jueves, 15 de febrero de 2018

La policía de Cartagena confisca la flauta a Tico, el mendigo que se ganaba la vida tocando el Himno a La Alegría

 Tico tocando “los pastorcillos quieren ver a su rey” (El Tamborilero)


Era una mañana de frío, viento y lluvia, e iba a tomar el primer café caliente del día. De repente, me encontré a Tico: tenía el rostro desencajado y estaba completamente hundido. Su cuerpo, que parecía más pequeño, chorreaba agua.


 Temblaba y estaba confuso, como si le hubieran quitado el suelo donde pisa. Me acerqué a él para cubrirle con mi paraguas y le pregunté ¿Qué te pasa?


-La policía me ha quitado la flauta, ya no puedo trabajar- contestó.


-¿Por qué? Insisto preocupado.


-Porque quieren dar una buena imagen de la ciudad y no desean ver a personas como yo trabajando en el centro, que es el lugar donde más turistas hay. Voy a poner una denuncia para ver si logro que me devuelvan la flauta. Es lo único que tengo para ganarme la vida.


-Inténtalo y, si no consigues nada, ven a hablar conmigo, a lo mejor podemos hacer algo.


Tras concluir nuestra charla prosigo con mi rutina y recalo en el BBVA, pues tengo que hacer una gestión. Sobre las cajas donde entra y sale el dinero hay un panel luminoso con mensajes bellos y relajantes.


Uno de ellos dice: La música es el arte más directo, entra por el oído y va al corazón.


Paradójicamente algo parecido ocurre con las balas, a veces entran por el oído o la boca y te perforan el corazón.


Volviendo a Tico –del que ya he escrito en otras ocasiones-, este hombre toca con su flauta un amplio repertorio (ya que ha estudiado música aunque no pudo concluir su formación) que va desde El Himno a la Alegría de L.V. Beethoven, a conocidos pasodobles, villancicos y la archiconocida ¡Y Viva España!


Ahora que diversos colectivos, que fueron demonizados por el franquismo, van conquistando, aunque sea lentamente, sus derechos, seguimos con una minoría, que realmente es una mayoría, que a todos les importa un bledo: Los Miserables (leer a Víctor Hugo), “Los Nadies” (Leer a Eduardo Galeano) que nacieron con el estigma cainista en la frente y no tienen sitio ni en este mundo ni en el otro.


¿Cuándo los partidos políticos que se autodefinen de izquierdas van a unir sus fuerzas para combatir la pobreza, ese gigantesco y crónico problema que debería ir en la cabeza de su lista de prioridades?


De asuntos que requieren la máxima y urgente atención.


Si yo fuera juez, condenaría a todos los líderes y lideresas “que nos representan” a que “cenen tres meses en las bancadas de la Iglesia del padre Ángel”.


 Si no se les cae la cara de vergüenza, si no entregan sus escaños, y si no buscan por la noche con su linterna a gente noble (como hacía Diógenes) para cederles su asiento, es que, algo que no fue bala, pero que era mucho peor, les mató un día el corazón.


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