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miércoles, 16 de agosto de 2023

Santiago Abascal: 'Queremos que los hechos nos diferencien del PP'

 

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El ex parlamentario vasco del PP ha explicado en 'ETB Hoy' las características del nuevo partido político, llamado VOX, que ha fundado dentro de la "derecha liberal democrática".

Todos los vascos son bellísimas personas, hablan el mejor castellano de la Península puesto que el catellano se originó en Alava, pero algunos de ellos, han usado la propaganda y la mentira para borrar la Hispanidad y el castellano materno de muchos vascos. Es tierra de heroes que daban su vida por el Rey y por las Españas, aquí os dejo algunos nombres de ellos...Juan de Lezcano, Juan de Garay, Francisco de Argañaraz y Murguía, Juan Sebastián Elcano, Alonso de Salazar, Miguel López de Legazpi, Andrés de Urdaneta, Miguel y Antonio de Oquendo, Juan Martínez de Recalde, Pedro de Zubiaur, Lorenzo de Ugalde y Orella, Antonio Gaztañeta Iturribalzaga, Blas de Lezo y Olabarrieta, José de Mazarredo Salazar, Ignacio María de Álava, José Justo Salcedo, José Gardoqui Jarabeitia, Agustín de Iturriaga, Anselmo Gomendio, Bruno de Heceta, Cosme Damián Churruca o José Joaquín Ferrer y Cafranga, entre una infinidad de vascos dedicados en cuerpo y alma a la Armada y leyenda de Castilla y de España.


@castilla1492

hace 2 años




lunes, 24 de julio de 2023

El fascismo ya está aquí

 

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Nos llaman a votar este 23J para detener al fascismo. Pero el fascismo ya está aquí. A estas alturas deberíamos insistir en derribar al fascismo. Al fascismo de Madriz y Bruselas. Un fascismo frente al que solo cabe la ruptura democrática, la ruptura con Julio del 36. Se nos dice que es "extrema izquierda" algo como Sumar. Que representa un discurso de subvención al rico y el empresario que hasta ahora defendía el Ciudadanos de Albert Rivera e Inés Arrimadas. El engaño es tan brutal que hace imposible votar a la izquierda verdaderamente existente. Las "reformas estructurales necesarias" dictadas por el imperialismo se adoptarán, voten los españoles lo que voten. De eso se encargará la misma Bruselas que llama a hacer recortes en las pensiones de los ancianos mientras gasta miles de millones armando al fascismo en Ucrania. Ante este régimen de cosas sólo caben... REFLEXIONES IRACUNDAS.




miércoles, 5 de julio de 2023

jueves, 29 de junio de 2023

lunes, 19 de septiembre de 2022

Lo fueron a buscar a su casa cuando salía de la mina.

 


Lo fueron a buscar a su casa cuando salía de la mina. 

Hicieron falta cinco hombres para esposarle (en realidad no hicieron falta, pero allí estaban). 

No les importó que estuvieran delante su mujer, su madre y sus cuatro hijos de entre 2 y 13 años.

 No les importó nada. 

Se lo llevaron a rastras por el camino que va de Tiraña a La Bahuga.

 Se lo llevaron con los ojos vendados y hasta le quitaron los pantalones. 

Muerto de miedo se agazapó junto a otros hombres cuando por fin lo dejaron en paz. 

Le dieron un disparo en la pierna, un golpe con la culata de la escopeta en la cara y  vivo lo tiraron con otras 21 personas,  también vivas, al fondo del Pozu Funeres en la falda de Peñamayor. 

Todo ocurrió el 13 de abril de 1948. 

Hacía 11 años que en Asturias había acabado la Guerra Civil.

 Hacía 9 años que en España había acabado la Guerra Civil. 

Allí sigue. 

Tenía 46 años y sus hijos, de entre 68 y 79 años suben a verle todos los años, al menos una vez.



sábado, 10 de septiembre de 2022

El franquismo en España (VIII): del hambre, el racionamiento y el estraperlo en las ruinas de la posguerra

  

 El franquismo en España (VIII): del hambre, el racionamiento y el estraperlo en las ruinas de la posguerra Vivir en España tras la Guerra Civil se había convertido en cuestión de supervivencia

 Se llegaba a asesinar por comida, se inventaban recetas para engañar al hambre y nació la picaresca producto de la necesidad. 

 Colas de racionamiento 
  
 Sucede siempre, en todos los territorios y naciones del mundo, en cualquier época de la historia. Cuando se pone fin a una guerra, pierde la humanidad y gana la miseria. Parece norma inevitable de las contiendas, donde se ponen tantas vidas en juego como dinero. 

Hasta en estos casos el capital suele tener prioridad sobre las personas; por supuesto, en España el orden de los factores en riesgo no iba a ser diferente, y también se sacó tajada de un país en ruinas, devastado por las bombas, las balas y el fuego, y desesperado que necesitaba por todos los medios salir adelante. 

La España del 1 de abril de 1939 poco tenía que ver con la de julio de 1936. 

 Más de 500.000 personas habían muerto en combate, otros cientos de miles se habían visto obligados al exilio y aquellos contrarios a Franco que habían optado por quedarse en España, ocultos o no, comenzaban a sufrir la brutal represión del régimen: ajusticiamientos sin juicio, asesinatos y desapariciones forzosas, amén de la terrible cifra de prisioneros destinados a pudrirse en cárceles abarrotadas o a morir en las labores de trabajo forzoso por alcanzar una libertad que nunca llegaba. 

Los españoles salían de la guerra no solo siendo menos —los índices de natalidad habían caído de forma alarmante—; también, encarando una situación de desempleo inherente a un panorama tan o más desolador que el que habían pintado las batallas en cada resquicio territorial en los últimos tres años: llegaban los tiempos de la posguerra. 

 Morir (de hambre) en España España pasó mucha hambre.

 La guerra había arrasado innumerables campos de cultivo y muy pocos centros de atención y servicios básicos se habían podido salvar de los ataques. 

El país entraba en un periodo de recesión económica brutal condicionado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y agravado por las políticas autárquicas del franquismo, que hicieron perpetua la crisis durante una década. 

La falta de recursos extendida por toda Europa y el aislamiento comercial impuesto por la dictadura daban pie a una profunda depresión.

 Así lo expone el historiador José Antonio Biescas en su ensayo 

La economía española durante el periodo franquista.

 Al mismo tiempo, Franco comenzaba a pagar la deuda adquirida con Alemania por su ayuda militar durante la Guerra Civil. 

Lo hizo a través del envío de soldados a las tropas nazis, el pago de capitales e ingentes exportaciones agrícolas.

  Si los datos de producción ya eran catastróficos una vez acabada la contienda civil, el proceso de industrialización seguía el mismo camino. 

La explotación laboral de los esclavos del régimen y las condiciones de trabajo más que precarias de los obreros 'libres' provocaron que la miseria rebosara y se hiciera más visible que nunca, y nada parecía indicar que aquella situación fuese a cambiar a corto plazo.

 España pasó mucha hambre; tanta que el problema no tardó en transformarse en una epidemia que causó verdaderos estragos en los débiles cimientos sociales. 

Así, mientras se vendía en el extranjero como una potencia en auge constante, el régimen quiso resolver la situación de forma rápida y atropellada, como quien pone una tirita a una herida de bala, pero con una vigilancia férrea sobre la misma: con esta premisa nació la famosa cartilla de racionamiento. 


    ¿Cómo funcionaba este sistema?

 Con el objetivo de hacer de la autosuficiencia una estructura económica estable, el régimen impuso un sistema de vigilancia exhaustiva sobre la producción agrícola. 

Se establecieron zonas y volúmenes específicos de las áreas donde se trabajaba con el cultivo, la ganadería o la pesca.

 Estos recursos, regidos por un precio fijo —ínfimo— como pago a los productores, eran requisados por el Gobierno cuando ya estaban disponibles para su posterior venta.

 Y estos mismos recursos se compraban a través de un método de racionamiento con el pretexto de un reparto 'equitativo'. 

Así, Franco obtenía un control absoluto sobre la gestión y comercialización de los alimentos y otros suministros. 

Al menos, ese era el propósito inicial del dictador. 

 Para la compra de estos productos se crearon dos cartillas de racionamiento, una para la carne y otra para el resto de productos de primera necesidad.

 En los primeros años de posguerra, estas tarjetas eran distribuidas a nivel familiar en base al Censo de Racionamiento elaborado por la administración, pero poco después, para hacer un seguimiento mayor del consumo ante los problemas que ya estaba presentando esta fórmula, se repartieron a nivel individual, y siguiendo un patrón de clasificación discriminatoria.

 Había cartillas de primera, segunda y de tercera categoría, según el nivel social del consumidor en cuestión, el estado de salud y hasta su posición en la familia. 

Así lo expone el catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alicante Roque Moreno Fonseret: los hombres adultos podían acceder el 100% de los alimentos, aunque el porcentaje variaba según el trabajo que tuviera; las mujeres adultas y las personas mayores de 60 años recibían el 80% de la ración de un hombre adulto; los menores de 14 años, un 60%.  

Para hacer efectivo su uso, las cartillas se componían de una serie de cupones en los que figuraban la cantidad y el tipo de mercancía a la que tenía derecho una persona. 

La Comisaría General de Abastecimientos (conocida como 'Comisaría de Abastos'), organismo dependiente del régimen encargado de la distribución de los alimentos, estableció el reparto de los bienes de la siguiente forma: cada persona tenía derecho cada semana a cierta cantidad de pan negro (el blanco era un artículo de lujo por la escasez de cultivos de trigo), carne, patatas, legumbres y arroz, así como algo de aceite y de leche.

 Los cereales, las legumbres y las hortalizas podían variar, según el caso.

 Otros productos de primera necesidad, como el jabón, y el tabaco se incluían también en este lote.

 Aun con esta tabla, pocas eran las veces que una persona podía adquirir tales cantidades, o siquiera tales productos.

 Acceder a los mismos con una cartilla de racionamiento única era también toda una trágica aventura a razón de las enormes colas formadas para llevar a casa la ración, donde se producían desde robos hasta asesinatos con tal de recibir más suministros. 

No lo vendió Franco así en el Boletín Oficial del Estado del 15 de abril de 1943.  

  “La práctica del sistema ha puesto de manifiesto defectos que pueden ser corregidos sustituyendo el régimen de cartilla familiar   por el de cartilla individual, que se estima como más equitativo en orden a lograr una mejor distribución de los artículos intervenidos, y más beneficioso para la economía de la Nación”. 

Lo cierto es que ni con la cartilla familiar ni con la individual se logró beneficio alguno para España, y menos para los españoles. 

La calidad de los alimentos derivaba a menudo en intoxicaciones o en graves enfermedades.

 Pero ¿a qué se refería Franco con “defectos que pueden ser corregidos”?

  La escasa cantidad a repartir de los mismos dio lugar a todo tipo de argucias desde el principio para obtener más comida.

 Todo valía para comer: se falseaban o duplicaban las cartillas de los hombres adultos para obtener el 100% de las provisiones decretadas, o se intentaban borrar con migas de pan los sellos que ponían los gobernadores civiles de cada región en los cupones para conseguir un poco más de todo; si fallecía algún miembro de la familia, se pretendía ocultar su muerte al régimen para poder seguir usando así su derecho a las provisiones. 

Hecha la ley, la trampa fue aún mucho más lejos: muchos vieron desde el primer momento en este injusto sistema, y en los agujeros del control de racionamiento del franquismo, la oportunidad de lucrarse, de nuevo, a costa de los más pobres.  

El triunfo del estraperlo: qué comprar y a qué precio en los mercados negros de la posguerra 

Las cartillas de racionamiento estaban destinadas al fracaso desde su puesta en marcha; los mecanismos empleados por la administración para la comercialización y para el reparto, todo fallaba.

 Los ricos y los amigos de Franco contaban con una serie de privilegios en el acceso a los bienes que dejaba excluidas a una multitud de familias que ya no vivían. 

Más bien se dedicaban a subsistir.

 Y si en los estratos más pobres se recurrían a métodos peligrosos e imposibles por llevarse algo más a la boca de lo que ofrecía el sistema de racionamiento del franquismo, la situación en el campo y en otros círculos de producción no era mejor.

 El bajo precio con el que la administración se llevaba todos los bienes dio paso rápido a una indignación que crecía en una España con rumbo fijo hacia el colapso financiero. 

Los trabajadores dedicados a la explotación agrícola fueron los primeros en responder, sirviéndose precisamente de las cartillas de racionamiento.

  La producción empezó a bajar notablemente a principios de los años 40.

 La razón: se comenzaron a ocultar parte de los recursos que se llevaba para su posterior distribución oficial.

 Esto es, los productores se quedaban con una parte de los productos generados para revenderlos poco después de forma clandestina, sin ninguna clase de restricción. 

Así nacieron los primeros mercados negros del franquismo. 

Estos eran al principio, en palabras del historiador Miguel Ángel del Arco, “mercados negros de supervivencia, el 'estraperlo de los pobres', en el que participaban las clases sociales más bajas y que no enriquecieron a sus protagonistas, sino más bien le permitieron salir adelante a ellos y a sus familias”.

 Se convirtieron en los “defectos” que la administración quiso eliminar a través de las cartillas de racionamiento individuales.

 Por supuesto, no lo consiguió.

 Los intentos del régimen por llevar un control más intenso de la explotación agrícola no sirvieron de nada.

 En todo caso, ayudaron a su proliferación, esta vez con connotaciones negativas.

 Para cuando Franco vio en el estraperlo un problema real contra su sistema de racionamiento, el entramado de corrupción resultado del estraperlo se había hecho tan grande de la noche a la mañana que había llegado hasta el propio régimen. Los funcionarios del Estado fieles a la dictadura hacían la vista gorda tanto en la producción como en la comercialización clandestina de los bienes. Era normal: se beneficiaban con un acceso mayor a dichos alimentos o recibían un pago en metálico a cambio de su silencio. 

Pronto creció un mercado paralelo al oficial en el que podían encontrarse todos los alimentos de primera necesidad: pan blanco, legumbres, arroz, leche, aceite, jabón, tabaco, patatas; hasta carne, cuya producción escaseaba por encima del resto de alimentos.   

  Así, si en un momento dado el Estado no podía ofrecer un producto concreto por la insuficiente cantidad que había recibido de la mano de obra, todo el mundo sabía dónde sí podía encontrarlo: las calles, plazas o estaciones de tren, cualquier espacio parecía valer para poner en marcha un negocio de resistencia al sistema de autarquía. 

Eso sí, con un alto coste.

 Los oportunistas y contrabandistas protegidos por el propio sistema se habían adueñado de este negocio, y de un momento a otro los precios se inflaron sobremanera en todo los rincones del país, porque el estraperlo creció a lo largo y ancho del territorio.

 Aquí, un ejemplo: tras la Guerra Civil, el salario de un obrero en libertad podía llegar a las 10-12 pesetas diarias por su trabajo (la media estipulada estaba en poco más de 7 pesetas). 

Un preso del franquismo percibía, si no trabajaba de forma gratuita para el régimen, 2 pesetas, de las que 1,5 iban se usaban para su manutención y los 50 céntimos restantes iban a parar a su bolsillo o al de la familia. 

Aunque esta cifra variaba según diversos factores, el salario de un preso no podía ser superior al de un "trabajador libre". 

 En contraposición, el precio de los alimentos en los meses posteriores al conflicto nacional creció un 177% respecto a 1936. 

Y siguió subiendo con el mercado negro. 

En Bilbao, sin ir más lejos, el precio del pan blanco aumentó un 800% sobre el precio oficial; el del aceite, de los productos de primera necesidad más caros, creció hasta cuatro veces por encima del marcado por la dictadura: podía llegar a rondar las 250 pesetas; el coste de una docena de huevos se duplicó, superando las 200 pesetas; el azúcar no se quedaba atrás y subió a unas 120 pesetas. 

Con estos precios, si se tiene en cuenta el salario que recibían obreros libres y esclavos, pocos eran los que podían permitirse el lujo de adquirir alimentos o bienes de primera necesidad. 

 Una vez más, los ricos se hacían más ricos, y disfrutaban de los privilegios inherentes a su estatus a costa de los pobres. 

Estos, que tenían que ingeniárselas como podían para salir adelante y no morir en el intento, hacían virguerías con lo poco que recibían con la cartilla y en el estraperlo de las familias para las familias, ya en declive: se freía sin aceite, se hacían pucheros únicamente con huesos y hasta tortillas sin huevo, como se expone en el libro Cocina de recursos publicado por el gastrónomo Ignasi Doménech a finales de 1938. 

La miseria llevaba también a cazar gatos o ratas para cocinarlos. Cualquier fórmula se aceptaba entre los demás comensales de la mesa para engañar al hambre.

 A partir de los años 50, España comenzó a vivir cierto aperturismo en sus políticas económicas.

 El giro del franquismo hacia una leve liberalización de los precios y el comercio exterior, junto a las numerosas ayudas recibidas de otros países, llevó a estabilizar en cierta modo el sistema financiero.

 En 1952 se puso fin al racionamiento de alimentos, y los mercados negros acabaron por desaparecer poco después, aunque no fue hasta finales de los 60 cuando se pudo hablar de una mejoría económica que impactase de forma positiva en los sectores más pobres de la sociedad.

 Para entonces, la Guerra Civil y la posguerra habían dejado ya una mancha en forma de muerte y desesperación que se antojaba difícil de borrar. 

España pasó hambre. Bastante. 

Ocurrió, como ha solido acontecer en otras situaciones históricas de este tipo, tras la Guerra Civil y durante el inicio de una dictadura, en un país sumido en la miseria y la pobreza. 

En aquel 1939, la sociedad se enfrentaba a más de 500.000 vidas perdidas en combate, así como a una represión franquista donde solo valía ser aliado.

  

 Llegó la posguerra y, con ella, la falta de suministros, provocada por la cantidad de campos de cultivo arrasados durante la contienda, así como la crisis económica y el aislamiento comercial que se instauró en España. 

Pero el franquismo no podía permitirse una imagen devastadora, por lo que de puertas hacia afuera todo era esplendor, mientras que hacia afuera todo eran normas y dificultades.

 Algo que tampoco es novedoso si atendemos a otros capítulos de la historia.   

En este contexto nació una solución que veían como rápida y eficaz, casi atropellada, que no respondía al “vísteme despacio, que tengo prisa”: se creó la cartilla de racionamiento

Se trataba de un sistema que, ante la escasez de alimentos de la época, instauraba una exhaustiva vigilancia sobre la producción agrícola. “Tenemos la necesidad de asegurar el normal abastecimiento de la población e impedir que prospere cierta tendencia al acaparamiento de algunas mercancías.

 Por eso se aconseja la adopción, con carácter temporal, de un sistema de racionamiento para determinados productos alimenticios”, rezaba un informe emitido cuatro días antes de establecer las cartillas “para 26 millones de españoles o extranjeros residentes”.  

   

Eran unas tarjetas con cupones, inicialmente familiares, pero en 1943 se convirtieron en individuales, lo que permitía al poder de un mayor control. Con esto, a cada persona se le asignaría una tienda concreta para comprar artículos racionados, cantidad que solía variar según la semana o el mes.

 La Prensa era la encargada de publicar la ración diaria de cada producto, así como los lugares para conseguirlo.

Así, Franco no solo controlaba lo que se decía, sino también lo que se comía.

 De hecho, la limitación era tan detallada que incluso había desigualdad en la escasez: había cartillas de primera, segunda y tercera categoría, según el nivel social del consumidor, su estado de salud o su posición familiar.

 Los hombres adultos podían acceder al 100% de los alimentos -variando según el trabajo-, mientras que las mujeres adultas y los mayores de 60 años recibían el 80% de la ración anterior. 

Los menores de 14 años, un 60%. 

 El pan blanco era un artículo de lujo, por lo que no se incluía en el alimento que cada persona tenía el derecho de recibir semanalmente. 

Aunque sí el pan negro, junto con carne, patatas, arroz, aceite y leche. Y aquí entró un concepto que tanto hemos escuchado durante estos últimos meses de pandemia: el producto de primera necesidad. 

En este caso eran, por ejemplo, y más allá del alimento, el jabón y el tabaco, que también se incluían en los lotes de cada semana.

Un riesgo que había que tomar

Sin embargo, no todo funcionó a rajatabla, sino que, por supuesto, la sociedad necesitaba sobrevivir, y por ello triunfó el estraperlo o mercado negro

Al considerar que las cartillas de racionamiento estaban destinadas al fracaso, algo que los poderosos no atendían ya que contaban con privilegios a la hora de acceder a bienes alimenticios, en las clases menos pudientes se optó por el método más peligroso. 

Un riesgo que había que tomar, si el objetivo era poder alimentarse de algo más de lo impuesto por el Estado, así como huir de algunas intoxicaciones o productos en mal estado que se difundían con la cartilla.

 Los productores agrícolas comenzaron a reservar parte de sus recursos para después venderlos de manera clandestina, lo que supuso el inicio del estraperlo en el franquismo.

 Así los define el historiador Miguel Ángel del Arco: “Eran mercados negros de supervivencia, el ‘estraperlo de los pobres’, en el que participaban las clases sociales más bajas y que no enriquecieron a sus protagonistas, sino más bien le permitieron salir adelante a ellos y a sus familias”. 

Al difundirse este mercado negro, que llegó a acaparar hasta a las altas esferas, acabó convirtiéndose en una especie de mercado paralelo, donde se encontraban alimentos como el pan blanco, los incluidos en la cartilla, y hasta la carne, también considerada como un lujo.

“Eso de dar gato por liebre viene de este periodo, porque el gato cocinado sabe casi igual que la liebre. 

En Extremadura incluso hubo gente que comió cigüeñas, perros o burros pequeños. 

Muchos tuvieron que traspasar ciertos límites y tomar alimentos que hasta entonces eran tabú”, explica a “El Comidista” David Conde, doctor en Antropología.  



La cartilla dejó de estar en funcionamiento en abril de 1952, cuando el Gobierno consideró que dejaba de ser necesaria.

 Fueron, por tanto, 13 años de carencias alimenticias, que no solo se reflejó en el estraperlo, sino también en las pérdidas humanas.

 Se calcula que entre 1939 y 1942 se produjeron entre 200.000 y 600.000 muertes como consecuencia de la mala alimentación o de las enfermedades que derivaban de ella. 

Una época difícil, trágica, que es mejor para aprender que para repetirla




sábado, 20 de agosto de 2022

MARAVILLAS LAMBERTO la niña de apenas 14 años violada repetidamente

 


MARAVILLAS LAMBERTO 

La niña de apenas 14 años violada repetidamente por una manada de fascistas, varias de las violaciones fueron delante de su padre, cuando se cansaron la fusilaron y arrojaron su mancillado cuerpo desnudo a los perros. 

Ocurrió en Navarra el 15 de agosto de 1936.

 Hija de Vicente Lamberto Martínez, campesino militante de la Unión General de Trabajadores (UGT), y Paulina Yoldi. 

El general Emilio Mola era el gobernador militar de Pamplona y estaba al mando de la 12ª Brigada de Infantería y, por la parte civil, la presencia de la Comunión Tradicionalista y del Requeté carlista era mayoritaria. 

Navarra quedó desde el primer momento bajo el dominio del fascismo golpista y en su territorio no se realizó ninguna acción ni hecho bélico. 

Solo una brutal represión sobre población civil e inocente.

 A las 3 de la madrugada del 15 de agosto de 1936 una pareja de la Guardia Civil, el falangista Julio Redín Sanz y el requeté conocido como el hijo del churrero de Larraga se presentaron en el domicilio de la familia Lamberto Yoldi para llevarlo a la Casa Consistorial.

 En ese momento toda la familia se encontraba en casa, Maravillas estaba con su hermana Pilar de 10 años en su habitación. 

En otra estancia su hermana pequeña Josefina de 7 años de edad y la esposa de Vicente, Paulina Yoldi. 

Durante la detención del padre, la Guardia Civil dijo que se lo llevaban para interrogarlo, Maravillas pidió acompañarlo y estos accedieron. 

En el ayuntamiento el padre fue encerrado en el calabozo y la niña fue subida a las dependencias superiores donde fue violada repetidas veces, algunas de ellas en presencia de su padre, por la comitiva que le detuvo, entre ellos estaba el entonces secretario municipal del ayuntamiento de Larraga.

 Posteriormente, sobre las cinco de la mañana, los sacaron en un vehículo y los llevaron a un bosque que se encuentra en Ibiricu Deierri, donde volvieron a violar a la niña. 

Luego padre e hija fueron fusilados. 

 Tras su muerte, arrojaron el cuerpo desnudo de la niña a los perros, unos vecinos encontraron los restos una semana después de los hechos y los quemaron.

  Los asesinos hicieron gala pública de sus actos sin que les sucediera absolutamente nada.

 Poco después, por si no hubieran tenido bastante martirio, la Guardia Civil volvió a registrar la casa y a detener a la madre, Paulina Yoldi.

  La casa y demás bienes de la familia fueron repartidos entre algunos vecinos del pueblo, la yegua que tenían se la quedó el panadero de Larraga alegando que Vicente le debía dinero.

 La mujer de Vicente y las dos pequeñas, de 10 y 7 añitos, quedaron en la absoluta indigencia teniendo que trasladarse con lo puesto a Pamplona para poder buscar medios de vida. 

 Estos hechos las marcaron y destrozaron para siempre.  

                    NI OLVIDO NI PERDÓN



lunes, 27 de junio de 2022

ERAN LAS MÁS NIÑAS, las más nuevas, las más apetecibles porque querían carne fresca.

 

ERAN LAS MÁS NIÑAS, las más nuevas, las más apetecibles porque querían carne fresca.

  Los golpistas las escogieron entre un grupo de 27 mujeres que iban a fusilar en la tapia del cementerio de Fuentes de Andalucía (Sevilla).

 Por desgracia correrían peor suerte que las fusiladas.  

"No se van a librar por mucho que berreen y pataleen" les dijeron mientras las arrojaban al interior de una camioneta. 

Las condujeron hasta el cortijo abandonado del Aguaucho, cerca del cruce con la A - 4. 

Era finales de agosto de 1936 y los franquistas tenían ganas de divertirse. 

 La más joven contaba 16 años. 

Las desnudaron y las obligaron a cocinar, mientras ellos bebían y reían. 

Las manosearon, las golpearon, las vejaron. 

Las forzaron a bailar y cantar mientras les servían la comida. 

 Con los estómagos llenos llegó la lujuria, las violaciones, el sufrimiento atroz. 

La ferocidad surgida de la radio por la bestia fascista y criminal del general Queipo de Llanos.  

Después del desahogo carnal sobre sus mancillados y torturados cuerpos, vino la hora de la muerte. 

En una brutal venganza machista las asesinaron y las arrojaron a un pozo. 

 Ebrios de victoria, la manada de "héroes nacionales" regresó a Fuentes de Andalucía.

 Entre carcajadas y voces rompieron el silencio de la madrugada.

 Llevaban, como trofeos, ensartados en los fusiles, las bragas y los sujetadores de las chicas, mientras gritaban: "Esta noche hemos tenido carne fresca" 

Los familiares y los vecinos del pueblo, permanecían aterrorizados en sus casas, llorando impotentes el martirio y los asesinatos de las niñas.  

Como en muchas ciudades y pueblos, en Fuentes de Andalucía no hubo combates, los golpistas simplemente se hicieron los amos.  Asesinaron a 117 fontaniegos, entre ellos 27 mujeres. 

 La represión de género era un fin del plan franquista, como cuenta Virtudes Ávila de 82 años;  "A mi madre la pusieron contra la tapia, tenía 24 años, estaba embarazada de 8 meses y la fusilaron. 

Ya muerta, el crío no paraba de agitarse en el vientre. 

El sepulturero que era un facha de los grandes, sacó su pistola y le descerrajó dos tiros en la barriga hasta que la criatura cesó de moverse." 

No solo se llevaron sus vidas, recuerda Virtudes, "Las casas se las quedaron los criminales más grandes." sin atreverse a decir los nombres.  

Las niñas del cortijo de Aguaucho se llamaban: Josefa García Lora de 18 años. 

 Su hermanita Coral García Lora de 16 años.

  María Jesús Caro González de 18 años.  

Joaquina Lora Muñoz de 18 años. 

 María León Becerril de 22 años.

  Según testimonios puede que fueran más las víctimas del cortijo de Aguaucho, como: Josefa Miranda González de 17 años y Dolores García Lora de 25 años y hermana mayor de Coral y Josefa. 

 Todavía no han sido hallados sus restos mortales. 

 Como siempre, los nombres de los violadores y asesinos no se han publicado nunca, aunque están en la mente de muchos, y sus descendientes sigan mandando.

  El fascismo machista continúa impune en nuestros días con un balance de más 1.120 mujeres asesinadas desde el 1 de enero de 2003. 

Cuando se empezaron a contabilizar oficialmente. 

 Recuerdo que sus herederos pretenden cogobernar Andalucía después del   19 - J.




jueves, 19 de mayo de 2022

Tres líderes de Vox cara al sol

 

 Tres líderes de Vox cara al sol
 
Hace pocos días un supremacista, o neonazi, estadounidense asesinó a 10 personas en un supermercado. 

La mayoría eran negros: Payton Gendron, supremacista de 18 años, era un creyente en la teoría conspirativa del gran reemplazo, según la cual los blancos están siendo sustituidos por población de otras razas.


Estas teorías conspiranoicas y discursos raciales del odio promueven e incitan a este tipo de asesinatos en masa. No es el primero y mucho me temo que no será el último. En EE. UU. es muy fácil hacerse con armamento de guerra y salir a cazar al "negro". En España no existe esa tradición y pasión por las armas de asalto, por lo que estas acciones son más dífíciles de cometer.

 Sin embargo acciones racistas se producen cotidianamente. 

 En la campaña para las elecciones andaluzas Vox ha copiado la misma teoría nazi de los supremacistas estadounidenses:  La extrema derecha sostiene que existe un plan, avalado por los grandes partidos y las instituciones, para sustituir a la población blanca de los países occidentales por inmigrantes musulmanes y subsaharianos. 

 La teoría del “gran reemplazo” ha sido una constante en la trayectoria de Vox.

 Desde hace meses, Abascal y los suyos sostienen que el Gobierno actúa en base a “una agenda de sustitución poblacional”. “Quieren que entren anualmente en España entre 190.000 y 250.000 inmigrantes hasta 2050. Hasta ocho millones de personas”, denunció el propio líder de la extrema derecha española hace ya un año.

  

Los principales dirigentes del partido han repetido esa misma tesis una y otra vez. “Se promueve la inmigración masiva y desordenada apoyando un auténtico reemplazo poblacional”, asegura, por ejemplo, el portavoz del partido, Jorge Buxadé, en todos los foros internacionales a los que acude


 Cuando comparan votar a Unidas Podemos (para algunos la extrema izquierda), con votar a Vox, la verdadera extrema derecha, es para reir a carjajada limpia. 

O Peor, para llorar desconsoladamente porque existan memos que compren tamañas mentiras. 

El PP tiene que justificar de alguna manera los pactos que se va a ver obligado a realizar, y nada mejor que el comodín de Podemos. 

Comodín que hace efecto en esa masa indecisa que un año vota al PP y otro al PSOE; o entre viejas pichas tristes que todavía se creen que Felipe González es de izquierdas y Juan Carlos I no es un gran sinvergüenza. al sol