martes, 30 de agosto de 2016

¿Realmente se ha firmado la paz en Colombia?

Por Julio Andrés Capey

Con la orden dictada el pasado domingo desde La Habana por el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP), Rodrigo Londoño -Timochenko-, se hacía oficial  el “cese al fuego definitivo” de la guerrilla y su transformación en “movimiento político”.

La noticia del “Acuerdo de Paz”, que realizaba también unos días antes el presidente colombiano Juan Manuel Santos,  ha sido acogida con parecido beneplácito tanto por los grandes medios de comunicación y gobiernos derechistas, como el de Mariano Rajoy en el Estado español, como por la mayor parte de la izquierda internacional.

Razones históricas del conflicto

Existen, no obstante, algunos factores políticos de peso que, desde el punto de vista de los intereses de las clases populares colombianas y del conjunto de la región, obligan a cuestionar una visión triunfalista del acuerdo.
Ni que decir tiene  que, obviamente, nadie está obligado a suicidarse si considera que mantener la lucha armada llega a ser una táctica sin posibilidades de éxito. Esa, entre otras, es la  razón por la que  estas breves líneas no constituyen ningún reproche hacia quienes, durante más de medio siglo, han protagonizado una resistencia heroica contra las políticas represivas del Estado colombiano. La nuestra es tan solo una reflexión que aspira a propiciar un necesario debate y la crítica constructiva en torno a este proceso.

En primer lugar, resulta preciso preguntarse qué paz se ha firmado realmente en La Habana, teniendo en cuenta que ninguna de las causas que dieron lugar al surgimiento de las guerrillas colombianas ha cambiado sustancialmente.

El conflicto que por más de  más de 50 años enfrentó a las FARC con el Estado colombiano surgió como consecuencia de la grave situación de miseria y represión a la que se ha visto sometido el campesinado de este país, con una enorme concentración de la tierra en manos de una clase terrateniente . Una situación que hoy permanece intacta, del mismo modo que siguen reproduciéndose asiduamente los desplazamientos forzosos y la desaparición física de los campesinos. Por otra parte, no es posible obviar que la “paz” firmada estos días tampoco contempla la tan  necesaria e históricamente reclamada reforma agraria.

¿El principio de la paz?

Del mismo modo, parece imposible no cuestionarse por qué debería ser diferente este pacto a otros de triste recuerdo que se firmaron en un pasado relativamente reciente y que ya nadie parece recordar.  Acuerdos de paz similares al que ahora se ha firmado en Colombia, con el beneplácito de Washington, se dieron en el pasado en El Salvador, Guatemala, Sudáfrica o Nepal, con resultados que difícilmente se pueden considerar como  positivos para las clases populares  tal y como  se prometíó en su momento.

La propia historia de Colombia nos muestra que los  acuerdos con los Estados representantes de las oligarquías pueden ser una farsa con un  final dramáticamente trágico. La aniquilación de la Unión Patriótica (UP), movimiento surgido del proceso de negociación de la década de los 80 entre el gobierno colombiano de Belisario Betancur y la guerrilla, es una muestra elocuente de ello. Entonces, el Estado colombiano  se comprometió también oficialmente a “garantizar plenamente los derechos políticos a los integrantes de la nueva formación”, y prometió “una serie de reformas democráticas para el pleno ejercicio de las libertades civiles”.

En las últimas décadas del siglo pasado, y en lo que va del presente, las potencias imperialistas y sus aparatos de propaganda han puesto en práctica una perseverante estrategia destinada no solo  a  tratar de aniquilar los focos aún existentes de lucha armada revolucionaria, sino también a imponer la creencia de que esta vía para la emancipación humana resulta hoy una “utopía impracticable”, al tiempo que la violencia militar de los Estados Unidos y sus aliados continúa en aumento y se ceba contra cualquier movimiento, organización o gobierno que ose cuestionar el orden capitalista.

¿Qué desaparece con la disolución de las FARC y cuál es la contrapartida?

Lo cierto es, no obstante, que con la desmovilización de las FARC desaparece una poderosa fuerza militar y política que limitaba la represión del Estado colombiano en su defensa de los intereses de las clases hegemónicas. Un análisis frío de las consecuencias de este desarme obliga a concluir que, sin la oposición de la guerrilla, la capacidad represiva de la oligarquía colombiana y sus paramilitares se verá fortalecida.

Del mismo modo, la injerencia militar de los Estados Unidos en el país se podrá desarrollar a partir de ese momento sin ninguna resistencia.  La tesis de que la desaparición de las FARC podría disminuir la presencia norteamericana en Colombia también se encuentra refutada por los hechos.  El pasado mes de febrero, los presidentes Obama y Santos, junto al ex presidente Andrés Pastrana,  celebraban en Washington la firma de una segunda fase del llamado Plan Colombia, impulsado por las sucesivas administraciones norteamericanas desde 1999 como vía para la intervención militar,   la injerencia en la política económica del país y el refuerzo  del control geoestratégico de su “patio trasero”, con la instalación de 7 bases en territorio colombiano.

A menos que existan datos sobre el acuerdo alcanzado que no se han hecho públicos, todo indica que estas concesiones se realizan sin ninguna contrapartida en forma de cambios esenciales de la estructura social y económica de Colombia. El Estado colombiano, por su parte, continúa hoy ejerciendo la violencia más brutal contra los movimientos  sociales, sindicalistas y activistas populares, que han seguido siendo asesinados mientras se producían las conversaciones de “paz”.

Finalmente, cabe preguntarse qué sucederá con  los dirigentes de las FARC que siguen presos en los Estados Unidos, entre los que destaca el comandante Simón Trinidad. ¿Serán liberados y podrán integrarse también en la vida política de su país o tendrán que morir en las cárceles norteamericanas por haber dedicado sus vidas a la causa revolucionaria?

¿Honradamente se puede afirmar, tan alegremente como hacen algunos, que existen razones fundadas para festejar la “paz” rubricada en La Habana?

canarias-semanal.org
 
 
 

 

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