lunes, 3 de agosto de 2015

Ese lugar llamado Poder



El Poder es, sobre todo, un lugar de confluencia y proceso. Abstracto y ubicuo siempre, concreto y delimitado en ocasiones. Tan hermético como transparente, tan inaccesible para quienes ambicionan ocuparlo, como cercano para la mayoría que lo sostiene y padece.


 No se licua una piedra por grabar en ella H2O, por ello, y sin menospreciar su disuasiva eficacia, no hay que confundir los símbolos del Poder –ni a los poderosos tampoco– con el Poder mismo.
 
 
 Unos y otros caen tarde o temprano, pero el Poder permanece y permanecerá mientras haya hombres y mujeres que lo sostengan. Es al Poder, y no sólo a sus pasajeros símbolos, al que hay que combatir en sus viejas y profundas raíces, sin olvidar que, ese lugar al que denominamos Poder, ni “se toma” ni se asalta; se accede a él, a condición de servirle incondicionalmente y perpetuarlo, o se niega y se destruye. 




Más rápido que quienes lo detentan, el Poder, implacable como los hechos se han encargado de demostrar en múltiples ocasiones, se transforma (en lo que es) y prescinde drásticamente de sus detentores (César, Hitler, Mussolini… En este sentido, el Poder se asemeja a esos animales salvajes a los que creemos haber domesticado y que, súbitamente, se vuelven contra nosotros).


 

Tanto en el ámbito religioso como en el político, se nos presenta al Poder “parcelado”: tres personas distintas y un solo Dios verdadero, nos dice la Iglesia de su ente supremo. Separación de poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, nos dicen los políticos. Pero sabemos que tras ese parcelamiento táctico, el Poder es Uno e indivisible.
 

Conceptos tan descomunales como Eternidad, Inmortalidad e Infinito se han engendrado o han adquirido carácter totalitario en el seno de su oscura filosofía, proyectando sus alargadas sombras en la Historia y en el Futuro. Es de esas sombras, de esa columna, de esa Historia, de ese Futuro y, en definitiva, de ese lugar de lo que hemos de liberarnos.





No hay comentarios: