Querían
que se dejara de hablar de la corrupción del PP, o al menos que se
apartase el foco temporalmente de la tormenta de Levante que arreciaba
sobre Génova. Y lo han conseguido, vaya si lo han hecho. Pero es que no
había otra opción que caer en su juego, porque han jugado muy fuerte;
porque han jugado muy sucio; porque han jugado con juguetes ajenos y los
han roto.
Nos han llevado a remolque, y han
marcado los tiempos como si no hubiéramos aprendido nada, como si no
hubiéramos dejado de ser inocentes párvulos. Primero fue un Gora ETA, y
parecía que la más radical kale borroka de los ochenta se había
disfrazado de falsos titiriteros y había armado la de dios en un barrio
de Madrid. Así nos lo vendía la misma Antena 3
que días antes había abierto con idéntica espectacularidad con su
famosa no-exclusiva fantasma de la financiación de Podemos y el viaje a
Venezuela; ese Podemos timorato pero siempre filoterrorista y
protogolpista para los medios del régimen y algún ministro en funciones.
Y cayó casi todo el mundo, porque decían que la denuncia partía de los
propios espectadores y había habido un arresto, y hasta la Fiscalía
pedía prisión incondicional y un juez la decretaba. Y todo en tiempo
récord. Seguro que varios millones de personas nunca albergaron dudas
sobre la veracidad de la noticia, porque eran demasiadas
partes implicadas para que todas estuvieran equivocadas. Además, es pura
sabiduría popular: “estos nuevos se mueven mucho con okupas, punkis y
perroflautas de esos y por tanto es verdad”.
Pronto dejó de ser ETA, y pasó a ser ALKA-ETA, o lo que es lo mismo: nada. Y no habían sido los titiriteros los de la apología alkaetiana,
sino un malvado títere que como parte del guión de la obra representada
ponía una prueba falsa en otro monigote precisamente para manchar su
imagen y poder acusarle de un delito.
Y poco más tarde supimos que,
casualmente, el juez de guardia en la AN ese día no era otro que Ismael
Moreno, un exinspector de policía del tardofranquismo, y también que el
fiscal encargado del caso era Pedro Rubira, un funcionario especialista
en terrorismo que fue sancionado por desprecio a sus escoltas (por ‘molestarlo’ en un pub tras permanecer estos tres horas en el exterior del local), pero que no quería prescindir de ese servicio.
Y ya para rematar, gracias a las declaraciones de algún espectador y un vídeo
de la actuación, nos hemos enterado de que el alboroto lo provoca
repentinamente un reducido número de personas y especialmente un
individuo descontrolado, y que casi de inmediato se presentaron en la
zona dos furgones de la UIP para detener a los peligrosos marionetistas.
Hay que ver qué exuberancia y eficacia policial (y mediática).
Es repugnante, sí, pero hay que vivir en
la inopia para no saber contra quién nos estamos jugando el presente y
el futuro. Y lo que en alguna gente es disculpable, en otra no lo es en
absoluto. Hay responsables institucionales de nuevo cuño o
convertida estampa que debieran mirarse un poco más en la única
responsable política que en este caso ha dejado alto el pabellón de la
firmeza y la dignidad (Ada Colau), y un poco menos en los complejos y
temores atávicos que llevan arrastrando algunos cargos del nuevo grupo
municipal (y otros) desde que se pusieron al frente del consistorio
madrileño (y otros). Y es que en la actual situación de tensión
sistémica hay que contar hasta mil antes de siquiera pestañear, no
digamos ya lo cauteloso que se debe ser ante todos los ‘escándalos’ que
provengan de los medios de manipulación masiva.
Si algo nos ha debido enseñar lo
ocurrido es que tendremos que aprender a contemporizar, a tomar aire, a
pensar más antes de actuar, y a hacerlo desde nuestra propia óptica. Y
tras ello habrá que hacer la prueba del tres, o del cuatro, pero si el
resultado arroja conclusiones paralelas a las del régimen, habrá que
volver a empezar hasta que no coincidan, porque no hay una sola materia
en la que la similitud con sus valores o posiciones pueda ser acertada o
positiva para las mayorías. Y si no hay más remedio que actuar rápido,
habrá que echar mano de algo tan demodé como los principios (en lugar de
dedicarnos a escuchar el ruido de fondo).
Ya van tres (si no son cuatro), y habrá
que aprender a no bajar tanto la testuz cuando nos entran a matar.
Guillermo Zapata no hizo nada reprobable, y un conveniente ‘os vais a la
mierda’ cuando desde las cloacas del régimen pedían su cabeza, hubiera
evitado llegar hasta aquí. Si cuando se protestaba desde sectores
privilegiados por no tener un palco a su altura o por los trajes de los
Reyes Magos se hubiera amenazado con una performance nudista para el
siguiente año, se hubieran relajado. Si desde el ayuntamiento se hubiera
hecho pedagogía con el caso de los titiriteros, si se hubiera defendido
con convicción a estos chavales, ya no se repetiría. Si algunos no
detectaran miedo siquiera se hubieran atrevido a intentarlo. Si siguen
viéndolo no quiero imaginar qué será lo próximo.
Y entonces puede que
algunos otros nos desencantemos, por más explicación que tenga cierta
prudencia.
No podemos gustarles, si queremos hacer
algo positivo es imposible que les gustemos. Y es normal que protesten,
pero que lo hagan con razón, desesperados, jodidos, indignados, que es
como lo hacemos el resto cuando ellos aplican su ideología a sus
políticas (a las que nos han llevado hasta aquí), y no como prevención,
que es como lo están haciendo ahora frente a pequeñeces, que por bien
que estén, no han mejorado ni mejorarán sustancialmente la vida de
nadie.
Decía Bertrand Russell que “lo más
difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente
hay que quemar”, y como es una enseñanza difícil no se le puede exigir
su aprendizaje completo a nadie. Pero lo cierto es que hemos llegado a
un punto en el que se está jugando muy fuerte, hasta el nivel de
comprometer la libertad ajena. Y llegados hasta aquí, más vale que si
pagamos con ella sea porque el objetivo merece la pena, aunque solo
suponga una victoria moral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario