miércoles, 10 de febrero de 2016

Aprender la lección de 1º de inocencia

Flautista de Hamilin 





Querían que se dejara de hablar de la corrupción del PP, o al menos que se apartase el foco temporalmente de la tormenta de Levante que arreciaba sobre Génova. Y lo han conseguido, vaya si lo han hecho. Pero es que no había otra opción que caer en su juego, porque han jugado muy fuerte; porque han jugado muy sucio; porque han jugado con juguetes ajenos y los han roto.


Nos han llevado a remolque, y han marcado los tiempos como si no hubiéramos aprendido nada, como si no hubiéramos dejado de ser inocentes párvulos. Primero fue un Gora ETA, y parecía que la más radical kale borroka de los ochenta se había disfrazado de falsos titiriteros y había armado la de dios en un barrio de Madrid. Así nos lo vendía la misma Antena 3 que días antes había abierto con idéntica espectacularidad con su famosa no-exclusiva fantasma de la financiación de Podemos y el viaje a Venezuela; ese Podemos timorato pero siempre filoterrorista y protogolpista para los medios del régimen y algún ministro en funciones. 


 Y cayó casi todo el mundo, porque decían que la denuncia partía de los propios espectadores y había habido un arresto, y hasta la Fiscalía pedía prisión incondicional y un juez la decretaba. Y todo en tiempo récord. Seguro que varios millones de personas nunca albergaron dudas sobre la veracidad de la noticia, porque eran demasiadas partes implicadas para que todas estuvieran equivocadas. Además, es pura sabiduría popular: “estos nuevos se mueven mucho con okupas, punkis y perroflautas de esos y por tanto es verdad”.



Pronto dejó de ser ETA, y pasó a ser ALKA-ETA, o lo que es lo mismo: nada. Y no habían sido los titiriteros los de la apología alkaetiana, sino un malvado títere que como parte del guión de la obra representada ponía una prueba falsa en otro monigote precisamente para manchar su imagen y poder acusarle de un delito. 


Y poco más tarde supimos que, casualmente, el juez de guardia en la AN ese día no era otro que Ismael Moreno, un exinspector de policía del tardofranquismo, y también que el fiscal encargado del caso era Pedro Rubira, un funcionario especialista en terrorismo que fue sancionado por desprecio a sus escoltas (por ‘molestarlo’ en un pub tras permanecer estos tres horas en el exterior del local), pero que no quería prescindir de ese servicio.


 Y ya para rematar, gracias a las declaraciones de algún espectador y un vídeo de la actuación, nos hemos enterado de que el alboroto lo provoca repentinamente un reducido número de personas y especialmente un individuo descontrolado, y que casi de inmediato se presentaron en la zona dos furgones de la UIP para detener a los peligrosos marionetistas. Hay que ver qué exuberancia y eficacia policial (y mediática).



Es repugnante, sí, pero hay que vivir en la inopia para no saber contra quién nos estamos jugando el presente y el futuro. Y lo que en alguna gente es disculpable, en otra no lo es en absoluto. Hay responsables institucionales de nuevo cuño o convertida estampa que debieran mirarse un poco más en la única responsable política que en este caso ha dejado alto el pabellón de la firmeza y la dignidad (Ada Colau), y un poco menos en los complejos y temores atávicos que llevan arrastrando algunos cargos del nuevo grupo municipal (y otros) desde que se pusieron al frente del consistorio madrileño (y otros). Y es que en la actual situación de tensión sistémica hay que contar hasta mil antes de siquiera pestañear, no digamos ya lo cauteloso que se debe ser ante todos los ‘escándalos’ que provengan de los medios de manipulación masiva.


Si algo nos ha debido enseñar lo ocurrido es que tendremos que aprender a contemporizar, a tomar aire, a pensar más antes de actuar, y a hacerlo desde nuestra propia óptica. Y tras ello habrá que hacer la prueba del tres, o del cuatro, pero si el resultado arroja conclusiones paralelas a las del régimen, habrá que volver a empezar hasta que no coincidan, porque no hay una sola materia en la que la similitud con sus valores o posiciones pueda ser acertada o positiva para las mayorías. Y si no hay más remedio que actuar rápido, habrá que echar mano de algo tan demodé como los principios (en lugar de dedicarnos a escuchar el ruido de fondo).


Ya van tres (si no son cuatro), y habrá que aprender a no bajar tanto la testuz cuando nos entran a matar. Guillermo Zapata no hizo nada reprobable, y un conveniente ‘os vais a la mierda’ cuando desde las cloacas del régimen pedían su cabeza, hubiera evitado llegar hasta aquí. Si cuando se protestaba desde sectores privilegiados por no tener un palco a su altura o por los trajes de los Reyes Magos se hubiera amenazado con una performance nudista para el siguiente año, se hubieran relajado. Si desde el ayuntamiento se hubiera hecho pedagogía con el caso de los titiriteros, si se hubiera defendido con convicción a estos chavales, ya no se repetiría. Si algunos no detectaran miedo siquiera se hubieran atrevido a intentarlo. Si siguen viéndolo no quiero imaginar qué será lo próximo. 


Y entonces puede que algunos otros nos desencantemos, por más explicación que tenga cierta prudencia.


No podemos gustarles, si queremos hacer algo positivo es imposible que les gustemos. Y es normal que protesten, pero que lo hagan con razón, desesperados, jodidos, indignados, que es como lo hacemos el resto cuando ellos aplican su ideología a sus políticas (a las que nos han llevado hasta aquí), y no como prevención, que es como lo están haciendo ahora frente a pequeñeces, que por bien que estén, no han mejorado ni mejorarán sustancialmente la vida de nadie.


Decía Bertrand Russell que “lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”, y como es una enseñanza difícil no se le puede exigir su aprendizaje completo a nadie. Pero lo cierto es que hemos llegado a un punto en el que se está jugando muy fuerte, hasta el nivel de comprometer la libertad ajena. Y llegados hasta aquí, más vale que si pagamos con ella sea porque el objetivo merece la pena, aunque solo suponga una victoria moral.




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