Tenemos tan interiorizado que la política es el discurso de los políticos y que sus problemas también son los nuestros que, inquietos como andábamos por saber si Mariano Rajoy acababa la legislatura, ocupados como estábamos en cuantificar las ganancias del PNV, o entretenidos como nos tenían con las hazañas presupuestarias de Cs, tal vez se nos haya pasado destacar la noticia que realmente afecta a nuestras vidas en el acuerdo presupuestario que permitirá actualizar las pensiones con el IPC en 2018 y 2019, retrasando a 2023 la entrada en vigor del factor de estabilidad que nos va a castigar a todos por vivir más.
La noticia es que, por primera vez en
años, el gobierno ha dicho la verdad en materia de pensiones: había
dinero y tampoco era tan difícil encontrarlo.
Un país que tiene su gasto público por
debajo del 40% del PIB no puede decir en serio que no tiene dinero para
subir las pensiones. Un país donde los grandes poseedores de la riqueza y
los beneficios son tratados como turistas fiscales tampoco puede
sostener en serio que no sabe de dónde sacarlo.
Pero pese a tales
evidencias, ahí estábamos, instalados en la ficción de que gastamos como
los franceses y recaudamos como los suecos. Ahora que ya sabemos que se
pueden subir los impuestos y el gasto cuando hace falta sin que se
suenen las trompetas del apocalipsis, a lo mejor podemos empezar a
hablar en serio de pensiones y bienestar.
Ahora que hemos iniciado esta senda de
sinceridad, lejos de reprocharle al gobierno que ayer nos amenazase con
el Armagedón fiscal si se subían las pensiones y hoy nos cuente que
subirlas va a ser un paseo por el parque, deberíamos animarlo a que
persevere y abrace el buen camino de la verdad, por su bien y por el
nuestro.
Vamos a contra verdades, Mariano, que es bueno para el alma y
para el cuerpo.
Ya que ahora sabemos que hay dinero, que
basta con transferir menos recursos públicos a piratas de lo público
como los concesionarios de las autopistas rescatadas, o con subir los
impuestos a las grandes corporaciones que tributan por debajo de 10%,
también podrían reconocer que podían haberlo hecho antes, que no era
necesario ni inevitable comerse la hucha de las pensiones; que lo
hicieron para meternos el miedo en el cuerpo y para convencernos de que
el sistema público estaba al borde del colapso.
Ahora que ya sabemos que hay dinero y
dónde encontrarlo, el gobierno podría también reconocer que esas
predicciones apocalípticas de un futuro con millones de pensionistas
sostenidos por un puñado de trabajadores también resultan un tanto
exageradas y tienen como única utilidad asustar al personal para que
corra a darle negocio a los bancos.
Son predicciones tramposas basadas,
por ejemplo, en la concurrencia de variables como que la natalidad no va
a mejorar, no van a venir migrantes y nuestros jóvenes se van a seguir
marchando.
Ya que estamos en plan de contar
verdades, el gobierno también podía aprovechar para reconocer que esas
proyecciones que disparan el gasto en pensiones por encima del 15%,
responden a una sobredosis letal de ideología y PowerPoint.
Tampoco
estaría mal que, a la hora de tomar decisiones de futuro, dejáramos de
ignorar sistemáticamente que, a partir del temido año 2050 donde
casualmente acaban todas las predicciones catastróficas, el número de
nuevos pensionistas caerá año tras año mientras que la productividad no
dejará de crecer, también, año tras año.
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