Danuta
Danielsson era una mujer polaca que vivía en Suecia y que tuvo a su
madre en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra
Mundial.
Hans Runeson la fotografió en
una manifestación del Partido Nórdico del Reich golpeando con su bolso a
un miembro de la formación nazi. Danielsson hizo bien en expresar su
rechazo ante aquellos que representan el odio más extremo. Su fotografía
es hoy un referente icónico de la lucha antifascista que muestra de
manera gráfica que al fascismo no se le discute.
Sin embargo, no
resulta extraño cuando en una manifestación de nazis y supremacistas
blancos se producen hechos violentos ver en la prensa española titulares
que dicen: Estado de emergencia en Virginia por disturbios entre grupos radicales. Es
una posición editorial muy extendida equiparar a los que creen que su
raza es superior y quieren exterminar a todos aquellos que no cumplen
con sus cánones raciales con quienes defienden la diversidad y los
combaten.
La intelectualidad
conservadora patria, ahora autodenominada liberal, siempre ha equiparado
fascismo y antifascismo para justificar ante sí misma que no ve tan mal
la ideología que mantenía reprimido el gen rojo. El anticomunismo siempre
ha dejado al desnudo sus costuras. El tratamiento informativo de
Charlottesville en los medios españoles sólo cambió cuando en rueda de
prensa Donald Trump habló de violencia por ambos lados y dejó en
evidencia todas las vergüenzas periodísticas.
La progresía
española se ha contaminado de ese pensamiento por un complejo de
inferioridad, y corre a denunciar cualquier conato de violencia sin
pararse a valorar cuál es el contexto. No se atreve a exponer y
analizar que no es lo mismo que un nazi agreda a un negro por su color
que el hecho de que un antifascista agreda a una nazi que se dedica a
apalear a minorías y colectivos vulnerables en cacerías por simple
diversión y motivadas por su odio ideológico.
Una postura pusilánime que
no se arriesga a analizar y especificar el contexto determinado de un
acto violento por temor a ser acusados de compartir el método. Porque no
todas las violencias son iguales, las hay que por su fanatismo extremo
no conocen más antídoto que el poder punitivo, del mismo modo que otras
son legales o proporcionan excusa jurídica. Desde un punto de vista
editorial y periodístico especificar el contexto de la violencia contra
colectivos fascistas es imprescindible.
Manuel Jabois, periodista en El País,
tuvo la osadía de hablar del contexto informativo en un caso de
violencia contra colectivos nazis. Fue el pasado mes de enero, con
motivo de la paliza dada por un grupo de antifascistas a una chica nazi
en Murcia llamada La intocable. Lo hizo en una columna radiofónica en La SER llamada Información y verdad:
“No sé si existe algo que justifique a una muchedumbre pateando a
alguien en el suelo.
Pero la información ayuda a colocarse mejor
moralmente delante del suceso. Para un oyente no es lo mismo
escuchar que le han dado una paliza una chica porque es de derechas o
porque lleva una pulsera de la bandera de España (y esa es la
información que se dio, y se sigue dando en muchos lugares) que oír que
la paliza la reciba alguien neonazi que se encarga de dar esas mismas
palizas”.
Jabois hablaba de un caso que desde el punto de vista periodístico y moral marca una pauta habitualen
los medios de comunicación españoles. La primera opción siempre es
criminalizar a una determinada ideología de izquierdas. Ese sesgo
político prima sobre la información, la deontología y el contexto. Si en
las primeras noticias sobre la paliza se dice que la víctima era una
nazi conocida de Murcia con diversos antecedentes que se dedica a dar
palizas a inmigrantes lo más normal es que no consiga epatar a la
inmensa mayoría de la opinión pública y la noticia pase desapercibida.
Pero si dices que un grupo de violentos de extrema izquierda apalea a una chica de 19 años por llevar una pulsera de la bandera de España consigues el objetivo político marcado. Unos cuantos días marcando la agenda, el ministro del Interior tomando parte por la nazi agredida,
y con un buen número de míseros y equidistantes haciendo buena la cita
falsa de Churchill sobre los fascistas del futuro. Se consigue de manera
efectiva igualar a los miembros de una ideología criminal con aquellos
que la combaten. Ni nazismo, ni antinazismo, igualdad.
Alberto Reig Tapia define
a estos especímenes de la vida cultural, política y periodística en su
magnífico ensayo sobre los revisionistas españoles La crítica de la acrítica”
como inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y
equidistantes. Aunque ellos no lo saben, o no se aceptan, y optan por
llamarse liberales y apelar al valor último de la libertad sin
comprender la complejidad sociológica y filosófica de ese concepto. Dice
Reig de este arquetipo nacional: “Esa hipócrita equidistancia de la que
se sirven tantos pretendidos críticos que se creen imparciales y que
presumen de neutrales recurriendo al facilón recurso de dar una de cal y
una de arena”.
La ideología
nazi, supremacista o fascista no es respetable. No es una ideología
equiparable a otra, no hay que darle voz, no hay que dejar que muestra
sus ideas en ningún foro público. Su ilegalización sólo es debatible
desde el punto de vista pragmático, para evitar que la
victimización la haga crecer.
La única manera con la que hay que
dirigirse a ellos es mediante un combate frontal, directo y sin
concesiones a sus ideas. No hay debate posible ni aceptable. No existe
ninguna fobia que permita desde un punto de vista moral aceptar una
posición neutra entre aquellos que consideran que hay que exterminar o
subyugar a un ser humano y entre aquellos que los combaten. Sólo existe
una posición moral aceptable, y es el antifascismo.
Si en un combate
ideológico, e incluso físico, entre fascistas y antifascistas no eliges
la trinchera de los que defienden la diversidad y el respeto a las
minorías, entonces ya has elegido. Eres uno de ellos.
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