
alimentarlos, comprobar que se encuentran bien, capturarlos para
esterilizarlos y desparasitarlos antes de volverlos a retornar a la
colonia, tratar de buscar un hogar a aquellos que se adaptarían a vivir
en él y ofrecerles la dignidad que todo ser sintiente merece.
Desgraciadamente, este trabajo totalmente altruista, que además de
muchas horas implica mucho dinero, no solo no es reconocido socialmente,
sino que en demasiadas ocasiones quienes lo llevan a cabo (en su
mayoría mujeres) son perseguidos, tanto por la policía como por
ciudadanos incívicos que lejos de respetar su trabajo, vierten sobre ellos su odio.
Son habituales las miradas despectivas y los insultos. En ocasiones
se han denunciado agresiones físicas y hasta amenazas de muerte
continuadas y explícitas.
Pero lo que más les duele es enfrentarse a la retirada de cacharros con pienso,
el vuelco de recipientes de agua, que depositen veneno en los
comederos, lancen piedras a los gatos, los persigan e incluso los
ejecuten. De hecho, no es infrecuente que aparezca el cadáver del animal
junto al puesto de alimentación con la clara intención de dañar no solo
al gato, sino a la persona que cuida de él.
Y esto es precisamente lo que se llevó por delante a José Luis. El
odio de un individuo que trató de dañar a los gatos azuzando a su perro,
le provocó un infarto que le costó la vida.
El cariño y la responsabilidad de José Luis por sus animales era tan
grande que pensar que les podía pasar algo le superó. José Luis murió de
un infarto, pero murió por amor.
Hoy el recuerdo de José Luis sigue en el parque, el Parc de
l’Esperança José Luis Pedro Hidalgo, en Lloret de Mar y la colonia que
cuidaba sigue en manos de personas que, como él, no dudan en dejarse la
piel por estos animales.
Es tremendamente triste pensar que en nuestras calles tengamos a personas dejándose la piel cada día por hacer una inmensa labor social y que muchas veces solo reciban como contraprestación del resto de humanos odio, violencia y desprecio.
Así que recuerda cuando te cruces con alguna de
estas personas que solo buscan hacer de la calle un lugar un poco menos
hostil, y si no es mucho pedir, acércate y dale las gracias. En nuestras
manos está hacer que el mundo sea para ellas también un poco más
amable.
Raquel Aguilar *
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